Memoria: la danza de todo lo que existe
‘Memoria’, ganadora del premio del jurado en Cannes, se estrenó en Colombia precedida de una gran expectativa. En ella se disputan las ideas preconcebidas sobre lo que debe ser el cine hecho en Colombia, y se nos invita a participar de otro modo en la conversación artística global.
Memoria es: “una odisea personal en busca de un sonido”, “una película en la que una mujer extranjera y un pescador comparten sus recuerdos”, “una indagación en los orígenes del tiempo”, “un fantasma que absorbe luces y sonidos”, “un rugido que viene del centro de la tierra”, “89 planos. Para ponerse de rodillas”. Cosas como estas se han dicho sobre la película dirigida en Colombia por el tailandés Apichatpong Weerasethakul, o incluso se escuchan en ella. Y aunque estas frases logran transmitir algo del asombro –y desconcierto– que la película suscita, o encasillarla dentro de un argumento que se pueda decir con palabras, Memoria tiene la cualidad inexpresable de los grandes acontecimientos o los traumas. Hay una urgencia de hablar de ellos, pero no se sabe muy bien cómo.
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Frente a esta dificultad, quizá lo mejor sea hermanarse con el personaje –sí, una extranjera en Colombia que escucha un sonido que al parecer solo está en su cabeza, y que es interpretada como si fuera una coreografía por Tilda Swinton– y acompañar su vagabundeo: sentirse, como ella –como Jessica–, perdida en calles, lugares y paisajes, o verlos a través de sus ojos, como por primera vez. Memoria nace de esa extranjería o extrañeza (que comparten actriz y director, y que se intensifica en su contacto con Colombia) y nos invita cálidamente a seguir el ritmo de una canción desconocida.
Antes de aceptar este llamado de la aventura, habrá que decir algo más de Jessica. O suponerlo, a partir de los indicios que la propia película entrega. Está sola. Vive, tal vez, un duelo. La sentimos un poco irritada en los entornos que tendrían que ser para ella más familiares. Y en cambio se expande frente a lo desconocido, hasta convertirse en una antena que capta señales, un cuerpo en el que el mundo reverbera.
El viaje, entonces, no será tranquilo o plácido. Habrá que encarar la mirada del perro callejero, atravesar portales, túneles oscuros y territorios donde lo que se ve es apenas la piel que cubre lo que está sumergido: memorias, cuerpos, dolor ahogado. Pero en el centro de la tierra, de donde viene ese sonido que dejamos bailando líneas atrás, también está la imagen de los afectos primordiales: la madre, la unidad de la que hemos sido separados.
En el camino se nos irá revelando que esa separación, fuente del dolor, es también una ilusión. Que tenemos una historia común con todo y con todos: con árboles y plantas, con piedras y animales. Y que para reencontrar esa comunidad hay que echarse a andar, o simplemente estar dispuestos. En el clímax de la revelación, la viajera extranjera, que podemos ser todos, se encuentra con el pescador Hernán (Elkin Díaz). Este ha decidido permanecer estático en su floresta mágica, sembrado a un suelo que tampoco le pertenece porque nadie es de ninguna parte, y somos de todas.
La canción compartida
El pescador lo recuerda todo. Como Funes el memorioso, de Borges: no tiene la capacidad de eliminar recuerdos, y por eso ha decidido limitar el ámbito de sus experiencias. Así logra que el mundo no le resulte un parloteo insoportable. En el bosque arquetípico donde se encuentran Jessica (que cultiva orquídeas e investiga sobre virus y bacterias) y Hernán (de quien ya sabemos que es pescador), es como si se encontraran todos los reinos de la naturaleza para bailar su danza de separación, seducción y reunión.
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Más que ninguna otra, esa recta final de la película no se puede describir porque se empobrecería en su traducción a palabras: es cine de una extraordinaria densidad visual y sonora, una expansión de lo político en el arte para entenderlo no como una repetición o alharaca sobre lo que sabemos sino como el lugar en el que la sensibilidad se amplía, y donde es posible imaginar mundos, mientras los poderosos quieren que nos resignemos a un mundo único, a la medida de sus intereses.
Quienes vieron antes el cine de Weerasethakul reconocerán allí su elegía sobre universos conectados y sustratos de tiempo superpuestos, sobre la interdependencia entre vivos y muertos. Pero sin que haya contradicción, Memoria se vuelve también, en ese clímax prodigioso, una película que resuena intensamente con los fantasmas y violencias del lugar en el que es filmada. Tilda Swinton ha dicho que esta película, que ella y Apichatpong querían hacer desde tiempo atrás, y que encontró un hogar en Colombia, es sobre la reverberación del trauma, sobre aquello innombrable que necesita ser explicado y descrito, tal como Jessica intenta hacerlo con el sonido que escucha.
El giro o desplazamiento que esta película significa para el arte colombiano –o el producido desde países con experiencias traumáticas de colonización y violencia– es proponer un cambio en los términos de la conversación artística global. No somos, como colombianos, productores solo de recursos extraíbles. Nuestro destino no es el sufrimiento, ni nuestra expresión única el cuento mágico. También podemos producir gran arte y participar de la belleza e inteligibilidad del mundo (1). La película reúne y acoge, en sus múltiples capas, trabajos como los del artista plástico Ever Astudillo, el músico César López o el laboratorio escénico Mapa Teatro. Resuena con estas obras asentadas aquí. Entiende que el viaje hacia la comprensión de la experiencia humana y del devenir del mundo es colectivo, o no será. Y ahora el viaje es con los espectadores.
¡Acepten la invitación a participar en un juego del que saldrán expandidos!
Nota:
(1). En los últimos días, la escritora Carolina Sanín, a propósito de la bochornosa participación colombiana en la Feria del Libro de Madrid, ha intensificado en Twitter sus comentarios en este mismo sentido.
12 Comentarios
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Buén análisis crítico de esta pelucula
Quiero verla
Y cómo sabes que es buen análisis si no la has visto? ajajajaja
Es curioso cómo personajes como Zuluaga o Sanín despiertan una especie de devoción entre algunos (afortunadamente poquitos) que les aplauden cualquier palabrería vana. Qué confundido el mundo, qué confundida la academia.
Precioso texto con una interpretación loable. Lo único que me descoloca es que el ruido se interprete como venido del centro de la tierra, porque luego sabemos que no es así.
Por otro lado, mi lectura de la película fue desde mi bogotanidad, por lo que encontré muchísimas coincidencias en su mirada con la mía sobre la ciudad ¿Cómo verá la película alguien que no conozca esas calles, se perderá esa gran experiencia de la Bogotá profunda?
Este maravilloso texto de Pedro Adríán permite seguir armando el rompecabezas de una película muy original que yo asocié a la estructura volátil de los sueños. Gracias P.A.Z.
Esta crítica es demasiado lambona. Omkte todos los comentarios que se puedan hacer sobre las sombras de la película (que son muchas, como la espantosa y paternalista la escena con la psicóloga). Pero lo más lambón de todo es el pie de página. ¿Esa propaganda al Twitter de Carolina Sanín qué? ¿Es la única que ha dicho esas cosas? Por favor, qué amiguismos tan insanos.