La odisea de la primera Selección Colombia que participó en una Copa América, en 1945
Carlos Castillo Sánchez publicó ‘Cuando perder era ganar un poco’, una novela sobre el primer equipo nacional que participó en un torneo Fifa oficial, en Chile. Divisiones internas, dirigentes incompetentes y jugadores que hicieron de todo para poder participar a pesar de incontables obstáculos y enemigos en el camino.
En 1945, cuando Uruguay ya era campeón del mundo, Argentina tenía seis títulos sudamericanos, Bolivia y Perú ya habían participado en un mundial de fútbol; y Brasil, Paraguay y Chile llevaban 40 años compitiendo en torneos oficiales, Colombia participó por primera vez en un Campeonato Sudamericano, como se conocía en esa época a la actual Copa América. Hasta ese momento, el país era desconocido en el fútbol oficial y solo había competido, con malos resultados, en unos Juegos Centroamericanos en Panamá y unos Juegos Bolivarianos, en Bogotá.
Fue un acontecimiento en todo sentido: el bautizo en torneos oficiales de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (Fifa) para un país que no había sido capaz de armar una liga nacional amateur y que aún no tenía torneo profesional, pero que ya era testigo de una gran afición por el fútbol, que había germinado gracias a los ingleses y que, para ese momento, se había esparcido por el territorio nacional gracias a equipos y clubes —algunos, aún reconocidos— que jugaban amistosos y competían a nivel regional.
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Pero, más allá de eso, fue una aventura llena de intrigas, enemigos y tantas dificultades, que es realmente increíble que el 18 de enero de 1945, los 11 jugadores de la Selección, dirigidos por Roberto ‘el flaco’ Meléndez (el mismo que le dio el nombre al estadio Metropolitano), hayan salido a enfrentar a Brasil en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. “Estamos ciertos de que cualquier individuo o grupo que hubiera tropezado los obstáculos que tuvo que vencer la muchachada colombiana no habría insistido en proseguir el viaje para llegar nuestra capital”, decía El Mercurio, diario del país austral, ese mismo día.
Eso fue lo que le llamó la atención a Carlos Castillo Sánchez, filósofo, editor de ficción de la desaparecida editorial Norma y apasionado por el fútbol, el ciclismo y la literatura. Él conoció la historia gracias a una columna de Jorge Barraza en El Tiempo, llamada Colombia emulando a Marco Polo, en la que el analista argentino contaba la historia y decía, entre otras cosas: “que no haya un libro recogiendo los testimonios de aquellos viajeros al Sudamericano es un crimen de lesa literatura, un desamor”.
Para Castillo era increíble lo poco que los colombianos, incluso los más fanáticos del fútbol, conocen la historia de la Selección Colombia. Así que se puso a investigar. Lo primero que hizo fue buscar en la prensa colombiana y chilena de la época (las crónicas abundaban), y luego habló con los familiares de Meléndez: una de sus nietas y su hijo Rafael, quien recordaba algunas anécdotas de entonces en la que su papá jugaba en el Juventud Junior (actual Junior). El fútbol amateur era tan distinto al actual, que la plata de las taquillas la recaudaba la propia esposa de Meléndez, Carmen.
Luego se sentó a escribir la novela: la descripción del viaje y de sus dificultades, los enfrentamientos entre los dirigentes y las crónicas de los partidos son completamente reales. Pero luego le fue añadiendo a la historia otros elementos de ficción. Sobre todo, para hacer un paralelo entre el viaje de la Selección y La odisea. Le dio mucho énfasis a la relación de Meléndez con Carmen (y la espera de ella) y añadió algunas escenas para equiparar la travesía con la obra de Homero.
Un fútbol incipiente en un país dividido
Lo cierto es que, para 1944, el fútbol colombiano estaba en un nivel bastante pobre. Aún no existía la División Mayor del Fútbol Colombiano (Dimayor, que nacería unos cuatro años después para organizar el primer torneo profesional de fútbol) ni la Federación Colombiana de Fútbol como la conocemos hoy. El deporte, en el país, lo regulaba la Asociación Colombiana de Fútbol (Adefútbol), una entidad que había nacido cuando la Liga de Fútbol del Atlántico, se inscribió como la representante del país a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y a la Fifa.
Su manejo regional —prácticamente era una entidad más de Barranquilla que nacional— y falta de liderazgo (hasta ese momento, Colombia no había participado en ningún Campeonato Sudamericano y no se había podido realizar con regularidad un torneo nacional) le habían granjeado la enemistad de varias ligas departamentales que estaban inscritas a la Adefútbol y tenían que pagar cuotas de afiliación, pero no veían retribución alguna por su esfuerzo.
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La participación de Colombia en el Sudamericano de 1945, de hecho, está enmarcada en ese enfrentamiento. La Federación de Fútbol de Chile, organizadora del evento, había enviado una invitación a los dirigentes colombianos, justo cuando estos estaban en medio de una pelea interna: las ligas de Antioquia, Cundinamarca y Valle querían que la sede de la Adefútbol pasara a Medellín, mientras que las de la costa querían mantenerla en Barranquilla.
El Gobierno nacional había tomado partido por las ligas del interior y prácticamente había ayudado a montar una federación disidente. Pero en Barranquilla sabían que su mejor carta era el reconocimiento de la Conmebol y la Fifa, así que decidieron aceptar la invitación al torneo continental, que había quedado en veremos por las discusiones. Era una forma de decir la federación oficial es la nuestra.
El problema: las ligas del interior no estaban dispuestas a avalar lo que consideraban una federación ilegal, así que no autorizaron la participación de sus jugadores y la Selección Colombia terminó conformada por puros jugadores del Atlántico (sobre todo del Juventud Junior), algunos samarios y solo un par del interior. De director técnico terminó por ser Meléndez, jugador del mismo equipo y, tal vez, el futbolista colombiano más experimentado de ese momento.
La odisea de la primera Selección Colombia
En esa época, los viajes largos en avión no eran comunes. Lo que usaban los planteles que viajaban a representar a los distintos países en torneos internacionales eran barcos transatlánticos (como hicieron los europeos para el Mundial Uruguay 1930), trenes y buses. Y para llegar a Chile a los colombianos tenían que tomar un pequeño avión hasta Cali, un tren hasta Buenaventura y allí abordar un barco que los dejaría en Valparaíso, Chile, en un trayecto de dos semanas.
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Pero con el Gobierno, la mitad de los dirigentes de fútbol y parte de la prensa en contra (en el libro de Castillo hay varias pruebas de los artículos de El Siglo y otros periódicos que se referían al equipo que viajaba a Chile como Selección “costeña“), más una dosis de mala suerte, el viaje estuvo lleno de tropiezos que lo volvieron una tortura.
Los colombianos perdieron el vapor que debían tomar en Buenaventura (la novela aventura una conspiración de los antioqueños como la causa) y, en consecuencia, el viaje se hizo aún más largo: primero, la Selección emprendió el tortuoso camino por tierra hasta Guayaquil (Ecuador) para tratar de alcanzar otro barco, pero después de un viaje larguísimo por tren hasta Popayán y por carreteras destapadas y peligrosas hasta Ecuador, se enteraron de que el único vapor que los podía llevar debía hacer paradas en Perú, y no pudieron tomarlo porque el gobierno colombiano decidió no hacer el trámite de visas con los peruanos.
Finalmente, lograron tramitar los permisos a través de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, pero con el barco lejos, debieron tomar otro que los llevó hasta el Cantón Huaquillas, en la frontera con Perú, y luego tomaron camino por carretera (en buses, camiones o el transporte que se encontraran) hasta llegar a Lima. Para ese momento, la travesía de los colombianos ya era noticia continental y, en Lima, el propio presidente peruano los ayudó: en solidaridad, les consiguió un vapor que los llevó hasta Valparaíso.
Ecos con la actualidad
Los colombianos lograron llegar a Chile, donde fueron recibidos con cariño gracias a la solidaridad que había despertado la historia de su travesía. Y aunque los resultados en el torneo no fueron para nada impresionantes (Colombia perdió 3 a 0 con Brasil, 7 a 0 con Uruguay, 2 a 0 con Chile y 9 a 1 con Argentina durante las cuatro primeras fechas), la Selección ganó su primera copa: la Marsical Sucre, como el mejor equipo bolivariano, al vencer 3 a 1 a Ecuador y empatar 3 a 3 con Bolivia.
Aun así, como dice Sánchez en su libro, su verdadero triunfo, su gran logro, fue abrir la senda del fútbol colombiano y superar obstáculos inimaginables, incluyendo las críticas de gran parte de su propio país, para hacer historia.
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Gracias a ellos, de hecho, Barranquilla terminó quedándose con la sede de la Adefútbol y, años después, impulsados por esa participación, se dio el inicio del fútbol profesional en Colombia. La cosa, sin embargo, no sería tan fácil. Los enfrentamientos entre los dirigentes siguieron y, más adelante, la propia Dimayor terminó enfrentada con la Adefútbol. No fue sino hasta los años sesenta que, gracias a la intervención de la Fifa, se formó la Federación Colombiana de Fútbol con su sistema actual.
Esa situación siguió retrasando la evolución del fútbol colombiano: aunque la Selección fue a otros dos Campeonatos Sudamericanos en los años cuarenta, desapareció después del panorama internacional hasta el Mundial de Chile 1962. A una Copa América no volvió sino hasta 1975, cuando terminó subcampeona. Por eso no es raro que la Selección nacional no haya encontrado un estilo propio y cierto éxito sino hasta finales de los ochenta.
Aún hoy, eliminados del Mundial de Catar 2022, con dirigentes acusados de corrupción por la reventa de boletería y con una liga local mediocre, cuyos equipos no son capaces de avanzar en los torneos internacionales, Carlos Castillo ve que aún hay similitudes con esa primera Selección Colombia que, como buena historia fundacional, tiene ecos en su devenir: “Este libro también sirve para reflexionar sobre la crisis actual y para saber de done viene”, explica en su libro.
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6 Comentarios
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Que buén artículo sobre este libro que cuenta el origen y el camino que ha afrontado la selección de Futbol de nuestro país; la odiséa que tuvieron que vivir en 1945 para partcipar en un campeonato y la que se sigue viviendo ahora por causas que no se quieren superar
Tan interesante conocer estas historias para entender por qué se vuelven a repetir. Ojalá valga la pena que sucedan estas crisis en el futbol colombiano para de una vez por todas vivir a plenitud de los logros nacionales que también debemos reconocer han sucedido.
Buena cronica. Muy informativa.