¿Podrá el presidente Petro recuperar su capital social?

Superando los análisis sobre su primer año, el Gobierno nacional deberá promover mayor capacidad de consenso bajo los límites de su investidura y en respeto de los linderos institucionales.

El proyecto político del cambio, la “potencia mundial de la vida”, y demás epítetos inspiradores de Petro, del primer Gobierno de izquierda en Colombia, generaron una expectativa sin precedentes en la historia política del país, incluso —me atrevo a afirmar— en muchos de los que no le que votamos.

A riesgo de ser contradicho, tras el turbulento primer año es evidente la distancia entre el decir y el hacer. Según datos del Ministerio de Hacienda, en inversión se ha ejecutado el 27 por ciento en lo que va de este año; cifra que, si bien puede ser calificada como baja, resulta normal si se compara con el segundo semestre de Gobierno de sus antecesores, Duque (30,3 por ciento) y Santos (26 por ciento).

Por el poco tiempo de promulgada la Ley del Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026, la ejecución no es la preocupación. Hace más sentido revisar qué ha sucedido con la promesa política de cambio. No del giro ideológico en el discurso del régimen, sino en la transformación de las prácticas del Estado mafioso que bien supo perseguir el actual mandatario durante su paso por el Congreso.

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Las indelicadezas que se conocen desde el pasado 7 de agosto, asociadas al gasto desmedido, las alianzas con actores de la política tradicional, los pactos debajo de la mesa y la ‘zanahoria’ surtida a organizaciones delictivas, entre otras, no solo desmedran aquel sueño libertador del nuevo caudillo latinoamericano, sino que demarcan el hondo hueco de desconfianza que cava nuestra nación alrededor de sus instituciones políticas.

La desconfianza en lo público y en sus protagonistas bien puede asociarse al concepto de pérdida de capital social desarrollado por Robert Putnam en su libro Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community (1995). En esta obra, Putnam se refiere a la importancia de las redes sociales, las normas de confianza y la cooperación que existen en una comunidad o sociedad, a propósito del legado de sus líderes y los valores que representan.

Con ciertos matices, la tradición política colombiana guarda similitudes con esta disertación, fundamentalmente dadas las prácticas corruptas enquistadas en nuestro accionar social, el individualismo excesivo y la atomización social.

Diría Putnam que una sociedad con bajo capital social puede ser menos propensa a involucrarse en la política de manera genuina y transparente, lo cual puede debilitar la participación ciudadana y el funcionamiento efectivo de las instituciones democráticas.

En la actualidad, el mensaje de desunión viene de arriba. Como sucedió durante su paso por el Palacio Liévano, los llamados a vulnerar el equilibrio de poderes, los ‘balconazos’ y los mensajes disonantes encumbran al primer mandatario como un ser superior a su equipo. Con buenas intenciones, pero mala letra, hay más presidente que Gobierno.

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Nada más lejano a posar de estadista mientras se es elegido y se cogobierna con políticos corruptos. Nada más lejos de una promesa reformista que creer que no es con las empresas y las organizaciones sociales con quienes se debe pactar y coejecutar la inversión.

Sin distinto de ideologías o perfiles de sus gobernantes, lo que define a un jefe de Estado es su capacidad de liderar el control de monopolio legítimo de la violencia, la justicia y la tributación.

En el propósito de construir capital social, Petro debe comprender su rol en función de facilitar condiciones para que los ciudadanos de a pie, empresarios y grupos organizados de la sociedad vivan en paz y desarrollen su potencial individual en la medida de sus deseos.

Aunque suene bien la teoría, no solo en Colombia sino en América latina, este propósito está muy lejos de verse aplicado en gran medida por la distorsión que genera el clientelismo de los actores en el poder. Resultaría interesante medir en profundidad en qué medida los apologistas del Gobierno definen su lealtad a propósito de favores o puestos en detrimento del capital social.

En lo inmediato, hemos de observar cómo discurre la estrategia del ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, de concertar individualmente con los congresistas y no con las bancadas de partidos. ¿Se seguirá perpetuando la competencia política injusta, esa que limita las oportunidades para nuevos actores políticos que no tienen acceso a los recursos?

En tiempos no tan lejanos, sin las redes sociales funcionando como memoria colectiva, muchas de esas contradicciones entre el decir y hacer habrían quedado enterradas en el olvido. Como van las cosas, será difícil para el presidente afinar una mayor capacidad de construir capital social bajo los límites de su investidura y en respeto de los linderos institucionales.

*Consultor, estratega y analista político. Experto en planificación y desarrollo económico territorial.
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