Prada, ¿el Horacio Serpa II?

San Vicente del Caguán, petroleras ardiendo con el consiguiente visto bueno de Prada, ministro del Interior, y ya hoy vemos como Petro estará consiguiendo, mediante este procedimiento, la extinción del petróleo en Colombia.

Ya se han regresado varias petroleras a su lugar de origen y muchas más lo harán después del espectáculo visto con la toma del campo Caella.

No tendrá que intervenir la liviana ministra de Minas, sino que esa labor se la dejará al ministro Alfonso Prada. Los “cercos humanos —y, al mismo tiempo, violentos—que este alto funcionario se inventó, alentó y absolvió, en ese emblemático lugar de la paz frustrada, se encargarán de ello.

Y viene también lo de la parentela del presidente.

Es en esas grandes crisis cuando intervienen los escuderos.

A Horacio Serpa, por decreto de nombramiento, le correspondió pechar con los estragos políticos del ingreso de dineros de los narcos a la campaña de Ernesto Samper. Lo hizo muy bien políticamente y muy mal éticamente. Cohonestó un delito y defendió con éxito a Samper. Si en un acto de conciencia moral hubiese renunciado, hubiera sido el limpio candidato liberal y también el presidente de este país.

Ahora le tocará a Prada, con los respectivos familiares del presidente a cuestas, jugar ese correspondiente papel. Y, además, explicar todas aquellas iniciativas desgarbadas y salidas de madre de su mandante y jefe.

Tal vez, mejor aun que Prada, lo haría don Sancho Panza que, en muchas ocasiones, le puso el ‘polo’ a tierra a Don Quijote. Léase bien a Cervantes y se verá como el barrigón escudero le dijo siempre —así, siempre— la desnuda verdad a su patrón; y en algunas ocasiones, incluso, consiguió que el desbarajustado hidalgo manchego desistiera de sus locuras y de sus desnortadas iniciativas.

No veo a Prada en la misma actitud del correcto Sancho Panza.  

Con el reproche moral a Serpa, ello no es óbice para que se reconozca que sus dotes políticas y oratorias cumplieron bien aquella triste función. No obstante, pese a la mala causa que aupaba, tenía hormonas. Era directo y conciso, y se enfrentaba y levantaba la voz. Un gallo de espuelas en su palenque.

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Prada es palabrero, abundoso, se relame en lo que dice, anda a trompicones en contra de la lógica. No convence. Serpa no elogiaba a ningún contradictor. Prada, en cambio, se rebosa en loanzas para con quienes lo descalifican o contradicen. Los dos, eso sí, situados en el mismo predicamento de tener que defender algo que moralmente resulta indefensable.

Y más se enredará el actual ministro, porque la madeja es gruesa, larga e intrincada.

Entre muchas más, aquí me cabe solo una circunstancia en la que no se ha reparado.

Juan Fernando Petro, el hermano del presidente, este 7 de marzo, en reportaje a La W, reconoció que, aunque no perteneció a la campaña y ni actuaba en nombre de ella, le dieron dineros para que hiciera proselitismo. Y señaló, con nombres propios, a varias personas que le aportaron tales recursos, “para –según sus propias palabras— desplazarme y hospedarme” en esas correspondientes labores electorales.

Pues bien, el artículo 396C del Código Penal dispone: “El que no informe de sus aportes realizados a las campañas electorales (…) incurrirá en prisión de cuatro (4) a ocho (8) años y multa (…)”

¿Lo informaron así los aportantes que individualizó el hermano del presidente?

El sentido de la norma es claro: evitar que se violen los topes, sépalo o no oficialmente la campaña respectiva, financiando por fuera de ella a particulares para que procedan como ruedas sueltas, recibiendo y gastando en esas actividades, sin control ni medida. Si ello no se sancionase, ¿entonces para qué esas tantas otras limitantes de ingresos y gastos? 

Cuando se desarrolle la etapa formal de las investigaciones y procesos del hermano y el hijo, estaremos en los próximos meses recordando los versos del poeta Alfred Tennyson: “Pilotos del crepúsculo púrpura, descendiendo con costosos fardos”.

San Vicente del Caguán, petróleo, fuerzas armadas hemipléjicas, ceses del fuego con los narcotraficantes más poderosos, reforma a la salud y otras sobresaltantes reformas; las invasiones aquí y allá; muchos narcos muy libres pululando por estas calles, y tantas otras más amenazantes y anarquizantes iniciativas de este anarquizante Gobierno, sumándole a eso las alocuciones presidenciales del mismo corte y confección, y, tristemente, entonces, podremos decirnos: ¡Oh, Dios! Cuán cierto eso de siembra Petros y, después de unos meses, ya verás, ¡qué tempestades!

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