En la cama de Olga Elena Mattei

Me envidiarán muchos hombres de la ‘vieja guardia’ de Medellín porque estuve en la cama de Olga Elena Mattei y ellos no lo lograron. La poeta, nacida en Puerto Rico pero hecha paisa desde su infancia y llamada la Liz Taylor antioqueña por su belleza, reposa en un mundo raro. Puede acompañarla mientras sueña despierta.

Ojalá que la mente de Olga Elena Mattei esté en Júpiter, el planeta del que más nos gustaba hablar. Pasamos horas, a lado y lado del teléfono, conversando sobre ese planeta, aunque muchas más sobre su vida, su obra; la historia, la arquitectura, las artes plásticas, la literatura y la ciudad.

También hablábamos de otros planetas y cometas en su enorme biblioteca o en las ventanas de su apartamento, apreciando el firmamento. Me prestó varios libros de astronomía que siempre le devolví. Fue mi librera y yo, su aprendiz sobre constelaciones y el sistema solar.

Un día dijimos que si Marte estaba tan de moda —tanto que ya estaban casi listos los viajes privados para allá—, era mejor insistir en irnos a Júpiter: habría menos gente y más silencio. Ella no supo nunca qué libro se llevaría a ese viaje interplanetario. Le dije que me llevaría Antes del más allá, la obra de bolsillo suya que hizo, en 2015, el Metro de Medellín (parte del programa Palabras Rodantes) en la que se aprecia su foto más famosa, de rostro juvenil.

¿Eso para qué en ese paraíso?”, me respondió, con su humor negro y duro.

Olga Elena Mattei.
Olga Elena Mattei | Foto: cortesía de la familia Arosema Mattei/DIARIO CRITERIO.

Un día me llamó para decirme: “no te puedes imaginar lo que acabo de leer —eran como las once de la noche—. Cómo te parece, muchacho, que la vida sí podría existir en las nubes de Júpiter, pero no en las de Venus, dicen los expertos”. Nos pasamos dos horas al teléfono, cada uno, desde su cama. No estábamos locos. Era Júpiter y no Venus. Ahora creo que, de verdad, planeamos mucho ese viaje.

También era mejor ir a Júpiter porque, mientras consiguiéramos los trajes térmicos que ella decía debíamos llevar, y evolucionaban tanto los cohetes como para tener una biblioteca allá (como lo soñábamos), tendríamos mucho tiempo para lograr nuestro cometido. Juramos, además, que íbamos a ser inmortales. ¡Nada podría salir mal!

Le pido al Dios, en el que ambos creemos que la inmortal sea ella, así lo ruego en el ascensor que me separa del recibidor de su apartamento, cuando vengo a verla para conocer de primera mano su estado de salud actual.

En el trono de la faraona

Escribo esta columna evitando las lágrimas, porque ella no hubiera querido que llorara —aun poeta, no permitía demasiada cursilería en los textos—.

A sus 90 años, Olga Elena (nacida en 1933, en Arecibo, Puerto Rico, y traída en barco a los cinco años, a Colombia) sufrió una isquemia cerebral. Creo que fue apenas semanas después de nuestra última conversación en sus cinco sentidos.

Olga Elena Mattei.
Para la gente de Medellín ella era un mito del sueño, una mujer que dormía de noche y escribía de día. | Foto: cortesía de la familia Arosema Mattei/DIARIO CRITERIO.

Todo pasó después de bromear mucho con que ella nunca me hubiera invitado a su cama, pero que ya no salía sin ella. La llamaba su “trono” y, para robar sonrisas, decía que había cambiado la escoba por una cama y ahora se teletransportaba cobijada.

Bromeamos con un espectáculo que quise hacerle siempre en el Planetario de Medellín: presentar su Cosmoagonía, su obra polifónica, con proyecciones, orquesta y recital, la misma que llevó a ocho planetarios, entre ellos, los de Washington y Nueva York. La imaginaba, precisamente, recitando, desde su cama, como si fuera un sueño.

Es que la poeta más reconocida de estas tierras en el siglo XX, ganadora de decenas de galardones, entre ellos, el Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia, en 1973; el Premio Internacional de Poesía Café Marfil, en 1974; la Orden Les Aniseteurs du Roi de París, en 1976; y el Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob, en 2004; se condenó a vivir en donde dormía, como si la maldición del sueño ya no la hubiera atormentado toda la vida.

Y es que, para la gente de Medellín, ella era un mito del sueño, la mujer que dormía de día y vivía de noche. Su obra, por ejemplo, es producto de miles de noches en pie —no en vela—, porque siempre estaba lúcida en las noches, no como la veo en este momento.

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Estoy sentado a un metro de su cama, en una silla, y no me escucha bien. El oído le quedó afectado también con la crisis nerviosa que padeció. Su hijo Federico le dice que soy su amigo y ella no me reconoce. Le dice que soy el periodista, el que trabajó en el periódico El Mundo de Medellín, que fue el que nos hizo encontrarnos cuando era yo el editor de cultura, y ella, la crítica de música.

Sé que hay algo que nos une, que le permita que, aun sin ser dueña de su memoria, no causarle desagrado, asustarla o ponerla nerviosa. Me recibe de manera natural. Para que ella trate de recordar mi nombre, los terapeutas se lo escribieron en una servilleta.

Digo que algo habrá entre nosotros, porque, aun así, sin saber quien soy, me hace sentarme a su lado, en la cama; me llama, extiende su mano derecha y cierra los dedos. Con su carácter fuerte, que sé que no le falla (porque hay momentos en los que habla claro y preciso, como antes, y sabe bien lo que dice), nunca hubiera permitido que quien no sea de su agrado y confianza se siente en su cama.

En esa cama de mosaicos de madera en el espaldar, doble, con pinturas religiosas sobre la pared, Olga Elena pasó muchos días durmiendo, durmiendo de día, mientras el resto de humanos estábamos afuera lidiando con el sol, el tráfico, la peligrosidad del Parque de Bolívar —donde vive, desde 1988—.

Olga Elena Mattei. | Foto: Daniel Grajales Tabares.
La poeta, en su habitación donde dormía de día y escribía de noche. | Foto: Daniel Grajales Tabares.

Estoy en la cama con Olga Elena Mattei, aunque no es ella. Poco queda de la memoria de la devoradora de libros y periódicos. Aunque nada de lo que dice es irreal, tonto o alucinativo, es como si la viera por primera vez.

Habla de lo que recuerda bien, como hechos exactos de la infancia de sus hijos, que la acompañan y cuidan, junto a personal especializado. Las condiciones son maravillosas, no merece menos una eminencia de las letras que fue a festivales de decenas de países, que llenó auditorios solo con la potencia de sus versos, su voz tan especial y su rostro de diosa.

Fue autora de una veintena de libros publicados con títulos como La gente (1974), Regiones del más acá (1994) y Sílabas de arena (1962). Prolífica autora, aunque aquí algunos se interesaban más por la figura que por el genio.

Muchos comentarios y leyendas urbanas hubo en Medellín, en los años 90, sobre ella: que esa “señora burguesa” —como tituló uno de sus más divertidos poemas—, vivía cual faraona egipcia, durmiendo de día con empleadas que hacían todo para ella y habitaba bohemia en la noche.

Olga Elena Mattei.
Olga Elena encontró tanta belleza en la poesía que no quiso ser novelista. | Foto: cortesía de la familia Arosema Mattei/DIARIO CRITERIO.

Otros decían que era hechicera, sin saber que odiaba que le dijeran “poetisa”, precisamente, porque eso le sonaba a “pitonisa” y ella siempre había luchado para ser más escritora de la realidad que de la ficción. Le gustaba la novela más que el cuento, aunque ambos géneros le apetecían menos frente a libros de ciencias, en especial, de astronomía, antropología, historia y filosofía.

En la poesía encontró tanta belleza que no quiso ser novelista.

Sus poemas los construía —en la mayoría de los casos— cuando había descubrimientos de planetas, cuando salían nuevas investigaciones históricas, encontraban tumbas de imperios antiguos o se acercaba algún cometa o cuerpo celeste a la Tierra.

Amaba la historia, criticaba la música y la arquitectura moderna con maestría; pero, sobre todo, estaba obsesionada por comprender el cosmos. Sus versos abordan eso: planetas, estrellas, luces fugaces, objetos como las clepsidras, a los que dedicó un poemario a mediados de la década de 2010. Y, sin duda, el gran tema de su poesía es el universo.

Un día, en una entrega del Premio del Círculo de Periodistas de Antioquia (CIPA), le pregunté por qué dormía de día. Se rio mucho. Sabía lo que se decía en la calle sobre sí y le producía goce que se fabulara tanto al respecto.

Es que mientras fue poeta, mientras escribió más de 30 libros que salieron al mercado y unos 40 más que no alcanzó a publicar, porque escribía todos los días y decía que le iba a faltar tiempo, fue mamá, esposa y señora ejemplar, con gusto refinado y una casa que bien podría ser un museo. El rol doméstico hizo que su sueño cambiara. Con la llegada de sus hijos, Ximena, Federico, Justo Fabio y Bibiana, empezó a dormir de día, cuando ellos dejaban de llorar y dormían. Por eso el sueño se le cambió.

Su familia fue una obra de arte, porque se casó con el escultor Justo Arosemena, siendo la pareja de los más bellos artistas de aquí. Ella fue una de las primeras modelos paisas. Luego, con su familia hizo comerciales de jabones y demás artículos para el hogar. Cultivó su descendencia ante las dificultades de un amor que se rompió un día, por culpa “del señor de la casa” —me dijo—.

Sigo sentado en su cama y le pregunto, sobre todo, por cuestiones de arte. Responde siempre acertadamente. Incluso, vuelve a regañarme como lo hacía siempre por teléfono, porque no le gusta que diga “arte literario”, sino simplemente Literatura. Tiene clara la diferencia entre literatura y artes plásticas. Sabe qué es la poesía, pero cuando Federico su hijo le vuelve a preguntar por las columnas de crítica de música que yo le publicaba en El Mundo, niega, cero de diez en el recuerdo de nuestra relación de 12 años de amistad.

Es cuando creo que realmente pocos me envidiarían por llegar a su cama hoy: ese símbolo sexual de Medellín, ese genio de las letras y esa figura enigmática y brillante siento que solo habita ya en mis recuerdos. O quizás haya nacido nuevamente en un mundo en el que olvidó todo lo que hizo.

Cambiamos de tema y no recuerda los títulos de sus libros, pero sí pide a sus familiares que me den un libro, un regalo, siento que es su forma de expresarme su cariño en ese mundo donde está. No se ve mal. Está bella y cuidada como siempre, aunque ya de pelo totalmente blanco. Es que su rostro jamás dejará de ocultar que fue una diosa físicamente y que, además, fue bendecida con el don de la palabra.

Nuestro encuentro nocturno recomiendan que sea corto, para que no vaya a afectar su proceso de recuperación. Su enfermera dice que me ha ido bien, que le agradó y que de algo sirvió que viniera.

La partida

Es la hora señalada. No quiero despedirme, sino solo coger su mano, porque le juro en silencio hoy que cumpliremos la promesa de irnos a Júpiter, así ella haya llegado primero. Iré a buscarte allá, Olga Elena.

Antes de partir vuelvo a recorrer su casa. Las pinturas, la servilleta con dedicatoria de amor de Fernando Botero, que la cortejó. Las fotos en blanco y negro de su rostro, que son un clásico. No logré ver si en su biblioteca enorme todavía tiene un pequeño libro de poesía que le regalé, de Manuel Mejía Vallejo, quien fue su profesor privado de escritura en casa, con permiso y acompañamiento de su esposo, Justo. Un día se lo llevé y me dijo: “De Manuel tengo narrativa, pero la poesía es escasa. Gracias, muchacho”.

Olga Elena Mattei
Olga Elena Mattei (derecha) y Fernando Botero (izquierda). | Foto: cortesía de la familia Arosema Mattei/DIARIO CRITERIO.

No quiero irme. Me niego a marcharme, pero debo hacerlo. Puedo atisbar a lo lejos, sin que me note, cómo se queda en su cama, en su mundo. La miro pensando, voy dando pasos hacia la puerta, con la seguridad de que nos encontraremos, que quizás sobreviva otra vez a esta muerte, a esta muerte de la cordura, porque cómo les parece que yo ya la había matado.

La asesiné públicamente. O, bueno, fuimos varios los que la matamos. Olga Elena realmente sí se murió 12 minutos en 2014, tras un repentino ataque al corazón. Escritores amigos que tenemos en común presenciaron el momento en el que el médico la dio por muerta y menos de 15 minutos después la hizo latir. Despertó, como una momia egipcia que se levanta para seguir con su rugir.

En esos doce minutos, en el periódico El Mundo, armamos un especial dedicado a Olga Elena. Estábamos con la euforia del periodismo y el dolor de su partida, buscando rendirle un homenaje, guiados por Irene Gaviria y Luz María Tobón.

Lloramos, lo lamentamos y le marcamos a personajes como Héctor Abad Faciolince, que no se demoró en tuitearlo. Y, pum, en unos minutos, otra llamada: “Está viva. La revivieron”…

Olga Elena Mattei.
Su residencia, al lado del Parque Bolívar, en Medellín, también podría ser un museo. | Foto: cortesía de la familia Arosema Mattei/DIARIO CRITERIO.

La cosa fue tal que Héctor se molestó conmigo. Es que doña María Lucía Fernández sacó en su sección picante Código Caracol, en pleno prime time, que al reconocido autor de El olvido que seremos le había “jugado una mala pasada la inmediatez de las redes sociales”, con la muerte de Olga Elena, que no estaba muerta.

Pasaron unos días hasta que Olga Elena y yo pudimos volver a hablar. Me dijo que la muerte era “negro picho”, que no se veía nada. Meses después lanzó su Recital Póstumo, lo llamó su primer recital después de su primera muerte.

Hizo un recital hermoso con esa voz aterciopelada y ronca, potente, con la que batalló en la poesía casi un siglo, emocionando al público que escuchó de viva voz sus versos sobre el sentido de la vida: eligió, de su obra, los poemas que tenían que ver con la existencia, con el más allá, con lo paralelo y lo divino. Lo mismo que seleccionó para el libro del Metro. Brilló después de morir.

Aunque estoy consternado, tengo la sensación de que no se va a morir, porque yo la tengo en mí. No dudo de que su registro vocal estará por siempre cuando cierre los ojos y quiera traerla de nuevo. La recuerdo un día que leíamos poemas en la ventana de su casa como homenaje a la noche, diciendo que no le temía a la muerte, porque ella ya la había iluminado.

Olga Elena fue y siempre va a ser una estrella, porque eso quiso ser y así debe ser recordada: una estrella de la poesía colombiana, latinoamericana; de la poesía femenina y de la poesía antioqueña. Será también un cometa, una que igual difícilmente vuelva a pasar en 50.000 años. Sería justo decir que fue un planeta, con sus complejidades, con sus amplios horizontes, como conocedora de las artes, las letras, el hogar, la familia, la amistad y el amor.

Siento que será también la velocidad de la luz, por su carácter crítico, su picardía y, sin duda por su oído afinado: más de 40 años escribió sobre lo que le faltaba a la Sinfónica de Antioquia, a la Filarmónica de Medellín, a los músicos más destacados del mundo que vinieron aquí entre 1970 y 2018, a quienes no dejó de ver durante esas décadas, en primera fila y sin falta, en el Teatro Pablo Tobón y en el Metropolitano.

Al más allá se fue su mente adelantada, que me dejó esperando poder llevarla a un espectáculo sin precedentes en el Planetario, en el que soñaba verla aplaudida por todos, luego de emocionarnos y seducirnos con su tono medio perfecto y su dulzura vocal.

Olga Elena Mattei.
Olga Elena Mattei. | Foto: cortesía de la familia Arosema Mattei/DIARIO CRITERIO.

¡Que nuestra cita en Júpiter se postergue!, que sigas viva, como la potencia de tu poesía, amiga. Aquí, fuera de tu edificio, en pleno Parque Bolívar, a estas horas de la noche; miro a la luna para pedirle que te acompañe y te cuide.

Daniel, Daniel, hola, es Olga Elena. Muchacho, te he estado llamando, por favor, llámame cuando escuches este mensaje. Vos estás feliz con lo de mi cama en el Planetario, pero eso me parece una locura. Tenemos que planearlo bien, con detalle. A veces estás a miles de años luz que yo. No te olvidés pues de mí allá, en Bogotá. Por favor, asiste a muchas exposiciones de arte, para que tengamos tema en tu venida. Te recibo en mi cama. Ya no puedo salir de ella. Vos sabés que, por la noche, porque yo de día duermo. Chao. Llamame. Abrazo”. (Transcripción de un mensaje de voz de Olga Elena Mattei que guardé en mi buzón, para las noches frías).

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8 Comentarios

  1. Que belleza de historia y de mujer. Ahora lo que toca es leerla y hacer visible su obra literaria. Gracias por estas historias.

  2. Hermoso escrito de Daniel Grajales, que logró cautivar a Olga buscando intereses comunes hasta lograr el acople ideal con ella a través del cosmos, los planetas y las estrellas, haciendo muy amena e interesante la entrevista. No tuve la oportunidad de conocer este bello ser humano; la ciudad le debe un gran homenaje en el lugar que invita al diálogo con el cielo: el planetario de la ciudad.

  3. Un texto maravilloso o mejor un bello recorrido por una historia de vida. Olga Elena Mattei, una mujer creativa y con sentido de vida para la cultura. Gracias por compartir esa bella vivencia con ella llena de sentimientos y de realidades vividas e imaginadas. Pura poesía Cómo ella.

  4. Olga Clemencia Villegas de E

    Gracias, Daniel Grajales, por este recuento magistral, sobre la vida y obra de Olga Elena Mattei, inolvidables pasajes entrelazados por una amistad imperecedera. Admiré profundamente a esta poética mujer, exquisita en encantos y gran belleza. Al tiempo que lo admiro, Señor Periodista, por su locuacidad y agradable estilo literario; todo un cuento que nos eleva al infinito y nos lleva a pensar que los planetas y algunos seres privilegiados, nunca mueren, son infinitos.

  5. Dora Luz Muñoz de Cobo

    Un excelente escrito empañado por el título y el primer párrafo. Uña poeta de la talla de Olga Elena Mattei y ninguna mujer merece ambigüedades para exaltar su obra. Me pregunto qué buscaba? Atraer más lectores con un título picaresco y alusiones indebidas para una mujer valiosa en las letras y cultura colombiana, como usted mismo reconoce? Usted escritura bien para tener que acudir a esas argucias. No soy feminista radical, pero como poeta y mujer pienso que usted mismo saboteó su escrito con el irrespeto.

  6. Olga, no hay palabras para describirla, hermosa, sabia y gran amiga. Siempre mi esposo y yo la llevaremos en nuestro corazón. Fue un privilegio tener su amistad.

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