‘Nuestra película’ de Diana Bustamante: nuestros cuerpos frágiles *

Se estrena hoy 1 de junio el largo documental ‘Nuestra película’, dirigido por Diana Bustamante y recreado a partir de archivos de imágenes emitidas o descartadas por los medios de comunicación colombianos en las décadas de 1980 y 1990. Violencia, multitudes, gritos, rabia, duelos, miedo y resistencias. ¿Podemos estar, ahora, a la altura de ese archivo nacional de gestos dolorosos y memorias traumáticas?

Nuestra película, largometraje documental de Diana Bustamante, agita el archivo del pasado y los repositorios en los que se asienta la memoria colombiana de la guerra para imaginar la posibilidad de un nuevo nosotros, de otra película nuestra, de una comunidad más amplia y plural que aquella que resulta de pensar el mundo –o un país– distribuido en puros e impuros, en amigos por salvar y adversarios por destruir.

Para llegar a esta condensación de sentido ético y de responsabilidad histórica, la directora/narradora y la película recorren un largo camino de rememoración y de acercamiento afectivo, pero también de análisis y atención. Las imágenes de la guerra que Nuestra película recupera no se bastan a sí mismas, no están cerradas, no se imponen como memorabilia estática o definitiva del conflicto armado colombiano. Hay que detenerse en ellas lentamente, mirar su centro y sus bordes, relacionarlas o hacer que choquen, desplazar su sentido original.

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La imagen inicial del documental –uno de esos centros a los que siempre vuelve– es la de un grupo de niñas y niños que, cada noche, canta el himno nacional de Colombia como cierre de la programación televisiva. Esa imagen, con su inocencia y su sentido patriótico, presupone un país felizmente unido. Pero la película reacciona ante esa idealización y rompe el autoengaño. La narradora reflexiona: “yo no soy ninguno de esos niños, pero pude serlo”. Aquí está la idea central que emerge del documental: la guerra nos pasó a todos, no importa si unos la vivieron en carne y hueso, y otros asistieron a ella a través del espectáculo televisivo. El conflicto colombiano nos convirtió en una comunidad de cuerpos frágiles.

Cuestionar los silencios del archivo

Diana Bustamante remueve y reactiva el archivo visual de la guerra en Colombia de un periodo de tiempo muy acotado –las décadas de 1980 y 1990– que coincide con su niñez y adolescencia, la misma de los niños cantores. Esta delimitación tal vez sugiera al menos dos cosas. La violencia colombiana es imposible de abarcar como una totalidad; para su comprensión solo disponemos de fragmentos o astillas. La memoria se parece pues al archivo en el que se guarda, que es también fragmentado, incompleto y sometido no solo al desgaste natural del tiempo, sino a procesos voluntarios de supresión y olvido. El archivo visual envejece (a su piel le salen arrugas, glitches) o se pierde, y parte de él se desecha.

Imposible de dilucidar como un todo comprensible, la violencia y su expresión en las múltiples imágenes de masacres y asesinatos se convierten en una afección, casi siempre paralizante. Para una o varias generaciones, esas imágenes que el documental vuelve a traer al presente fueron parte de su educación sentimental y política, un melodrama diario transmitido por televisión y en el que las fuerzas sociales adquirían tintes cuasi religiosos, como si se tratara de un combate entre buenos y malos, o puros e impuros. Para establecer su siniestra pedagogía emocional, estas imágenes necesitaban ser repetidas; con su insistencia se lograba anestesiar los sentidos y se buscaba programar un destino que excluía cualquier posibilidad de desvío.

Puede ver el tráiler de Nuestra película aquí:

A la repetición mecánica de imágenes, con sus consecuencias emocionales (para la narradora y la niña que fue, y para un país que distintos poderes quieren infantilizado), la película opone una repetición crítica. Nuestra película es un ejercicio a la vez racional y emotivo. Se trata de desaprender, de escapar de una falsa comunidad de intereses y pactos y acceder a otra. Hay que volver a esa cartilla escolar, a ese libro de texto en el que se convirtió la guerra teletransmitida, y aprender todo de nuevo.

Si la repetición es la condición del aprendizaje, entonces hay que darle otro sentido. Nuestra película muestra la recurrencia de acontecimientos y las imágenes que estos deparan, su repetición los convierte en símbolos de una historia que debe ser contada de otra manera. Si los medios transmitieron los miedos para mantener un estado de zozobra y suspensión, la única alternativa es resistir frente a su poder, desactivar su mecanismo. Charcos de sangre, multitudes apretadas que marchan o se juntan para llorar por los muertos, zapatos abandonados, huecos de las balas en paredes o en carros, víctimas que miran a sus espectadores y rompen el espectáculo de las noticias. ¿Pueden estas imágenes significar otra cosa o llevarnos a una comprensión distinta de lo que nos pasó?

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La niña que creció y se educó en estas imágenes fragmentarias recuerda, con su voz de adulta: “Yo, una niñita, lo creía así, que cuando se moría la gente, le salía sangre y se le caían los zapatos… Siempre”. Pero la sangre que se derrama afuera de los cuerpos y el zapato sin los pies que cubren, puede ser también señal de una vida que resiste y permanece, pese a todo; una huella de lo humano que la deshumanización de la guerra no alcanza a borrar

Frente a una producción de imágenes que tiende a volverlas obsoletas y desechables, a convertirlas en basura (la misma desechabilidad de los cuerpos violentados), la película reacciona fijando la atención, deteniendo la imagen o ampliándola, hurgando en la basura o el desecho del archivo, pues muchas de las imágenes a partir de las que Nuestra película se articula son descartes de noticieros, imágenes no emitidas porque alguien decidió que no merecían tener visibilidad. Darle valor a lo desechado, traerlo al centro, es un gesto que recorre la película en varios niveles. Las imágenes revelan que detrás de la guerra colombiana hay un deseo de eliminar lo otro, lo diferente, para que un nosotros fraudulento, incompleto, se imponga. Es una guerra con víctimas diferenciadas y en las que se funden los prejuicios raciales, políticos y de clase.

'Nuestra película' de Diana Bustamante
‘Nuestra película’ de Diana Bustamante

Lo suprimido, no obstante, siempre vuelve, porque lo que se borra deja huellas y restos, sangre y zapatos, a partir de los cuales es posible restaurar una presencia, convocar a los ausentes, hacer un duelo. Como le escuchamos al narrador del cortometraje La impresión de una guerra (Dir. Camilo Restrepo, 2015): “la historia del país está sin embargo escrita… en otra parte, por una multitud de huellas. Marcas voluntarias o accidentales, ostensibles, fugaces o disimuladas”. Nuestra película comparte con el cortometraje de Restrepo esa hospitalidad o acogida a la huella y al desecho. Así, el documental de Diana Bustamante construye una contrahistoria, una ética que se opone a la visibilidad de los triunfadores, con sus simulacros simplificadores y sus fantasías de homogeneidad y plenitud.  

El propósito no es pues solo hacer un ejercicio de memoria como un museo de gestos embalsamados, sino provocar movimiento e inquietud. Se trata de desnaturalizar la violencia y de que cada espectador se pregunte por su lugar ante ella, que se sienta y se sepa implicado. ¿Por qué permitimos esa degeneración de la guerra? ¿Por qué la normalizamos? ¿Cuánto humanidad sacrificamos en esa banalización? ¿Podemos estar, ahora, a la altura de ese archivo nacional de gestos dolorosos y memorias traumáticas? De las respuestas a estas preguntas –y el documental se ofrece como una de esas posibles respuestas– dependerá que cambie el guion de “nuestra película” futura.

Nuestra película
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* Este texto se escribió con ocasión del estreno de Nuestra Película en Estados Unidos (en noviembre de 2022, durante el DOC NYC, el festival de cine documental más grande de ese país).

4 Comentarios

  1. La película es muy intensa y genera una afectación increíble. Es muy sorprendente a pesar de que los hechos los conocemos. Me pregunto si lo que ocurre con el documental es que al sacar ese archivo y ponerlo en el presente eso que Pedro dice que fue melodramático en su momento se convierte en terror. Es como si lo que en su momento se presentó como un drama televisivo al volver. Ser presentado se transformara en un relato escalofriante. Ver imágenes de un noticiero en donde Pizarro va al entierro de Bernardo Jaramillo cuando uno sabe que a Pizarro también lo matan es muy aterrador. La película sí logra que nos pensemos en relación a esa violencia que yo no estoy de acuerdo en que haya que desnaturalizar porque no entiendo muy bien si la violencia es una forma artificial o si está en la naturaleza. Creo que la película sí nos obliga a que nos preguntemos cómo hemos podido vivir y dejar vivir en esta situación de cercanía de la muerte y cómo es posible que el exterminio haya sido la manera sistemática de actuar en Colombia (y casi que en el mundo). Por otro lado, me parece que la película es fundamental porque señala el pasado tan pasado por alto en el presente. Hay que recordar que hubo ese momento, que es a violencia fue implacable y que tenemos que preguntarnos si vamos a permitir que siga pasando, que vuelva… es un gran ejercicio de memoria. Gran reseña, Pedro

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