Los padres también dicen mentiras
Los padres con pulmones llenos de aliento se fajan discursos conmovedores acerca del valor positivo de la verdad y del despreciable sabor de la mentira.
Nada más mentiroso que los padres que les exigen a los hijos que nunca digan mentiras. Nada más común, también, los padres que recitan impúdicamente el discurso de la verdad absoluta frente a infantes indefensos que oyen aturdidos la lora “políticamente correcta” de estos progenitores que fueron educados con la misma “lora” de frases indiscutibles que empacan conceptos “divinamente bien” como: “saluda”, “da las gracias”, “dale un beso a la tía”, “ponte el saco”, “en la vida, en todo, hay que ser el mejor”, “siempre con la verdad por delante”, y bueno, podría llenar cientos de páginas con las expresiones indiscutiblemente correctas con que los padres hacen el ruido que necesitan producir para sentir que están haciendo su trabajo: educar.
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Dentro de estos comodines conceptuales del diccionario de la sabiduría paternal, que ha viajado por generaciones, hasta nuestros días, una de las más consumidas es “siempre con la verdad por delante”, con variaciones de múltiples tonos, pero todas ellas aupando el valor indiscutible de la verdad. Los padres con pulmones llenos de aliento se fajan discursos conmovedores acerca del valor positivo de la verdad y del despreciable sabor de la mentira. Padres cobardes algunos, pusilánimes otros, inconscientes muchos y mentirosos todos, en algún grado, se encumbran a sí mismos vendiéndole al niño o niña una virtud de la que ella o él carecen porque, con seguridad, no hay una sola persona en la tierra que no haya mentido.
Las mentiras per se no tienen valor ético, hay falsedades que han salvado vidas, por ejemplo, Schindler, aquel de la película de Spielberg que salvó prisioneros de un campo de concentración nazi, lo que hizo fue armar una gran mentira. Pero los padres no ensalzan la verdad porque crean en ella como virtud, y mucho menos porque nunca la hayan traicionado, sino porque venderle al crío la “innegociabilidad” de la verdad es una especie de “vacuna” que los atemorizados progenitores aplican a la espera de que el futuro heredero no les vaya a mentir a ellos, eso es lo que les importa, no el valor ético de la verdad, que ellos mismos han ignorado repetidas veces.
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“¿Ustedes están peleando?“, pregunta una niña de 10 años a sus padres en el carro en el que viajan a llevarla al colegio en una mañana que fue estrenada con una sanguínea pelea conyugal. “No, mi amor” responde apurada la mamá convencida de la necesidad de ocultarle a la niña la realidad de su relación de pareja. “No mi amor, no pasa nada, estamos bien” remata el papá en respaldo a la mentira dicha por su detestada esposa, y en la mente de la niña ha quedado un desastre, pues debido a la mentira de sus padres, en la mente de ella se genera desconfianza acerca de ella misma y sus percepciones. La mentira de estos padres políticamente correctos ha contaminado letalmente los instrumentos de percepción de la realidad de su hija. Todo por buenas personas. Porque creen ciertamente que tienen la manija de la ética y se permiten decidir qué es lo bueno y lo malo mientras al menor le venden un absolutismo y santidad inalcanzables que, cuando descubre que no son posibles, se transforman en vacíos insalvables entre él mismo y su historia.
Por Mauricio Navas: El silencio de los padres
¡Ojo, padres!, los orientales lo dijeron hace miles de años, la verdad siempre estará enmarcada en cuatro opciones: “la verdad inteligente”, “la verdad estúpida”, “la mentira inteligente” y “la mentira estúpida”, vender la mentira de la verdad absoluta es una mentira estúpida.
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¡Excelente reflexión! Tener el valor de enseñar con la verdad implica asumir el lugar que tiene la mentira en nuestras vidas. Muchos padres temen que ese nuevo “invitado” a sus vidas, que es su hijo o hija, descubra el esqueleto en el armario de la casa, pero siempre, siempre, terminan por descubrirlo.