“Abrazar” la Plaza Botero
La Plaza Botero es un espacio público que nació hace veinte años, enfrentado la realidad de un Centro de Medellín que buscaba renacer, después de un plan gubernamental que intentaba vender la idea de una ciudad que pasaba la página de la violencia. Hoy, la violencia se ha apoderado de ella, no solo por los conflictos sociales que vive el sector, sino porque, con el cerramiento -equivocado- que hace la Alcaldía de Medellín, se da un mensaje de uso de la fuerza y no de la convivencia sana en el espacio público.
Que la Alcaldía de Medellín haya dicho que poner alrededor de la Plaza Botero vallas con la imagen de la Policía Nacional es un abrazo habla mucho de su manera de “abrazar”.
Estuve recorriendo la Plaza con Pilar Velilla, exdirectora del Museo de Antioquia, quien hace 20 años recibió la donación del maestro Fernando Botero e hizo realidad este espacio público para la ciudad y varias de sus reflexiones plantean la idea de la ‘cultura ciudadana’ como la mejor manera de abrazar.
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La fuerza, ejercida como autoridad, no genera cambios, dice Pilar, que me enseña además decenas de fotografías de la inauguración del lugar, en las que queda claro que, mucho antes de los momentos oscuros de Daniel Quintero en el poder en Medellín, los ciudadanos tenían como plan de domingo irse a tirar en la grama con sus familias, hacer picnic y disfrutar de un lugar que nada tenía que envidiarle a los espacio públicos del mundo donde el escultor más famosos de Antioquia ha puesto sus creaciones monumentales.
Otro de los conceptos que más admiro de la gestora de la Plaza es el de gobernanza. Pilar Velilla, quien además de este reto fue la directora que le devolvió el brillo al Jardín Botánico y fue gerente del Centro de la ciudad, dice que no es una cuestión de poder, de gobernar la plaza con la autoridad y las armas de la Policía, sino de gobernar la plaza con su gente “con los que vienen de otras partes, con los que vienen de otros sectores de la ciudad y con quienes la habitan todos los días”.
Entonces, es cuando reitero que abrazar no es tan sencillo como abarcar, que abrazar requiere una sensibilidad que desconocen quienes durante tantos años se fueron de esta ciudad a Bogotá, para pasar por todas las casas políticas buscando poder, pero no vivieron el sueño de un lugar como este, sin distinción de color, clase social o cantidad de pesos en el bolsillo.
En los 90, a muchos niños y niñas de Medellín nos llevaron al Museo de Antioquia para ver las obras de Botero y, en mi caso, puedo decir que de una u otra forma esa visita nos cambió la vida, nos hizo sentir que existía un templo para el arte, el corazón de la Plaza, sin duda: el Museo.
Es una lástima que en los últimos cuatro años el Museo de Antioquia se ha visto apagado, casi muerto, ante las dificultades de la Plaza. No parece tener un rol activo ante estas decisiones de cierre de la Alcaldía. Ese es el primer abrazo que debemos hacer los ciudadanos de Medellín y el que deberían dar sus autoridades: el del Museo. Ya hablaremos de su actual dirección. No existe en Medellín una política pública de Museos, no existe siquiera un apoyo concreto de la Alcaldía a este lugar por su trabajo. Cada año esta entidad cultural concursa, como cualquier otra, para recibir recursos públicos.
Recuerda Pilar, mientras pasamos por las esculturas caminando, los eventos de ciudad que congregó esa Plaza, las conversaciones en las que prostitutas, los limpiabotas, los fotógrafos y los comerciantes sintieron que ese lugar les pertenecía.
No se necesitó cerrar el espacio para que expresara seguridad, porque la seguridad no es Policía, es sentir que quienes comparten el espacio público están en armonía y no atentan contra los demás.
Otra pregunta que deberíamos hacernos es si poner una valla de control ayuda de verdad o es una división absurda que potencia que haya un universo delante y otro detrás. Es la teoría de la frontera. Este primero de marzo hubo un muerto justo a veinte o treinta metros de las vallas, un hombre apuñalado (de unos 40 años) que cayó sin vida tras una riña. ¿Separan las vallas verdes policía los problemas del Centro que le interesan y le niegan apoyo a los que no?
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Las razones del abrazo parecen pensadas desde un piso alto de La Alpujarra donde se niegan a ver la ciudad, o desde una casa de élite en El Poblado (nuestro barrio rosa). Dicen que hay que cuidar a los turistas que vienen a la ciudad, que son los que más visitan la Plaza y el Museo, después de sus públicos naturales. Con esa idea de una ciudad del turismo se justifican para crear una isla donde no pasará nada con los visitantes, que seguro se asustan al llegar y ver un lugar acordonado por la fuerza pública. Al mismo tiempo parecen hacerse los de la vista gorda con el mundo subterráneo y oscuro que es el viaducto del metro a unos pasos del cerramiento.
No pasa en otras plazas públicas del mundo que los turistas lleguen y haya vallas policiales como bienvenida. Creo que si un paisa fuera a alguna ciudad del mundo y se encontrara con algo así, seguro se devolvería. Ese paisaje bucólico lo que hace es recordar que ahí la gente no tiene el control, por eso lo tienen los policías.
Respecto a la posición del Museo, cuya directora se dedicó a reenviar las cartas de Botero pero no ha salido a proponer nada más a la ciudad, debo decir que es el principal responsable. La señora María del Rosario Escobar parece haber cerrado tanto este espacio que olvidó construir con quienes están afuera, como si el Museo no fuera de quienes están ahí, en la Plaza. El Museo es de todos, todos somos responsables, aunque ella es la principal.
Primero, en 2022 el Museo perdió una gran oportunidad con la celebración de los 90 años de Fernando Botero. La casa del artista dejó de recibir recursos importantes con tal conmemoración, que terminaron en otras manos.
Segundo, más allá de los recursos que pidieron, que fueron miles, perdió la oportunidad de volcarse a la Plaza, al Museo, a las esculturas, a los ciudadanos. La ciudad no se conectó con los noventa de Botero, porque fue un acto muy cerrado, de señoras de sociedad, que pensó poco en conectar a los ciudadanos a pie para celebrar al maestro, pero también precisamente a habitar la plaza, el Museo, la tienda, el café, el espacio público. Siento que el corazón del Museo no late con la ciudad. Siento que perdimos como ciudad esa oportunidad propicia para motivar a amar la plaza, las esculturas, al Museo, nuestra historia allí. Todos perdimos. Apenas meses después comenzó toda la novela de cerrar y “asegurar”.
Tanto que intrigó la directora Escobar con sus amigos políticos para que la pusieran al mando del Museo, pero tan poco que está haciendo.
El Museo de Antioquia no tiene curador desde septiembre, el curador es aquel encargado de los contenidos, del arte, del corazón, de la columna vertebral. Se fue, dicen, por diferencias con la directora y queda en el aire todavía la existencia de un supuesto abuso laboral hacia él.
Es, entonces, un Museo sin corazón, con más visitantes extranjeros que locales y con pocos recursos, porque no aprovechó su momento de este decenio, lo dejó pasar sin pena ni gloria y le dio la plata a dos privados. ¡Vaya cumpleaños le dieron al maestro Botero!
El primer abrazo debería ser para el Museo, el segundo debería ser para su directora, que necesita que le recordemos que esta institución representa los valores y los símbolos de los antioqueños y que debe volcarse a la Plaza y a sus públicos, no dejarse vencer ante el deterioro de la zona. Eso hacen las entidades culturales: cultivan a las ciudadanías para trabajar con ellas de la mano y hacer apropiación social de las artes, de los espacios y, por supuesto, de sus problemáticas.
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Este Museo, que nació en la pequeña Casa del Encuentro, en meses pasados rentó ese espacio fundamental para que darle lugar a “La Casa Spotify”, un proyecto privado de músicas juveniles que llegó, rentó, hizo fiesta y se fue, excluyendo la entrada del ciudadano de a pie, negando durante semanas la posibilidad de que el arte y el encuentro social se dieran. Tercer mensaje que propongo analizar sobre el Museo.
Es en el espacio público y en los espacios culturales donde somos iguales, las prostitutas de la calle Cundinamarca, vecinas naturales del Museo, y los señores de la alta sociedad paisa que también caben.
Necesita la directora del Museo aceptar que este es el fracaso suyo y que este es el fracaso del Museo. Necesita la entidad entender que estamos perdiendo todos con esa falta de proyección de la Plaza y esa desconexión de los públicos, que son las que han llevado a que las esculturas de Fernando Botero estén deterioradas cada tanto. Si nadie las quiere nadie las cuida, si nadie habita ahí con amor todo muere.
Botero mandó una carta contundente en la que dice que esa Plaza no fue pensada para estar cerrada y que no es la idea de espacio público que concibe. Pide que no se cierre, que no se aparte de la gente -de toda la gente-. Su misiva nos recuerda ese sueño suyo de que sus obras de arte convoquen al encuentro ciudadano y a la conversación de la ciudad.
Me preocupa profundamente lo que me dice Pilar Velilla cuando nos vamos a despedir (y más conociendo la seriedad y el conocimiento que tiene del actuar del maestro). La gestora de la Plaza me dice que la última respuesta que el alcalde Daniel Quintero dio a conocer a los medios, en la que al parecer Fernando Botero da respuesta a un escrito en la que el alcalde tuitero asegura que lo que hizo fue “abrazar la Plaza”, es falsa.
En esa respuesta ‘final’, en la que parecería que Botero le dice al mandatario que está complacido con el cierre, es falsa. La miro a esos ojos verdes y acepto que también pensé lo mismo cuando la leí.
Sí. Según Pilar, que estuvo tan cerca de Botero y que con él hizo realidad este proyecto hace dos decenios, así no escribe el maestro y esa no es una respuesta suya. Dice que Quintero miente, aunque nos negamos a creer que un alcalde de Medellín, de la segunda ciudad más importante del país, se atreva a mentir con algo así.
Bueno, luego de haber viajado alguna vez con Botero y su esposa Sophia en el Metro y de entrevistarlo un par de veces, me atrevo a pensar también que este concepto de “abrazo” le guste, me queda la duda una vez más de que Botero le haya dicho que está bien tener así cercada su plaza.
Es el momento de abrazar el Museo, de abrazar la Plaza Botero y de abrazarnos como ciudad en una pregunta colectiva sobre qué hacer para que este lugar nos convoque. Ojalá no nos estén haciendo abrazar una mentira en nombre del maestro, porque aquí, en su nombre, hasta plata piden para quedarse con ella y no para su albacea, el Museo.
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Un análisis claro y contundente sobre un gobierno municipal sin gobernanza