Meseros, cajeros, presidentes
“El país, los bogotanos, los colombianos todos estamos indefensos ante aquellas tantas y ya avisadas decisiones despilfarradoras del presidente. Trenes eléctricos de Buenaventura a Barranquilla. Iguales trenes de Chile a Venezuela. Interconexión eléctrica de La Patagonia a Canadá”.
Sugieren algunos sicólogos que, para averiguar cuál sería el comportamiento de alguien, en el evento en que el tipo en cuestión llegase a disponer de poder, el mejor indicativo será el de fijarse en la manera en que trata a los meseros que lo atienden: ¿despótico, normal, agradecido, indiferente?
El manejo que el presidente Petro le está dando al tema de la salud, del Metro de Bogotá y también a otros importantes asuntos nacionales es despótico.
En el Metro, la feria de las vanidades. El alcalde Petro, por el 2012, deja el estudio del subterráneo. Peñalosa —vanidoso también— lo entierra y va por el elevado. Igual Claudia. Ahora se trata de darle la vuelta y el presidente busca enterrar a los ‘michicatos’ de Claudia López y Peñalosa, los del elevado. Y que vuelva el subterráneo.
No le importa al presidente que la obra ya esté contratada, empezada y que se pierda un dinero. Grandecito este.
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Sin embargo, en este lance a la torera del presidente hay algo más que fatuidades y vanaglorias. Como él, en política —en política pura, no en lo administrativo; en lo que es un caos— es un mago de las jugadas tácticas, conjeturo que aquí mueve sus fichas con la mira puesta en las próximas elecciones a la Alcaldía de Bogotá.
El futuro candidato del presidente a esa posición, y sus compañeros de campaña, le harían al electorado una simple pregunta: ¿Qué es mejor, un metro subterráneo, elegante, que no dañe el paisaje, con más capacidad, como corresponde a toda ciudad capital que se respete; o un ‘metrico’ que se parezca a un Transmilenio elevado? Porque este último, saturado e inseguro, genera hoy un sentimiento ambivalente, entre positivo y negativo, en sus usuarios capitalinos.
Si los competidores del candidato del presidente permiten que el debate se concentre en este asunto, muy débiles estarán. Tendrían estos que acudir a los distingos. Que el subterráneo vale 17 billones más, que se demorará siete años más y que la cuestión jurídica es confusa y vendrán demandas, incluso con temas penales. Estos reproches son valederos, pues esa gran cantidad de dinero quedaría mucho mejor invertida en una de las tantas necesidades sociales por las que tanto parece preocuparse el presidente.
Sin embargo, a los amigos de Petro, si se les permite, repito, que este tema sea el central, llevarían las de ganar. Porque, cuando alguien —sus competidores— en política electoral se ve obligado a recurrir a los distingos y a explicar mucho, estará derrotado. El 90 por ciento de los electores en estos asuntos piensa en blanco y negro, y escoge, a simple vista y sin mayor análisis, aquello que se le presenta como lo mejor.
Petro pasaría de villano a héroe. Campaña en Bogotá con ribetes de metro. Simple: el presidente es quien trata de darle el mejor regalo a la ciudad. Los costos adicionales, al carajo. A nadie le duele el presupuesto nacional.
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Como veo que el presidente, con su gran poderío monetario, en el asunto del Metro, en el de la salud y en otros más, nos está tratando ‘a las patadas’, igual que el déspota al mesero inicial —además, con las propinas condicionadas—. Hago referencia a algo que conocí hace muchos años y que viene al caso de Petro, su Metro, su reforma a la salud y su propensión a gastar y gastar.
En algunos previsores países, a los postulantes a ocupar el cargo de cajero de banco les hacen un previo estudio sicológico muy detallado. Razones obvias: averiguar su posible comportamiento con los dineros ajenos. Así se debería proceder aquí con a los aspirantes a la primera magistratura de la nación. Se trataría de evitar, en el caso de los cajeros, que se embolsiquen los billetes de otros. Y en el tema de los presidentes, se buscaría precaver que estos, tanto ‘más mayores’ y poderosos, lleguen al ‘solio’ a despilfarrar dineros que son de la comunidad.
Porque, cuando se tiene el poder, se siente la casi incontrolable inclinación a abusar de este. Eso lo han repetido y comprobado mil veces los estudiosos de la democracia. Véase, por ejemplo, cómo ciertos policías gringos se embriagan de potencia; y aún lo sienten más ante la indefensión de la víctima; y la matan a mansalva. Y joden al muerto y se joden ellos de por vida. Aquel, al cementerio y estos, sin el empleo y a la cárcel.
El país, los bogotanos, los colombianos todos estamos indefensos ante aquellas tantas y ya avisadas decisiones despilfarradoras del presidente. Trenes eléctricos de Buenaventura a Barranquilla. Iguales trenes de Chile a Venezuela. Interconexión eléctrica de La Patagonia a Canadá. Solo unos cuantos.
Recuérdese que los faraones igual construyeron pirámides, muy buenas para el turismo, aunque solo sirvieron 4.500 años después. Víctimas seremos. Aquí, como en el caso de los policías, con este, su estrambótico dilapidar presidencial, Petro nos va a joder a todos.
Meseros y cajeros, colombianos, avisados estamos: cuando ciertos políticos o presidentes intervienen con poder en asuntos administrativos, pero, al mismo tiempo, con ribetes electorales, no solo un metro razonable, sino también cualquier otro asunto público, será susceptible de convertirse en un kilómetro de despropósitos. Y de despilfarro.
Aquí bien vale el refrán asturiano: “El buen pagador es dueño del bolsillo ajeno”.
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