El retorno a lo natural
Vivimos en una época en que la relación con el mundo natural está siendo revaluada por el mundo humano en tanto que el segundo ha estado alterando de manera irreversible al primero. El cambio climático, por un lado, con sus múltiples y letales efectos; y el desastre ambiental de las basuras, por el otro, forman unas pinzas asfixiantes para los dos mundos.
Se podría afirmar que gran parte del problema que afrontamos se asoma ya en la frase introductoria de este ensayo: lo natural y lo humano son campos distintos e inconmensurables. Nos relacionamos con el mundo natural como sus amos y dueños, listos para cuantificarlo, transformarlo, reificarlo, instrumentalizarlo. Todo esto lo hacemos desde la otra orilla llamada subjetividad, espíritu, humanidad.
Entre las dos orillas establecemos una obvia jerarquía: lo natural está para servirle a lo humano en tanto lo humano construye la distinción misma, es el lugar desde donde se determina que hay orillas opuestas. Esta postura presupone que el ser humano es superior a la naturaleza porque es capaz de auto-reflexión, además de tener la cuasi-divina capacidad de producir cosas completamente nuevas en el universo: las suites para chelo de Bach, Tenochtitlan, la escritura. Una posible lectura de la modernidad consistiría así en entenderla como el momento en el que lo humano se coloca en el centro del universo y lo pone a su servicio. Los últimos 200 años han consistido en una implacable y creciente acusación contra dicha actitud.
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Esta es la idea detrás del recientemente creado concepto del Antropoceno, una unidad de tiempo geológico, que describe el último periodo de la historia de la tierra, cuando la actividad humana comienza a tener un impacto significativo en el clima y los ecosistemas del planeta. Aún no se llega a un consenso sobre el comienzo de dicho periodo: para unos científicos arranca con el proceso de industrialización en el siglo XIX; para otros, con la descarga de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Somos testigos de un creciente número de movimientos sociales, artísticos y económicos que plantean una revaluación de la relación entre seres humanos y naturaleza. No obstante, emanando de las sociedades modernas mismas ya ha habido a lo largo de su historia contra-movimientos a la visión particular de la modernidad, apologías del mundo natural: el romanticismo alemán, la figura del salvaje noble, la cultura del cuerpo libre. Han sido intentos por recuperar al ser humano para el mundo natural, volverlo a insertar en su hábitat original, regresar a un monismo universal.
En estos movimientos el ser humano se percibe como parte constitutiva del todo, mas no la más importante. Juega un papel sin ser el centro, mucho menos la totalidad. Al reconocernos como parte del mundo natural, lo que le hagamos a él nos lo estamos haciendo a nosotros mismos.
Lo natural
Quisiera explorar el concepto de lo natural como creación de lo humano, es decir, como construcción social. Lo que se entiende por lo natural tiene un origen ideológico. Tomemos como ejemplos casos en los que se emite un juicio normativo, moral, utilizando la naturaleza como fundamento legitimador. Así, la homosexualidad y el género no-binario han sido rechazados debido a su contravención a la supuesta naturalidad. Son actos humanos que se enfrentan a lo natural y, por tanto, deben ser combatidos.
En estos casos está claro el matiz ideológico o social que le da contenido a “lo natural’ para legitimar una crítica a ciertos comportamientos y creencias. Se utiliza como arma para ejercer poder y control sobre ciertos segmentos de la población con los que no se está de acuerdo. Lo natural determina cómo se debe comportar lo humano, sirve de guía para distinguir comportamientos aceptables de aquellos que no corresponden al orden natural y a la armonía del mundo.
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De la misma manera pero en sentido inverso, lo natural también ha representado lo otro de la civilización. La figura del bárbaro o el salvaje ha acompañado la historia colonial de Europa como un habitante primitivo, violento, irracional, es decir inferior, del globo en tanto es aún parte del mundo natural sin haber logrado elevar su espíritu, su humanidad sobre él.
En este caso, lo natural representa aquello de lo cual necesitamos alejarnos para llegar a ser lo que debemos ser, para realizarnos como humanos y ser libres. Este uso de lo natural para oprimir, explotar y esclavizar a las poblaciones no-europeas del globo es otro ejemplo de su componente ideológico para legitimar el ejercicio del poder. En ambos casos surge la pregunta sobre quién tiene la autoridad, y de dónde la saca, para ser vocero de lo natural, para definir qué es natural y utilizarlo ya sea como fundamento legitimador o como base deslegitimadora.
Esto nos hace sentir cierta aprehensión sobre la idea de un retorno a lo natural. No debemos entenderlo como un retorno a algo que siempre ha existido ahí, con lo cual habíamos olvidado cómo relacionarnos de manera correcta, sino como un cambio en nuestra concepción sobre qué entendemos por lo natural y cómo debemos relacionarnos con él.
Lo natural no es algo neutral, independiente de lo humano; no es fuente ni de legitimación ni de deslegitimación; ni expresión de sabiduría y armonía ni de violencia irracional y barbarie. Aquello que nos obliga a replantearnos nuestra relación con la naturaleza no consiste en que tengamos una relación errada con ella. Aquí no funcionan los conceptos de error y verdad. Lo natural ocupa un espacio semántico diferente.
El problema al que nos enfrentamos es que las consecuencias de esta relación tienen como resultado algo que nadie desea: nuestra propia destrucción. Existe una contradicción entre distintas cosas que deseamos y que se excluyen mutuamente. Por un lado, exigimos riqueza y satisfacción material, comodidad, eficiencia, gratificación instantánea de deseos. Con base en ello creemos lograr la felicidad.
Por el otro, las condiciones necesarias para satisfacer estas exigencias y deseos (producción desacerbada, extractivismo, etc.) están excluyendo a una porción cada vez mayor de la población del planeta de la posibilidad de satisfacer ya no solo sus deseos sino sus necesidades básicas. Vivimos en contradicción con nosotros mismos. Nuestras expectativas como ciudadanos de un mundo capitalista posindustrial no se corresponden con la realidad que esas mismas expectativas generan.
Un precio por pagar
Así que no es un problema de error o verdad, de estar errados en nuestra manera contemporánea de vivir. Es un problema de inconsistencia, de no ser consecuentes con nosotros mismos, de no querer darnos cuenta de que el modo en que hemos vivido lo han pagado otros, y ahora lo estamos comenzando a pagar nosotros mismos.
¿Adónde van las basuras que a diario salen de nuestros hogares para desaparecer de nuestras vidas ¿Qué le ocurre al planeta cada vez que tomamos un avión para visitar a familia o amigos, salir de vacaciones o participar en una conferencia; cómo se fabrican los productos que consumimos? Vivimos intencionalmente sumidos en ignorancia, cómplices de un sistema que cuelga una cortina entre la realización de nuestra felicidad y su precio.
No necesitamos rehabilitar un concepto de lo natural para regresar a él como a un edén que solo existe en tanto nuestro presente nos encamina a nuestra desaparición. Necesitamos hacernos verdaderamente responsables de todos nuestros actos, comenzando por aquel fundamental de vincularlos con sus consecuencias locales y globales. Necesitamos desmontar la cortina y asumir responsabilidad por el precio de nuestra felicidad y nuestro bienestar, lo cual muy probablemente nos llevará a su redefinición.
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