No se habla de empleo

“Preocupa que no es el empleo la gran preocupación de los candidatos presidenciales. Son otros debates, algunos en exceso triviales, los que mueven hoy la agenda”.

Si hay un debate trascendental que los candidatos presidenciales deberían abordar es cómo superar el desempleo e incrementar la productividad económica. Poco se puede creer en las cifras de crecimiento cuando la pobreza y la marginalidad desdibujan la estabilidad territorial.

Lo hasta ahora expuesto en materia de empleo en la carrera presidencial resulta por demás insuficiente de cara a alcanzar el anhelo de que todos aquellos en condiciones de trabajar -y que quieran hacerlo- se encuentran efectivamente trabajando, ya sea como empleados de una empresa o emprendiendo.

Aunque el concepto de pleno empleo es más bien teórico (pues es prácticamente imposible encontrar un caso en real en donde el desempleo sea exactamente cero), diversas experiencias en el mundo muestran que el éxito de cualquier un país va de la mano con que sus ciudadanos obtengan su sustento mediante un oficio, que no solo garantice el consumo mínimo por hogar sino también su sostenibilidad a futuro.

En todo 2021, Colombia registró una preocupante tasa de desempleo de 13,7 por ciento, alrededor de 3,35 millones de desocupados, siendo Cúcuta y Quibdó las ciudades con peores guarismos, con 20,6 y 19,4 por ciento respectivamente. A pesar de la elogiada reactivación soportada en el indicador de crecimiento económico del 10,6 por ciento obtenido el año pasado -cifra más elevada de nuestra histórica republicana-, para enero de 2022 el porcentaje de desocupados aumentó en 0,9 por ciento. Esto sin olvidar el desafortunado indicador de informalidad económica que en las principales capitales está en 46,7 % y a nivel nacional ronda el cincuenta por ciento.

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Y es que el mercado laboral colombiano es bastante imperfecto. Además de la errática intervención estatal en la economía, que año tras año establece regulaciones absurdas para las empresas, condicionando su operación y lesionando la estabilidad laboral de los trabajadores, a nuestros ‘aperturistas’ gobiernos les ha faltado norte para comprender el desarrollo de asociaciones público-privadas que incentiven la productividad y amplíen los puestos de trabajo, más allá de las ya conocidas actividades extractivas agrícolas y mineras que como es tradición agregan poco valor.

No es de Perogrullo afirmar que si hay un país verdaderamente rico en América latina ese es Colombia. Nos ufanamos de contar con infinitas variedades geográficas, riqueza en recursos naturales renovables y no renovables, costa sobre dos océanos y una diversidad sociodemográfica igual o más significativa que la que, por factores asociados a la cultura, hizo competitivo a Norte América y Europa occidental.

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¿Cómo superar el desempleo e incrementar la productividad económica?

La “paradoja de la abundancia” colombiana radica en que una buena parte de las regiones que gozan de dichos privilegios están sumidas en la pobreza, no solo monetaria sino multidimensional. Es decir, tienen enormes carencias en materia de acceso a bienes materiales y servicios sociales de cuya consecuencia se deriva el atraso cognitivo, la vulnerabilidad física y las violencias, entre otros determinantes.

Dice también la teoría económica que la estabilidad y sostenibilidad económica de largo plazo va de la mano con políticas de generación de empleos y un rol protagónico de las empresas. Por supuesto que no estoy descubriendo el agua tibia. Pero ante este postulado, preocupa en todo caso que, aunque el país se posiciona como la cuarta economía latinoamericana, por detrás de la brasileña, la mexicana y la argentina, es cierto también que somos frágiles frente a la turbulenta economía global y con cada embate se lesiona la economía de personas, familias y empresas.

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Preocupa, por lo que hasta ahora se observa, que no es el empleo la gran preocupación de los candidatos presidenciales. Son otros debates, algunos en exceso triviales, los que mueven hoy la agenda. Cuando los que quedan en contienda discuten sobre economía lo hacen con imprecisiones conceptuales, sin arrojo y con una visión miope. A manera de sugerencia, valdría la pena considerar el ejemplo de países que, con trayectorias similares al nuestro, en poco tiempo lograron resolver la pobreza asociada a ingresos mediante el establecimiento de Zonas Económicas Especiales (ZEE).

Las ZEE son territorios tutelados por empresas extranjeras, con infraestructuras modernas, condiciones fiscales e incentivos regulatorios eficientes; con legislaciones comerciales, industriales y empresariales que promueven la industrialización, las actividades emprendedoras y la producción de bienes o servicios mediante el libre flujo inversiones de capital.

Basta con revisar lo hecho en países como Corea del Sur o Irlanda, o una ciudad-Estado como Singapur durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX. O por ciudades como Hong Kong, Shenzhen y Dubái, o países como Eslovenia o Croacia más recientemente, que además son interesantes ejemplos de gerencia pública asociada a resultados.

O el milagro económico chino concentrado en la mayoría de sus ciudades costeras, otrora con altos niveles de pobreza, el cual se basó en la adopción de mejores prácticas regulatorias y reformas económicas por parte del Gobierno central. ¿Resultará complejo dejarnos ayudar por quienes ya hicieron esa tarea y considerar los casos de éxito en el mundo como una plataforma de avance?

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Candidatos: estamos en mora introducir un modelo de crecimiento exponencial y diferenciado a partir de la inversión extranjera directa. Convendría, entre otras cosas, aprovechar los hallazgos de la Misión para el Sistema de Ciudades (2014), desde los cuales se reconoce el potencial de las 18 grandes aglomeraciones urbanas, conformadas por 113 municipios (41 de ellos con más de 100.000 habitantes), en donde habitamos el 76 por ciento colombianos y se produce cerca del 85 por ciento del PIB Nacional.

Aunque posiblemente el bus de la industria pesada, propio del siglo pasado, ya nos dejó, ¿podremos algún día reconocer la enorme oportunidad de potenciar la industrialización mediante industrias creativas, empresas de economía circular y la producción manufacturera para la distribución y consumo a gran escala? ¡Cuánto más se nos queda por fuera…!

Una visión de este nivel integraría a Colombia con el mundo, reconocería el infinito potencial de nuestro territorio y sentaría las bases de una economía descentralizada inclusiva, basada en el mérito y las oportunidades. Contribuiría en un mediano plazo a superar el atraso económico reduciendo el gasto público social; facilitaría el fortalecimiento de las cadenas de valor local y promovería una más cualificada y competitiva oferta de servicios.

Parafraseando al expresidente Alfonso López Michelsen, alzaríamos la mirada de nuestro ombligo y dejaríamos de ser el ‘Tibet’ de Sudamérica.

Por: @dialbenedetti

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