La patadita de la mala suerte

¿Quién no ha metido una patada de pura impotencia? No hay nadie libre de pecado. Gabriel Paulista es defensa y juega para el Valencia de España, club grande pero que ha venido empequeñeciendo de a poco por cuenta de la errática y caprichosa administración de Peter Lim. Y Paulista estuvo en todos los resúmenes noticiosos luego de que mandara a volar por los aires con un patadón de caballo al habilidoso Vinicius en el juego que su club perdió 2-0 ante Real Madrid en el Santiago Bernabéu.

Y todo el mundo le está cayendo al pobre Gabriel Paulista por esa acción algo violenta, pero que definitivamente es un reflejo de lo que le puede pasar a cualquiera de nosotros. Hay pequeños “raptos de furia” que nos llenan la paciencia más allá de que nuestro comportamiento sea de monje tibetano. Eso le pasó al zaguero, que no lo justifica, pero que sí nos hace entender nuestra propia fragilidad, sustentada en aquellas pequeñas cosas que pueden hacernos perder por un segundo el hilo de la tranquilidad. Ahora, no es que se interprete este texto como una apología a la violencia, ni más faltaba; es más una apología a la catarsis, catarsis que le salió muy mal al hombre del Valencia que, de inmediato, se disculpó por semejante zafada de cadena.

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Pensaba yo en una de esas situaciones que nos hace impacientar y que ocurre más frecuentemente de lo que nos imaginamos: nos pasó con nuestros padres, con nuestra esposa, incluso con nuestros hijos, pero también se aprende a controlar ciertas emociones que están siendo dictadas por la desesperación. ¡A nadie vamos a darle una patada y menos a quienes queremos, porque la vida no se trata de eso! Pero sí en ocasiones queremos pegar al menos un grito al aire para sacar nuestras tribulaciones del alma.

La más común es aquella llamada “el círculo del mandado” que consiste en que a usted lo envían a cumplir determinada misión en la tienda, en la cocina, en la nevera o en cualquier sitio que implique un desplazamiento. Entonces le encargan que compre/recoja/saque/entre/lleve/ algún elemento. Usted sale, va y cumple con la misión y cuando regresa ya con la satisfacción del deber cumplido, sabiendo que no tendrá que moverse de nuevo, llega al punto y le dicen que debe volver al sitio que acaba de visitar porque al emisor del mensaje se le olvidó  una cosa y a usted le toca regresar de nuevo al punto que cinco minutos antes estaba visitando.

La patada de Gabriel Paulista a Vinicius Jr.:

Pasó alguna vez que yo, de niño-adolescente, recibí la orden materna de comprar jabón en la tienda: salí de la casa, caminé hasta la tienda, compré el jabón y volví al hogar. Al abrir la puerta mi madre me ordenó devolverme a la tienda porque se le había olvidado decirme que se necesitaban también esponjillas. Entonces volví a salir, hice el mismo trayecto, pagué las dichosas esponjillas y entré a la casa, con pocas pulgas sobre el lomo. La sorpresa fue ver  que de nuevo iba a tener que salir de la casa e ir otra vez a la tienda porque faltaba un limpión para el lavaplatos.

Yo, ya cerca del abismo, exigí que mi hermana fuera la encargada de hacer esa tarea, porque ya había hecho dos viajes. Me respondió mi mamá que no, que era mi responsabilidad y para completar metió un colofón de esos que uno nunca hubiera querido oír: ¡que era el colmo que a mí no se me hubiera ocurrido que hacían falta limpiones y esponjillas para no tener que hacer dos viajes! Más o menos era culpa mía el triple recorrido. 

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Enfurecido tiré la puerta con fuerza al salir y vibraron las estructuras del edificio porque ya en ese momento la ira era mi faro incandescente. En mi mente solo me visitaban frases como “Los de la tienda tendrán todas las razones para imaginar que yo soy un soberano tarado”, “esta mierda se llama injusticia”, “ni en las peores dictaduras ocurrió algo semejante”, “el día que yo me largue de esta casa vamos a ver cómo carajos resuelven cualquier cosa, manga de ineptos”, “falta que digan que además me estoy robando las vueltas” y la cabeza solo tuvo espacio para el odio, cosa que seguro le pasó a Paulista porque Valencia anda mal, porque salieron en poco tiempo de un entrenador, porque la crisis es innegable, porque los hinchas no los aguantan, porque el Real Madrid los estaba bailando…

Vi entonces un cúmulo de barro gris en el borde del andén y, como si fuera Gabriel Paulista, atormentado por todo lo que lo rodea, me fui con ira a patear ese montoncito de tierra con mucha rabia. Hubo un problema: no era barro. En realidad era una deformidad del andén. Lo que yo imaginaba era una montaña blanda, resultó ser un bloque de cemento irrompible.

Ese día tiré la patada de Gabriel Paulista, pero caí al suelo retorcido de dolor como Vinicius. Fui mi propio victimario.

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