‘Mis hermanos y yo’ de Yohan Manca: una furtiva risa

Esta opera prima se exhibe simultáneamente en el Festival de Cine Francés y en el circuito comercial, luego de su estreno en la sección ‘Una cierta mirada’ de Cannes 2021. Un grupo de hermanos, todos hombres, cuidan solos a su madre enferma, mientras uno de ellos, el joven Nour, descubre en la música una oportunidad para sonreír y desafiar su entorno empobrecido. Una película sobre el misterio de una lágrima o de una sonrisa: una precaria existencia luminosa.

Las películas, a veces, son como cuerpos esquivos o en fuga. Uno trata de fijar esos cuerpos, de encontrarles un centro, para al final darse cuenta de que su belleza está quizá en su capacidad de escabullirse. Esa fue mi experiencia con la película francesa Mis hermanos y yo, que sentí tan frágil y huidiza como un verano. Porque además ocurre toda en esa estación en que las cosas están en suspensión, o son leves, casi transparentes. El verano y la adolescencia, además, se encandilan mutuamente.

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Y es que Nour, el protagonista, es un adolescente que observa un verano pasar sin saber del todo que este traerá cambios radicales a su vida: revelaciones, oportunidades y desgarraduras. Nuestro héroe vive en una ciudad del sur de Francia, cerca al mar, y pertenece a una familia de origen magrebí que lidia con los problemas cotidianos de la supervivencia económica. El padre ha muerto, la madre está en coma y sus tres hermanos mayores trabajan a destajo –drogas, contrabando y prostitución se suman a la lista del rebusque–, reuniendo lo que pueden para mantenerse a flote.

La película francesa, opera prima del director Yohan Manca, viene y va entre la construcción de un retablo cercano al cine social y los pormenores de la historia de iniciación de Nour, sacudido entre su gusto por las arias de opera (que lo conectan con su madre aparentemente desconectada de la realidad), quizá un vago deseo erótico que emerge y el malestar de no encajar en un entorno de extrema urgencia y brusquedad.

Vea acá el trailer de Mis hermanos y yo:

El cine social francés ha visitado hasta el agotamiento aquellos espacios de marginalidad a los que las promesas del bienestar se resisten a llegar; también el cine inglés (una referencia inmediata de Mis hermanos y yo es Billy Elliot). En los últimos años, incluso directores que llegaron a tener un pulso extraordinario para filmar a la clase trabajadora y/o precarizada (como Robert Guédiguian, los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne o Ken Loach) cedieron a la rutina de las formas preestablecidas.

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Mis hermanos y yo hace equilibrismo permanente al borde del lugar común y por momentos sí que cae en ese abismo: en el hueco seco de las fórmulas. Frases hechas, situaciones previsibles, un tono algo altisonante –lleno de buenismo– en la manera de exponer el encuentro de Nour con una profesora de canto y la esperada redención a través del arte. Y es que este muchacho, capaz de sacarse de su joven pecho una bella versión de “Una furtiva lacrima”, tiene un don misterioso. Y quién se puede resistir a la gratuidad.

Los cuatro hermanos al cuidado de la madre enferma componen un inusual retrato de la masculinidad, y de su actual orfandad. La sorpresa se pierde cuando la película busca afanosamente el estatus de tesis sociológica o de plantilla para sacar a relucir los problemas derivados de la crisis del postcapitalismo.  El cine sobre las periferias –incluido el colombiano– parece seguir encontrando en la juventud una cantera para hablar de asuntos más grandes. Un muchacho es, esencialmente, un ente acusatorio. A través suyo se pueden denunciar todos los males de la sociedad, reservándose cierto encanto en la arenga. Un joven, incluso si está airado, conserva la gracia en medio del malestar.

Mis hermanos y yo 2
“El cine sobre las periferias –incluido el colombiano– parece seguir encontrando en la juventud una cantera para hablar de asuntos más grandes. Un muchacho es, esencialmente, un ente acusatorio”

Es fácil caer rendido ante la sonrisa de Nour cuando finalmente –y con la ayuda de la mencionada profesora– se saca la frustración de sus adentros mediante el canto. La profesora lo invita a mirar desafiante, y a sonreír; y a qué joven le queda difícil darle rienda suelta a ese gesto que lo eterniza. Viendo a Nour levantarse por encima de su ambiente opresivo recordé una carta que Pasolini escribe en la primavera de 1941; en ella describe una escena que podría entrar en una novela de Pavese (el escritor del verano y de la juventud).

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Cuando habla de los muchachos, en esa carta, Pasolini lo hace en estos precisos términos: “no les importa el mundo alrededor de ellos, continuando con sus vidas, llenando las noches con sus gritos. […] Todo en ellos se transforma en risa, en carcajada”. Los hermanos y yo, que pudo ser una película lastimera, embelesada en la miseria, encuentra un intersticio para lo luminoso. La luz es Nour, su furtiva risa, expresión última de su talento. Esta película, en su medianía, se salva por semejante milagro.

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