El país que no existe
Reseña de ‘Peregrino transparente’, de Juan Cárdenas. Editorial Periférica (256 páginas).
La historia suele verse como una serie de hechos que avanzan linealmente cuyo fin último es esa forma de entender el saber como si fuera la única válida, con la Ilustración como guía, y que ha llevado a que el sistema económico liberal sea el camino lógico de llegada. Una historia que da por superados los conflictos, las contradicciones, los abusos del opresor, gracias al genio de un “ilustrado”, ahora devenido en tecnócrata, para quien no vale la pena ahondar en esos conflictos ni imaginarse otro mundo porque ya estamos en el mejor de los mundos posibles. Para quien cualquier calamidad que sea producto de la desigualdad es marginal en medio de ese mar de estadísticas que nos demuestran que sí, que este mundo es mejor que antes.
No sucede así con Juan Cárdenas, no sucede así con El diablo de las provincias ni Los estratos y mucho menos con esta novela. Porque la genialidad de Peregrino transparente no sólo está en cómo está estructurada, en la aparente sencillez con que logra que el lector transite entre géneros sin que se noten las costuras, empezando con un narrador que se sincera para advertirnos que este relato “histórico” es mera “ficción”. También está en hacer que esa ficción se vuelva un ensayo sobre la forma en que se ha construido ese artificio que llamamos Nación; un ensayo que toma el arte como ejemplo de esas “pinturas de país” que formaron la mirada turística que en principio buscaba satisfacer esa “demanda de exotismo”, como lo dice el propio narrador, y que terminamos creyéndonos “como una fantasía de lo autóctono, de lo nuestro”, con todas las barrabasadas edulcoradas que se repiten sobre el realismo mágico.
Puede interesarle: Nuevos libros de autores colombianos para leer por estos días
“Pasamos de la imagen como conocimiento a la imagen coqueta para engañar turistas, lo cual no habría sido terrible si por último no hubiéramos utilizado esas mismas imágenes para engañarnos también a nosotros”, dice Cárdenas (¿o el narrador?) en ‘Peregrino transparente’.
Este ensayo, sin que lo notemos, se va transformando en una novela que está enmarcada en el interés del autor/narrador en la Comisión Corográfica, ese proyecto de mediados del siglo XIX que ayudó a construir un imaginario de Nación, y en el libro Peregrinación de Alpha, escrito por Manuel Ancízar durante los viajes que hizo con la Comisión.
La Comisión Corográfica, esa suerte de mito fundacional del saber científico nacional, es el escenario perfecto para mostrarnos las contradicciones del liberalismo colombiano en ciernes que “heroicamente” se enfrentaba a las anquilosadas ideas conservadoras (nostálgicas de la corona española) que arrasaron saberes indígenas, saberes que ser relacionaban con la naturaleza más allá del sometimiento.
Las contradicciones se hacen evidentes cuando vemos a ese liberalismo amalgamándose con el más rancio conservadurismo, que sigue viendo a los negros, a los indígenas, a las independientes mujeres comerciantes como salvajes que no encajan con la idea de nación que esos ilustrados van construyendo, redimidos por haber respaldado la abolición de la esclavitud.
El libro nos muestra todo eso a través de los ojos de Henry Price, un dibujante de la Comisión cuyo trabajo es retratar fielmente los paisajes y las gentes para mostrar al país como un lugar propicio para el desarrollo económico. Durante sus viajes, Price empieza a obsesionarse con las pinturas de un misterioso artista, pinturas que ve en las iglesias y no se agotan con lo que aparece a simple vista. En su búsqueda del artista, Price conoce a un grupo de personas que se atreven a imaginarse un mundo alejado de los dogmas del progreso: esos artesanos que idean un sistema en el que puedan disfrutar del producto de su trabajo sin que eso signifique sometimientos. Y entre esas personas está el misterioso pintor: José Rufino Pandiguando.
Puede interesarle: Diez grandes invitados a la FilBo 2023
En ese recorrido que Price hace junto a la Comisión, vemos un paísque ya no es el de ahora pero a la vez sí, con ciudades cuyos habitantes presumen de abolengos y se ponen pesados abrigos que caen como pesadas cortinas para impedirles imaginar un mundo diferente.
En medio de todo, Cárdenas nos entrega un segundo capítulo que parece ponernos a prueba para no pedir respuestas ni explicaciones, sino para mostrarnos lo que el autor/narrador nos ha dicho sobre la literalidad: “La desobediencia radical del lenguaje literario a cualquier programa o algoritmo”. “El truco de la ideología no es la literalidad, sino su habilidad para establecer un significado fijo para cada cosa que decimos y hacer que esa operación siempre parezca natural.”
Al final, Cárdenas nos devela el western que nos prometió al principio: un joven abogado que tiene como tarea liberar a Pandiguando, preso tras la guerra de 1854, para que trabaje en la Comisión Corográfica. Pandiguando se escapa y el joven abogado se inventa una historia en la que pinta al artista como el Tigre Negro responsable de las violentas muertes de varios jefes liberales que traicionaron a los artesanos.
El western muta en una historia fantástica y no sabemos si la historia que inventa el abogado hizo que Pandiguando se volviera ese salvaje asesino, o si fue al revés y él ha sido siempre el Tigre Negro, lo que nos reafirma la idea de lo artificiosa que es cualquier historia escrita que pretende posar como la única válida, la única libre de ideologíaLa historia de un país que no existe: “Todos los países son fantasías, alegorías que se desvanecen como algodón de azúcar en la lengua materna”.
Siga con: Sobre ‘Lo bello y las mariposas y otros textos’: un Fernando Molano singular y múltiple
0 Comentarios