El mercado de campañas políticas
Entender las campañas como un ejercicio de mercadeo puede ofuscar e incluso desilusionar a quienes ven la política electoral como un romántico resultado de la lírica y la siempre anhelada esperanza de cambio. Amén de los valores democráticos, lo que se vive en cada contienda es una competencia feroz, cada vez más profesional y con una única finalidad de superar al otro, en la mayoría de los casos, sin importar el camino ni los medios.
A los nuevos mandatarios locales y regionales que se elegirán los acompañará el deseo de triunfar y hacer de sus campañas la mejor plataforma para un eventual ejercer. A algunos los cuestionará someterse al duro látigo de ser juzgados por sus formas, sus espejos y por la nunca bien ponderada opinión pública. Del otro lado, los ciudadanos, quienes ante una nueva oportunidad de participar, deberán decidir con criterio, ojalá con razón y sin apasionamiento, y en medio de tantas ofertas, a cuál de todos seguir, qué propuestas estudiar y por quién votar en el momento decisivo.
A quienes instruimos en estas lides, nos asiste el desafío de maridar a los políticos y su equipo, en adelante las campañas, frente a las múltiples expectativas de los votantes. Por eso, y desde la experiencia, van algunas recomendaciones para transitar con éxito el camino hacia los comicios de 2023 que inició la semana pasada.
Las campañas deben preguntarse cómo ofrecer beneficios a los ciudadanos. Si en los negocios las empresas crean beneficios para sus clientes a fin de obtener dinero, en la política las campañas deben generar valor en los ciudadanos. Una campaña es exitosa cuando entiende la necesidad del votante, construye un mapa de empatía y moviliza mensajes asertivos. Alineados con las problemáticas del entorno. Sin perder el norte de la aspiración, es preguntarse cómo ampliar el valor de su oferta. Tal vez la milla extra, tal vez la meta diaria.
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Desde adentro, se debe reconocer que las campañas se componen de personas diversas. Y no, no es una tautología. Como en toda empresa, es tal vez el mayor desafío organizacional: organizar y alinear sus talentos y sus activos, no solo alrededor del propósito de movilizar electores, sino también de gestar y compartir hacia afuera un mensaje de armonía. ¿Qué se hace en el día a día? ¿Cuál es la estructura de procesos y procedimientos de la campaña? ¿Se cuenta con ellos? Es altamente probable que, de ellas, y en un eventual triunfo electoral, se consoliden los futuros equipos de gobierno o gestión.
Volviendo a la oferta, la campaña debe gestar ideas innovadoras, imaginar escenarios que los separen de los competidores y escoger el mejor canal para entregar ese valor. La innovación está en cómo hacer las cosas mejor y cómo usar métodos superiores para extender el contenido.
Y en miras de la habitual saturación de información, ¿existen formas para mejorar la experiencia de consumo de contenido político? No basta con invertir en concepto, logo o identidad. Es también cómo suscitar un mensaje coherente, que impacte positivamente. Si cabe un ejemplo, es maravilloso comprender cómo la humanidad lleva más de un siglo consumiendo Coca-Cola con la autosugestión de profesar felicidad.
Crear interacciones potentes con los ciudadanos debe ser el propósito. Siempre evaluar qué siente el ciudadano y cuál es su experiencia de consumo. Más allá de los votos, el éxito de las campañas lo constituye las interacciones positivas y el valor que se agrega, tal vez y en todo caso para hacer de la democracia el romance que los griegos idearon.
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