Mirar a la derecha
Algunas de las disputas más enconadas que se dan en la actual coalición de gobierno se parecen a las peleas que había entre liberales y conservadores durante el Frente Nacional (1958-1974). Ahora, como en esa época, se le exige al presidente que reparta, paritaria y milimétricamente, los empleos del Estado.
Cada nombramiento que hace Gustavo Petro levanta ampolla en alguien y algún grupo se siente vulnerado en sus derechos adquiridos en campaña. Cada partido, sector social, grupo de amigas o de amigos siente que aportó los votos que le dieron la victoria al mandatario y que, por lo tanto, se le debe retribuir con tal o cual puesto. Es deplorable el espectáculo.
Tal vez la coalición de gobierno pueda dejar de mirarse el ombligo y disminuir sus disputas internas por la distribución de burocracia. Así, podría ver la estrategia de retoma del poder que empieza a perfilar la derecha más violenta y antidemocrática, la más dispuesta a regresarnos a la guerra y a gobernar a punta de odio.
Esa derecha sabe que no tiene un liderazgo fuerte, que su máximo dirigente está en franco declive y que él no es elegible, entre otras cosas, porque tiene cuentas por pagar con la justicia. Por eso, su partido, el Centro Democrático, está haciendo un doble movimiento.
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Por un lado, abre espacio mediático y político a nuevos líderes y lideresas que –al menos aparentemente– se oponen al fundador del partido y, por otro, intenta crear una imagen de Uribe como político moderado y dialogante.
Los nuevos liderazgos de la derecha hablan duro y directo contra el expresidente.
Para empezar, según informó el diario El Tiempo, la senadora María Fernanda Cabal dijo, el pasado 25 de agosto: “(…) es que Uribe también la embarra, él fue el que puso a Santos también. Uribe tiene corazoncito mamerto (…)”. En una sola frase, señaló que Uribe puede equivocarse y que no es tan de derecha, sino que tiene ciertos devaneos con la izquierda.
Casi un mes después, el muy uribista Rafael Nieto Loaiza señaló que Uribe se equivocó al reunirse con el presidente de la República, Gustavo Petro, y Juan José Lafaurie Cabal, en mensaje directo a Uribe Vélez, intentó enseñarle al expresidente la diferencia entre la “derechita cobarde” y la verdadera derecha. La primera, encarnada en Iván Duque, puesto por Uribe en la Presidencia y, la segunda, en la neofascista italiana Giorgia Meloni.
Vea pues: la senadora lo acusa de ser izquierdizante, Nieto Loaiza se atreve a señalarle un error de estrategia y Lafaurie le enrostra su ignorancia política.
Estas tres personas se ven y se proyectan como dirigentes que evitan el diálogo con sus adversarios y competidores y se declaran cercanos a los partidos que impulsan los golpes militares y el autoritarismo.
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Además, sus familiares, seguidores y relacionados incitan a crear grupos paramilitares, asumen que los movimientos sociales y de defensa de los derechos humanos son sus enemigos y creen que los pueblos indígenas y afrodescendientes son genéticamente inferiores y usurpadores de tierras y del poder político. Creen y dicen que cualquier cambio en la tenencia y uso de la tierra es comunismo y en cualquier norma que se oriente a detener la corrupción, perciben y denuncian un atentado a la libertad de empresa.
Desde esas posiciones extremas, confrontan, aparentemente, las tesis y los comportamientos de Uribe y hacen como que erosionan su autoridad en el Centro Democrático. Además, empiezan a crear la imagen de que esta “nueva y verdadera derecha” es la única oposición a lo que denominan “izquierda socialista” encabezada por Petro y los partidos de la coalición del actual gobierno.
De esa manera, Álvaro Uribe Vélez, representante de la supuesta derechita cobarde, intenta convertirse en líder y vocero del centro, quitándole la plaza a Fajardo. Desde ese lugar y con la disculpa de que es necesario evitar la polarización entre las dos extremas, el expresidente puede ganar más influencia en las elecciones regionales y decidir, una vez más, quien será el próximo presidente de Colombia.
Si no les sale bien esta jugada, Uribe apoyaría un cambio de liderazgo al interior de su partido. Al fin y al cabo, la facción ultra piensa exactamente igual que Uribe y, como Uribe, justifica el fascismo, fomenta el uso de la violencia como estrategia para mantener sus privilegios y recuperar el poder político. Ni Nieto Loaiza, ni el joven Lafaurie, ni su señora madre están a la diestra del padre fundador.
Es hora de que el progresismo mire a su derecha y recuerde que a la extrema se le enfrenta en el debate limpio, se le denuncian sus crímenes, se le develan sus mentiras, se le derrota en las urnas. Y que nada de eso se está haciendo cuando, en los partidos de la coalición de gobierno, se prioriza la pelea por la repartija burocrática y por encontrar y darle puesto a sus respectivos amigos y amigas.
Ojalá que la milimetría frentenacionalista de la que hablamos al principio desaparezca del Gobierno.
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Los partidos de gobierno proceden a la usanza antigua, como facciones que se cobran el botín del triunfo; de acuerdo. Las señales del poder apuntan a signar responsabilidades entre quienes han sido llamados al gabinete, pero nadie se toma el trabajo de señalarlos cómo actores de los aciertos o desaciertos del poder. Podría ser este el camino para la nueva política que no le haga juego a la polarización tan amada en las entrañas de la historia?