Nostalgias de la noche
Cuando hace muchos siglos el hombre no había invadido aún con la luz de su artificio a la noche, imaginemos cuántas sucesivas horas, en medio de esa temprana oscuridad general, no dormido sino ensimismado, meditando, fabulando, creándose mitos inspirados en esa negritud obligada, pasaría, pausado y pensativo, el hombre de aquellos días. Ausente la luz, nuestros antepasados, al llegar la noche, suavemente regresarían a la niñez.
El crepúsculo, al contrario de lo que hoy ocurre, debió ser como una tenue campanada lenta que anunciara la paz de los afanes. Una tregua. Hombres y animales, tierra y naturaleza, espíritu y materia, iban a recogerse en sí mismos, todos unidos en la atenta comunión con la oscuridad. En aquellas noches la noche tranquila dormía… y soñaba.
Eran no solo bellas sino también vigentes aquellas palabras de San Agustín: “En el silencio de la noche cuando ocupa el dulce sueño a los mortales”. Lezama Lima, en “Paradiso”, siglos después las completaría: “La dormición creaba un tiempo fabuloso… adormíase la criatura a la orilla fresca de los ríos, bajo los árboles de anchurosa copa… y, sonriente, iniciaba sus cantos el boga en el amanecer de los ríos.”
Ahora, nada de ello. Impíamente le hemos robado su joyel a la noche, y el ser humano y todo lo que lo rodea, paga por ello. Como hemos suprimido esa nocherniega pausa, el anochecer viene a ser un rescoldo de nuevas o de semejantes ansias diurnas. La invención de la luz artificial ha hollado el ritmo natural de nuestro universo.
Examinemos al antiguo. Para este la noche se confundía con las entrañas de la tierra. Silencio puro, y en su rondel más visibles las potencias escondidas de nuestra mente (hoy lo llamaríamos lo inconsciente); la sensación de entrar en otros mundos; la sombra y la muerte posibles; abandono del dios Sol; horas para la comunicación con el más allá; abisal sensación de los dones de la naturaleza, y la esperanza en el retorno de las horas de la aurora, todo eso era la noche. Con la violación de la noche hemos renunciado a esa otra vida mágica.
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“El día tiene ojos, pero la noche tiene oídos”, así poetiza el viejo proverbio. Antes, en aquellas remotísimas edades, en las noches cerradas existía la posibilidad cósmica de escuchar el silencio entre todos los silencios. Hoy, tanto el día como la noche tienen muchos ojos, aunque esta última y por ello, lleva menguantes sus oídos
Celebró Borges, como algo con suma de poesía, la expresión popular que simboliza la llegada tardía al decir “le cogió la noche”. Talvez porque en esos tiempos la noche, al envolver a todo lo circundante en la oscuridad, suspendía el traslado de los humanos y les obligaba a esperar la salida del Sol. Aunque, también, esa necesaria pausa nocturna lo sería igual muy propicia para enamorar y hacer el amor: “Por los aires viaja el silbo del caminante que busca techo y mujer para hacer noche”.
Sin más guías que sus ojos hacia el cielo, los marineros siempre, y los viajeros del lejano antaño que se aventuraban a transitar sus caminos en las noches a la luz de la luna, medían sus pasos, no por los aparatos inexistentes sino por las estrellas. Peregrinos que tenían por norte el universo estelar eran ellos; eran ellos los que establecían una hermandad cómplice entre los seres humanos y las estrellas.
Vicente Alexaindre, de Sevilla y Nobel de literatura, en alta poesía reúne varios de los elementos de la noche, así:
“Se enamoró de noche. Bajo el mar las luces.
Todas las hondas luces de luceros hondísimos.
En el abismo estrellas.
Se enamoró del cielo, donde pasaba luces.
Y reposó en los vientos, mientras dormía olas.
Ay, unidad del día en que, en amor, fue noche”.
La noche, por efectos de nuestra luz artificial, ha perdido buena parte de su misterio. Y como todo misterio que se aclara, nos deja tristes y huérfanos con la pérdida de una ilusión. A la noche se le ha malogrado el centro de su encanto. Se juega, se trasnocha, se bebe, pero también se trabaja; y esto último bien representa la invasión prosaica del día sobre los terrenos de la poética noche.
El día masculino y la noche femenina. ¡Qué sutil era ella! ¡Y que buen cómplice! ¡Y que suave y lenta se derramaba! Noche plena de dulcedumbre, clara de recogimiento, pacífico espacio sin límites, pabellón suave del amor, camino del cielo, si acaso algunas veces con el lejano y tan amoroso brillo lunar.
Noche que antes cerrabas el mundo y el mundo meditaba. Primitiva noche que en la soledad de tu vereda expandías el universo. Noche que te servías de tus propias sombras para volver manso al tiempo y al hombre. Noche, callada velera, de nuestras almas íntima coplera, que nunca has de regresar, recibe, mancillada virgen, estas mínimas palabras como un pequeño homenaje a las nostalgias de la noche.
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“Cuando llegaba la noche
Noche que noche nochera,
Los gitanos en sus fraguas
Forjaban soles y flechas”
Podrían acompañar tus palabras, diría Federico Garcia Lorca
No podemos perder la esperanza de un país en paz.
Sentimiento de nostalgia en este maravilloso escrito. En cielos limpios como en La Palma Canarias, la bella inspiración descrita, se convierte en sorprendente realidad, cuando en épocas de verano la bóveda infinita del azul cielo, permite contemplar, cuando agoniza el día, como la oscuridad de la noche atrapa los últimos destellos de luz, lenta, muy lentamente, para luego dar paso a la magia multicolor de la vía láctea y a los millones de estrellas saltarinas.