El inexplicable Atzili
Perder la batalla antes de salir al campo. Un poco ese fue el mensaje que dio el delantero Omer Atzili, integrante del Maccabi Haifa, luego de conocerse que el club israelí quedó incrustado en uno de los grupos más feroces en pro de conseguir la supervivencia europea. Les tocará enfrentar en la zona H al París Saint Germain, a Juventus y a Benfica.
Atzili, por ahora, tiene una lejana relación con el gol, porque en los encuentros que condujeron al Maccabi a la fase de grupos casi siempre estuvo sentado en el banco de suplentes y por cuenta de eso no tuvo tanta acción frente a las porterías durante el trasegar de los israelíes ante Olympiakos, Apoel Limassol y Estrella Roja, duelos que configuraron la llegada de los de Haifa a la ronda definitiva de Champions. Entró casi siempre en el segundo tiempo para tratar de cambiar la suerte y de armar presión ofensiva, pero el tema de anotar en las porterías rivales no fue lo suyo.
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Omer tuvo una idea extraña al conocerse los adversarios que enfrentarían en la Liga de Campeones y fue subir una historia a su instagram personal y pedirle a través de este medio las camisetas a Lionel Messi y Neymar para cuando se vean las caras. Es decir, ni siquiera respetó eso de salir a la cancha, verse con ellos de frente y los modales más o menos habituales que corresponden a ese famoso rito de intercambiar camisetas. Prefirió hacerlo antes, sin que se haya jugado un solo minuto de juego, como para asegurar la prenda. Siendo suplente, es bien probable que alguno de sus compañeros se adelantara en esa intención.
Tiene suerte Atzili que que Carlos Bilardo no lo dirija. El doctor, probablemente, le habría echado su celular dentro de una piscina o lo hubiera arrojado a un acuario infestado de tiburones para tener la seguridad de que el jugador jamás lo iba a recuperar. Y acá la verdad soy más bilardista que Bilardo. ¡Hay que jugar primero! ¡Hay que pensar en ganar! ¡No puede ser posible que se regale anímicamente semejante batalla ante el PSG con tanta anticipación!
Porque semejante gesto de lagartería sin igual y de angurria, al menos desde mi cómodo lugar de visión, es simplemente una declaración pública de derrota limosnera; un manifiesto en el que se dictamina que no importa perder si me quedo con un souvenir miserable.
Volvamos a Bilardo: en 1996 Boca, el equipo del que era DT, perdió en La Bombonera 0-6 ante Gimnasia y Esgrima, una verdadera vergüenza. Al regresar a los camerinos se dio cuenta de que unos de sus dirigidos habían cambiado sus camisetas con aquellos que les pintaron la cara y sin miedo tomó unas tijeras, rapó los tesoros y cortó en mil pedazos las casacas de los platenses. De paso, recordó una multa que ya existía dentro del grupo, pero aumentó la tarifa: aquel que le diera por volver a dejar una camiseta de Boca en manos de un colega tendría que pagar 20 mil dólares.
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Sueño con que en aquellos partidos entre PSG y Maccabi Haifa no sean convocados Neymar y Messi, merecedores de unas vacaciones únicamente cuando en el fixture aparezca la posibilidad de jugar contra Atzili. Sueño con ver las lágrimas del delantero israelí imaginando lo que pudo ser y no fue; sueño con que esos días el técnico Galtier decida alinear, no sé, a Icardi y que a Atzili le toque salir corriendo a buscar a Vitinha o a Gueye para quedarse con un “peor es nada”.
Sueño con que Carlos Bilardo -hoy con graves complicaciones de salud- vuelva a estar bien y le dé una charla a ese jugador y de paso, le cobre 20 mil dólares por aquella historia de instagram. Es que puede haber algo peor que las florituras inservibles de Neymar o esas simulaciones del brasileño que, al ser tocado por una brizna, termina derribado en la cancha como si lo hubieran impactado con un misil: es esa raza de futbolista lagarto que piensa más en ver cómo pedirle la camiseta a un colega famoso que en jugar por su club durante 90 minutos.
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