Unir piezas, la obra-collage de Juan Cárdenas
La fascinación por unir piezas de collage lleva a la autora de este texto a emparentar esta técnica con la narrativa del autor colombiano Juan Cárdenas.
Por Stephania Ballén Vargas
“El biólogo se rio, tosiendo con los ojos cada vez más hinchados, aunque su cabeza seguía tejiendo, tejiendo, conectando pedazos de recuerdos, en procura de la imagen total.”
Juan Cárdenas, El diablo de las provincias
Partes
Si pienso en la visualización de la poética de un escritor o escritora, me remito inmediatamente a la técnica collage y al collage como producto. Con esto me refiero a la escritura como el proceso de juntar partes que claramente llevan a un todo y que, como piezas individuales, pueden no ser evidentes para quien ve el producto final; sin embargo, cuando el observador se detiene a detallarlas, salen a la superficie.
El diablo de las provincias fue mi primer acercamiento a la obra del autor payanés Juan Cárdenas. Lo que más me llamó la atención de esta novela fue la forma en la que el narrador le presta atención a los fenómenos naturales y las conexiones directas que establece entre estos y la vida de los personajes. Se podría creer que lo anterior es una obviedad, pues el protagonista es llamado por el narrador como “el biólogo”; sin embargo, la propuesta de Cárdenas trasciende este simple apelativo porque dentro de la historia, el tratamiento de los temas y la narración dan cuenta de la imposibilidad de dividir la vida o las formas de vida; los microorganismos, las plantas y los animales habitan el mismo terreno que los humanos y en la escritura del autor estos son espejos unos de otros, se sobreponen o se imitan.
El biólogo no solo encarna a un hombre confundido que luego de un viaje largo regresa a casa materna (jetlag existencial); su mirada del recién llegado es clave porque le permite asociar eventos que para los lugareños pasan inadvertidos: “Con la distancia que le daba el hecho de vivir lejos de todo eso, con frío interés científico, el biólogo constató muy pronto que ser víctima de aquel espectro de los grupos armados le había otorgado a su casa un aura de respetabilidad: quedaron de inmediato y para siempre del lado de la gente bien, de los honrados, de los justos, casi majestuosos en el sufrimiento” (página 123).
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El embarazo adolescente, los monocultivos, la homosexualidad como condena ante la cerrazón y violencia de la sociedad, los grupos armados y el impacto de la televisión y la prensa en las personas son temas que en la novela son hilados de manera sutil y progresiva: el lector no se da cuenta de todo el entramado sino cuando ya ha avanzado en la lectura y la misma narración se encarga de recoger cada una de las partes del collage: “las asociaciones y las ideas, los datos, los recuerdos del tío, un bebé con la cara peluda, la prótesis de una pierna, una virgen abandonada en un nicho con forma de concha, el asesinato de su hermano, un hombre con cabeza de escarabajo, un monocultivo de edificios, la pasiflora, los ojos desorbitados del tío Remus […]” (página 114).
Cada vez que leo una novela o un libro de cuentos, a medida que avanzo se va desplegando una serie de imágenes, como si se tratara del carrete de una película; no todas ellas siguen un curso lineal y, en su mayoría, son fragmentos que piden otros modos de asociación, más afines a la unidad heterogénea de un collage. Justo ahora que revisito las páginas de El diablo de las provincias (2017), Zumbido (2010) y Volver a comer del árbol de la ciencia (2018), noto que dejaron en mí una impresión similar: Cárdenas hila por partes, recorta y une pedazos, en apariencia distantes, nos hace pensar que juega con nosotros al llevarnos de una digresión a otra; sin embargo, al final todo conecta y nos ofrece una imagen distinta e insospechada del contexto colombiano. ¿Cómo identificar aquellas partes del collage? A modo de un mapa sobre la poética de Cárdenas, me remitiré a algunas de esas partes que logré ver en las tres obras ya mencionadas.
Apagón
En “Leer a oscuras. Notas sonámbulas en torno a Felisberto Hernández”, texto ensayístico incluido en Volver a comer del árbol de la ciencia, Cárdenas se refiere al acto de leer como una forma de andar a oscuras. En este sentido, la oscuridad, por muy paradójico que suene, es una oportunidad para ver la realidad “bajo los focos de la experiencia anestésica”. La falta de luz y, más exactamente, la pérdida repentina de la luz (el apagón) es un recurso que Cárdenas también utiliza en su obra para resolver tensiones. Así, la presencia de la oscuridad se ata a un despertar en los personajes, como si lo que verdaderamente iluminara fuera la ausencia de luz. En Zumbido, por ejemplo, la oscuridad redime al protagonista. No se trata de una oscuridad cualquiera, sino de un apagón provocado por una tormenta. En medio de una atmósfera hostil y confusa, la oscuridad abriga a los personajes y se vuelve un refugio: “Moviéndonos casi a tientas cada uno encontró su sitio en los sofás. La oscuridad y el sonido de la tormenta formaban un huevo acogedor alrededor de nuestros cuerpos” (página 140).
Por su parte, en El diablo de las provincias la oscuridad propicia el espacio para poder reflexionar y pensar con claridad. El díler, amigo del biólogo, le recomienda bañarse a oscuras como una forma de terapia: “Esa es la mejor manera de ordenar las ideas. Hágame caso. Con todas las luces apagadas […] Y allí adentro, en la ducha, con esa oscuridad y el agüita envolviéndome el cuero yo veo clarito: qué gonorrea, se ve clarito y al toque: la mitad de lo que uno vive solo pasa dentro de la cabeza. Y de la otra mitad pasa en la lengua, en la habladera de mierda, sí o qué” (página 131).
De esta manera, se van sumando mecanismos que son activados a través de la oscuridad en la escritura de Cárdenas: oscuridad como oportunidad de escape y oscuridad como atmósfera propicia para la reflexión, para ver mejor. A este par se le suma el apagón como fuente de especulación. En el cuento “Una época sin malas noticias”, se ve la luz un domingo en un lugar de Madrid y una pareja aprovecha para transitar las calles desoladas. La mujer describe el momento como si se tratara de un apocalipsis zombi y sostiene que tanto ella como su pareja piensan en la posibilidad del apagón como resultado de un atentado terrorista. En este texto la oscuridad es la ambigüedad de su causa y, asimismo, devela la inseguridad de dos personas extranjeras en España: “Fue un momento muy raro en el que me sentí absolutamente extranjera, como no me había sentido en todos esos años, una boliviana perdida en Madrid, caminando de la mano de otro sudaca […]” (página 115). La mujer se pregunta si esa ida repentina de la luz es una forma de devolverse al paleolítico, “[…] que las fuerzas opresoras del planeta o las fuerzas liberadoras, tanto da, hubieran decidido que es hora de retroceder los relojes y vivir sin las comodidades de la vida moderna, empezando por la luz eléctrica […]” (página 119). En medio de la oscuridad, los personajes logran llegar a casa, prenden unas velas y empiezan a sentir el mundo como si fueran lagartos. Una vez más, la vida animal como espejo o imitación de la vida humana.
En el cuento “Por la trocha”, una mujer capataz galopa su yegua en medio de la noche y, a medida que avanza, ella y sus pensamientos se funden en la oscuridad del monte, se mimetiza con la naturaleza y sus misterios: “[…] ahora que voy cabalgando en la oscuridad, alimentando la sensación de que me estoy metiendo en el interior del paisaje […] con el ojo acostumbrado a la tiniebla, me parece que puedo ver por fin el funcionamiento de sus engranajes, su complejo sistema de apariencias” (página 61). Aquí la oscuridad trastoca los límites de la realidad.
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Creer
La tierra, como siempre, displicente y callada,
Al gran poeta lírico no le contestó nada.
José Asunción Silva, “La respuesta de la tierra”
¿Acaso la tierra nos dice algo? En sus textos, Cárdenas insiste en cómo los discursos científicos han enmudecido a la naturaleza: “Lo único que se puede pensar en mayúsculas aquí son las fuerzas naturales […] La suma de equívocos y mitos es tan intrincada que este paisaje simplemente se quedaba callado, como incapaz de explicarse a sí mismo” (páginas 13-14). La anterior reflexión la hace el protagonista del cuento “Encomendar el alma”; su voz indecisa de alguien que parece vivir en un estado de duermevela logra interpelar al lector: ¿Su amigo Rengifo fue capturado por seres extraterrestres o simplemente desapareció en las capas de tierra del cerro? En ese texto, con lo que se encuentra el lector es con el vocabulario de la tierra, como bien lo llama la escritora mexicana Cristina Rivera Garza al reflexionar acerca de la bala que encuentra el protagonista en el cerro La Tetilla. Para Rivera Garza, la bala condensa el pasado de la tierra y al tocarla se sienten los rastros de la Guerra de los Mil Días. Nada se puede saber a ciencia cierta.
En algo que pone la lupa Cárdenas a lo largo de los textos de Volver a comer del árbol de la ciencia es en la inexactitud del discurso científico, en la imposibilidad de dar cuenta —y más por esa vía aparentemente objetiva— del total funcionamiento de la vida y su complejidad. Así pues, en el cuento “Los mayores fraudes espiritistas” se plantea la posibilidad de que un perro, Nipper, establezca una conexión misteriosa al escuchar la grabación de la voz de su amo, ya fallecido. Esta posibilidad queda abierta en el cuento, como otras tantas. De ahí que la presencia de objetos electromagnéticos sea clave para captar lo que el oído humano no puede. Al final, solo podemos percibir de todo un eco, una impresión. De hecho, esa impresión —parcial— se parece al ruido que emite la cinta de casete que sale de las tripas del perro en Zumbido.
En la escritura de Cárdenas está presente ese alejamiento del control del significado: “No tenemos por qué controlar el significado del ruido” (página 143), afirma el pastor al notar que la cinta extraída de las tripas del perro está destruida. Ante la imposibilidad de escuchar la grabación, queda la ficción. Los relatos ambiguos y los finales en apariencia abiertos del escritor payanés comunican que, tal vez, existe una explicación que se escapa de nuestro entendimiento y que, ni siquiera la literatura logra articular del todo. A pesar de esto, la ficción sí puede generar la sensación de acercamiento, la creciente inquietud, como planteaba Rivera Garza.
Digresión
En septiembre del año pasado, murió el escritor español Javier Marías. Si bien, este no es el espacio para hablar de su obra —a la que le debo grandes experiencias como lectora—, quisiera señalar que sin él no tendría sentido esta digresión. Luego de haber traducido al español Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy de Lawrence Sterne, Marías propuso la inclusión del adjetivo “digresivo” en el Diccionario de la RAE, cuya definición es: “Acción y efecto de romper el hilo del discurso y de introducir en él cosas que no tengan aparente relación directa con el asunto principal”. En relación con lo anterior, en la escritura de Cárdenas notamos una voluntad digresiva: al principio creemos leer varias líneas argumentales que parecieran jamás tocarse, así como asociaciones inesperadas de los elementos de ficción. En realidad, tal digresión se vuelve eje central para dar cuenta de la complejidad de la narración y sus conexiones invisibles al ojo que no está atento a su entorno.
Cárdenas encuentra otra forma de componer su escritura en la suspensión del relato y en la activación de un movimiento hiperasociativo —que podemos relacionar con la técnica collage—. Gracias a esto, la mata de plátano en “Volver a comer del árbol de la ciencia” se convierte progresivamente en una imagen polisémica: es el fruto del Jardín del Edén, es el eje de la masacre de 1928, es un organismo consciente que esclaviza a los seres humanos y es la encarnación misma de la existencia humana. De manera similar, la llamada telefónica de amenaza en “Los mayores fraudes espiritistas” da pie para hablar de los fenómenos acústicos y de lo impresionante que es haber inventado un dispositivo capaz de guardar ondas, capaz de replicar voces. Aquí la ficción se vuelve el espacio para aguzar los sentidos y una invitación a recuperar la capacidad de asombro ante fenómenos naturales y cotidianos.
El recorrido por estas obras sugiere que Cárdenas se encuentra en una constante búsqueda de la forma, una que se distancie de mecanismos predecibles y argumentos manoseados para narrar la realidad. “Volver a comer del árbol de la ciencia” podría ser un relato adaptable a una telenovela si el tono y el tratamiento de lo que está en el fondo (la masacre de las bananeras en 1928) fuera distinto. En lugar de ser escandaloso y optar por una denuncia explícita de la masacre, Cárdenas encuentra en la digresión una manera sutil de decir mucho más a través de la hiperasociación: todo tiene que ver, nada es ajeno a la masacre. Así, cobra fuerza la imagen de una mata de plátano como encarnación de la existencia humana bajo el lente de la esclavitud.
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El todo
Luego de trazar puntos en este mapa de lectura, a grandes rasgos podemos ver en las metáforas biológicas y la atención a fenómenos naturales como la luz (la ausencia de luz) y el sonido un eje central en la poética de Cárdenas. Por medio de estos elementos, el autor logra proyectar esos temas que pueden, en cierta medida, ser propios de una mirada inmersa en el contexto colombiano (lo local), a una escala universal. “Los mayores fraudes espiritistas” es un ejemplo de lo anterior en tanto la amenaza por teléfono (una de las tantas formas de la violencia en Colombia) se convierte en el motor para la reflexión sobre la proyección de la voz y el mecanismo interno de los aparatos que la reproducen. Lo que hace Cárdenas no es apabullar la primera cuestión (la violencia) por medio de reflexiones que alguien podría tildar de eruditas (sobre fenómenos físicos y datos históricos), sino que su apuesta es por ver cómo cada cosa hace parte de un entramado complejo.
El diablo de las provincias, Zumbido y los textos en Volver a comer del árbol de la ciencia son propuestas literarias que enriquecen el horizonte de lectura de un público adoctrinado para digerir historias sobre Colombia y sobre Sudamérica bañadas en sangre, en datos inoficiosos, en conmemoraciones vacuas. Esta forma de tratar la realidad la conecto con lo que afirma el escritor Juan José Saer a propósito del alcance de la ficción: “no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la «verdad», sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y empobrecimiento”. (páginas 15-16).
Referencias bibliográficas
Cárdenas, J. (2017). Zumbido. España: Editorial Periférica.
_________. (2017). El diablo de las provincias. España: Editorial Periférica.
_________. (2018). Volver a comer del árbol de la ciencia. Bogotá, Colombia: Tusquets, Editorial Planeta.
Rivera Garza, C. (s.f.). Un cerro lleno de balas viejas; una escritura geológica de Juan Cárdenas. Literal Magazine. https://literalmagazine.com/un-cerro-lleno-de-balas viejas-una-escritura-geologica-de-juan-cardenas/
Saer. J. (2016). El concepto de ficción. Barcelona, España: Rayo Verde Editorial.
Imagen de apertura: Collage de Yéssica Chiquillo
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