Oppenheimer y el mal
La película de Christopher Nolan, dedicada al creador de la bomba atómica, comienza con una alusión a Prometeo. El titán que robó el fuego divino para obsequiárselo a sus amigos, los hombres. Pero los dioses, indignados por la insolencia, le dieron un castigo ejemplar. Lo encadenaron a la falda abrupta de una montaña adónde iba un buitre a roerle los intestinos hasta el final de los tiempos.
Oppenheimer, el personaje histórico y el de la película, cometió una imprudencia similar a la de Prometeo. O más bien, él ha sido uno de sus descendientes más paradigmáticos. Acaso el más letal y sombrío. Y no fue a Nolan, propiamente, al que se le ocurrió el parentesco griego, sino a los biógrafos del físico norteamericano, que sirvieron como referente para el guion del filme.
Nolan nos muestra, también al inicio de su película, a un Oppenheimer alucinado. Antes de dormir, o en sus descansos y desplazamientos, este ve gigantescas combustiones. Y es como si su horizonte mental asumiera figuraciones psicodélicas. Pero Oppenheimer todavía es joven. Realiza una vertiginosa y triunfal carrera académica. Se solidariza con los republicanos españoles y, además, le simpatiza el comunismo.
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Aunque, por dentro y por fuera, se sienta uno de esos judíos comprometidos con la ideología de la gran nación del norte. Mejor dicho, Oppenheimer en esa primera fase de su vida, no se da cuenta de que eso llamado “la mierda de la historia” ha decidido depositar en él la invención de la bomba atómica.
Nolan rastrea con ritmo obsesivo y pautado por una música frenética –en medio de un vaivén de diferentes tiempos, de procesos entre judiciales y morales, de intercambios amorosos y científicos– las maneras en que este hombre terminó enlazando su inteligencia a la industria militar norteamericana.
Vínculo que señala los perfiles de Oppenheimer y el mal. Ese mal que, durante la segunda guerra mundial, se manifestó no solo en la aniquilación de los otros por medio de saqueos, pillajes y batallas, de campos de concentración alemanes y sovieticos, sino también a través de las dos bombas mortíferas que arrojó el país de la democracia y la libertad.
Mientras la película desentrañaba el avance a contra reloj del Proyecto Manhattan, y cómo distintas personalidades del conocimiento, los más lúcidos indagadores de la materia nuclear de los átomos, eran reclutados por Oppenheimer para hacer realidad sus teorías, no me abandonaba la impresión de que asistía a la creación de un monstruo.
Me revolvía en el asiento del teatro, con el pecho oprimido, y concluía que la película de Nolan es la puesta en escena de cómo la inteligencia científica se confabula con una de las partes más oscuras de la condición humana. Aquella que fabrica armas para matar y, al mismo tiempo, establece formidables negocios bursátiles. Y todo al servicio de patriotismos, nacionalismos e imperialismos perniciosos.
El espectador también asiste al despertar de una conciencia. Oppenheimer celebra la victoria sobre Japón, pero lo asedia la culpa. Constata que su hazaña, luego de ser empleada para bombardear a Hiroshima y a Nagasaki, ha tenido un doble resultado. Uno positivo, pues finaliza la guerra y, según la lógica perversa de los estrategas políticos y militares, se salvan vidas de muchos soldados norteamericanos. Y otro negativo porque las dos bombas han acabado con la vida de miles de civiles indefensos y han dejado otro rastro, aún más tortuoso, de miles de quemados.
Tal conciencia estrujada por algo parecido al arrepentimiento quizás sea el rasgo más dramático de la película. Oppenheimer, apoyándose en el Bhagavad Gita, reconoce que se ha convertido en la muerte, en ese gran destructor del mundo. Y para acompañar esta impresión, de un hombre que indudablemente representa a muchos, vemos el hongo, pavoroso e inmenso, trazado en el cielo después de la explosión de la bomba.
Esta conciencia, sin embargo, es ambigua. Por momentos, vacilamos en saber si la película de Nolan es una crítica a un emisario del progreso y la calamidad. O si es un homenaje al ciudadano que, después de padecer el macartismo por sus simpatías con el comunismo y las embestidas de su culpa, es condecorado por el gobierno.
Hay, en todo caso, una escena bastante elocuente en la película. Oppenheimer va a un teatro donde se informa sobre los efectos de la bomba en las dos ciudades. Se supone, por la voz que cuenta, que aparecen las imágenes de la devastación, de seres humanos carbonizados, de sobrevivientes quemados por la radiación infernal.
Nosotros no vemos las imágenes, esas que ya hemos visto hasta la saciedad en documentales, revistas y periódicos. Oppenheimer tampoco. Simplemente, sabiéndose un nuevo y nefasto Prometeo, baja la cabeza y no es capaz de mirar.
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6 Comentarios
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Qué impresión deja esa película y este texto me hace pasar de nuevo esas imágenes. Gracias Pablo.
Gracias, Pablo.
Qué buen artículo, recreas un momento histórico sin precedentes…Como siempre, nos llevas a querer profundizar en temas de orden mundial. Gracias de nuevo. Un abrazo
Aunque no he visto la película, me parece muy acertada tu columna. Siempre he pensado en esa doble moral de los gringos. Y en sus magníficos descubrimientos e inventos. Muchas veces benéficos para otros, pero indefectibleme provechosos para ellos, así tengan que llevarse por delante al que sea. Gracias,.
Hola Pablo. Gracias siempre por tus escritos. También vi la película, la vimos en familia, y te confieso que quedé temblando un par de días. El American Prometeus de Bird y Sherwin, llevada al cine por Nolan, parece ser premonitorio de lo que puede llegar a hacer Estados Unidos. Y es que a la escalofriante barbaridad del lanzamiento de la primera bomba, llamada irónicamente Little Boy , no se concibe hasta donde llegó la maldad de ese imperio al lanzar una segunda bomba, Fat Man por el solo hecho de ensayar un modelo diferente en el mecanismo de detonación. Gente así, podría fácilmente destruir todo vestigio de vida en el planeta. Un abrazo.
Gracias Dios, el de cada uno, por el.compromiso.mundial que hace años firmaron los que ya la tenían, que a cada rato.los que están en esa carrera dicen, o mejor no dicen, cuáles son sus verdaderas verdades, asi que yo creo que un día de estos, cualquiera de los.que se creen.dioses del mundo en cualquir orilla nos.frían a todos y ya… terrible ..