Nobleza y política
Muchos de los más grandes hombres no han sido sino los más egoístas y más dañinos de los hombres de toda la historia.
Este suceso no lo celebraron las canciones ni tampoco lo registraron los grandes y conducentes anales. Las tumbas de los actores pertenecen a la categoría de las tumbas sin mayor categoría o rememoración. Quizás algún maestro rural, investigador de la historia de su aldea, en el ejercicio de su vocación, se estremezca un poco en su piel al exponer estas actuaciones como paradigmas y sueños de voluntad y de sacrificio ante sus pupilos.
No obstante, la recogió el inmenso Maeterlinck y yo la repito ahora.
Son los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Los alemanes ocupan la pequeña aldea belga de nombre Aerschot. Preocupados los teutones por la posible existencia de francotiradores, comienzan a disparar en varias direcciones. Una de esas balas hiere a su coronel y se difunde la noticia de su asesinato. El capitán que asume el mando selecciona a algunos notables. Uno de ellos deberá ser ajusticiado, como represalia. El nombre que se define es el del burgomaestre.
Al oírlo, otro ciudadano se adelanta.
Llámase Claes van Noffe. Refiere que ha sido el más constante adversario político del jefe de la ciudad, pero que ahora, más que nunca antes y ante tan grave emergencia, la comunidad lo necesita. Cuestión, argumenta, que se precisa para recuperar un poco la moral ya muy herida de sus habitantes. Y se ofrece para morir en lugar del burgomaestre.
Este se levanta, le agradece y asegura que no es necesario, pues ya ha vivido lo suficiente y ya ha hecho el bien que estaba a su alcance. Pide clemencia para los demás ciudadanos y pasa, tranquilo, al lugar de la ejecución.
Maeterlinck cita la bella actitud y las bellas palabras —epitafio de amor— que la recién viuda pronuncia ante su cadáver. Ella, dirigiéndose a los ejecutores, les expresa: “lo mejor que había en el mundo había vivido”.
La gloria está en el gesto, dijo Borges.
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Algún ingenioso precavido elemental, poco moral y muy subrepticiamente interesado, le hubiese recomendado a van Claes guardar silencio allí, lamentar el hecho y pronunciar luego, ante la tumba, una ditirámbica oración fúnebre recapitulando las virtudes y el sacrificio del fallecido, para cosechar opinión y votos.
Pero no. Aquí la verdadera nobleza del alma toma la distancia debida de lo oportuno, ampara ella esas elevadas y generosas actitudes; asume su verdadera luz y hace desaparecer el miedo y las consignas de cualquier interés. La vida y la muerte, frente a lo magnánimo, pasan a ser relativas y secundarias.
Se me ocurre, a veces y ante semejantes sucesos, pequeños para la Historia, pero tan grandes en su significado, que la memoria de los hombres es injusta. Los dos personajes de esa mínima ciudad merecen, tanto como los héroes más altos, su sitial en los anales de la humanidad.
Para resarcirlos un poco, tal vez debamos referirnos a la sugerencia, no solo esotérica sino también de algunos científicos, que hablan de los registros akashicos, que son como los archivos etéreos en donde este universo cuasi infinitos guarda todos los hechos de todo lo que en este mundo ha acontecido.
Hay científicos que aseguran que las palabras de Jesucristo, por ejemplo, perduran en ondas débiles que algún día algún instrumento podrá rescatar. Parecido —y está sustentado— es que los supuestos habitantes de una estrella situada a un poco más de 200 años luz de distancia de la tierra, podrían ver, hoy, desde allá, las imágenes de la batalla de Waterloo, viajando ellas en la luz de ese día, con la consiguiente derrota de Napoleón ese domingo 18 de junio de 1815.
Al fin y al cabo, la luz y la imagen que desde aquí vemos de una estrella ubicada a esa distancia no es la de hoy, sino que es la vieja luz viajera que ella emitiera, nada menos que hace 200 años. Y también la imagen que ve de un tren que se accidenta, un observador situado a 10 metros, tarda unas milésimas de segundos en llegarle, la misma imagen, a otro observador situado, para el caso, a 200 metros. Y es la misma imagen que viaja en el tiempo, con la luz la cual espera un ojo, y que no se pierde.
Allí, para justicia de la igualdad en lo sublime, estarán en el mismo alto lugar el señor van Claes y el burgomaestre de Aerschot. Y quizás hasta en un sitial más alto que aquel en el cual se encuentran muchos de los llamados grandes hombres de la historia. Porque, como aseguró alguien, muchos de los más grandes hombres no han sido sino los más egoístas y más dañinos de los hombres de toda la historia.
Sin embargo, como se advierte, también puede haber nobleza en la política.
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