Providencia, entre el despojo, el huracán inmarcesible y la dignidad de un pueblo insular

Ni es nuevo que el Gobierno nacional —y, en general, el Estado colombiano— se comporte como una catástrofe para las islas ni que la tragedia empeore después del rugido feroz de la naturaleza, tal y como se ha visto en otros casos.

Con Katrina (2005), el terremoto de Haití (2010) y con el huracán María (Puerto Rico 2017) se hizo evidente la relación entre crisis humanitaria, racismo, despojo y capitalismo.

Además, los desastres naturales ocultan otras causas de las tragedias, como lo son las desigualdades históricas de estos territorios al ‘sur’ de aquellos que representan el sueño del ‘progreso’ americano.

En Puerto Rico, por ejemplo, las grandes dificultades para el restablecimiento del agua y la energía tuvieron que ver con la precariedad de la infraestructura antes del huracán. La mayoría de muertes que Katrina dejó a su paso se dieron en New Orleands, porque el sistema de diques estaba en mal estado y colapsó, haciendo que toda el área se inundara. Y ni hablar de Haití, que luego de once años del terremoto sigue en ruinas y no hay claridad del paradero de las grandes donaciones para la reconstrucción.

No dejo de preguntarme si esos fenómenos naturales hubiesen ocurrido en ciudades ‘desarrolladas’ de gente ‘blanca’ (o en Bogotá en vez de Providencia), cómo hubiera sido el despliegue para la atención y la reconstrucción, y si sus infraestructuras hubiesen aumentado o contenido la catástrofe.

Porque, si bien las historias de estos territorios son profundamente distintas, sus índices de pobreza son altos (en comparación con otras zonas de los EE.UU.) y aumentaron luego del desastre, su población mayoritaria es latina (caso Puerto Rico) y negra (casos de New Orleands, Haití y Providencia), y sus habitantes comparten la imputación del rótulo de damnificados.

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De humano a damnificado providenciano

Entrar al inframundo de los damnificados es surtir un rito de paso hacia el más perverso de los despojos: la usurpación de la humanidad. No ser tratados como gente ni tener derechos, agencia, dignidad y memoria. De la noche a la mañana un chip cambia en la mirada del otro sobre el sobreviviente. Lo observan como a un mendigo en el mejor de los casos, y como a un paria la mayoría de las veces, mientras le brindan con dejos de caridad un par de trapos de ropa usada.

Si antes era ciudadano de cuarta categoría por ser negro, o en su defecto, por vivir en un territorio alejado e ‘insignificante’ (para algunos), ahora es ‘de quinta’ porque lo volvieron damnificado. Es un purgatorio de almas en pena lamentando una culpa que no tienen, de un desastre natural que los embistió sin clemencia. Es el terror gobernando en medio de una conversación hipotética:

¿Usted es damnificado?

Sí

Entonces cállese, agradezca, no exija y aguante.

Pero es que yo tenía una vida antes y quiero reconstruirla con mis manos.

Tenía, bien lo ha dicho. Ahora tiene su vacío, y nosotros, su vida en nuestras manos.

Semanas después de que el Iota arrasara con Providencia, una mujer me decía que en las noches se sentía como en la película Los Juegos del Hambre: “uno en medio de este dolor y ¿cuándo has visto aquí tanquetas del Ejercito? No sé cómo las trajeron en vez de traer comida, y algunas noches pasan perifoneando: ‘somos el ejercito nacional y estamos aquí para ayudarlos’. Como robots. Pero más que ayudar, asustan”.

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Y sí, cuando se pretende ‘retomar el control’ en vez de abrazar la humanidad de los sobrevivientes, los espacios se llenan de camuflados para ejercer una soberanía inútil y tardía. Recordemos que la demora del gobierno nacional en llegar a atender la tragedia generó tal zozobra, que varios isleños asumieron el riesgo de navegar largas horas en medio del mal tiempo, saliendo de San Andrés hacia Providencia en pequeñas lanchas a auxiliar a su gente.

Ellos llevaban esperanza y ayudas, en cambio, cuando el avión oficial finalmente aterrizó, dicen los isleños que llegó con 5.000 bolsas para guardar cadáveres y unas carpas endebles que no eran impermeables, es decir, inútiles ante las condiciones meteorológicas posteriores a un huracán categoría cinco.

Secuestrados por el idiotismo

Pero la gente no sólo se siguió mojando, sino que inició su calvario como víctima de un huracán que desde entonces se postró sobre Providencia y no da tregua: el gobierno nacional. Mientras la ciudadanía y la diáspora raizal desde diversas partes del mundo avanzaba en una carrera contrarreloj de recolección de víveres y artículos de primera necesidad para la atención humanitaria, el esfuerzo se esfumaba por las trabas y demoras del cordón humanitario que imponía la institucionalidad, dificultando la entrada de toneladas de solidaridad con los habitantes de Providencia.

Llegar tarde, posicionar el idiotismo como política de gobierno y manejar la crisis humanitaria inmediata desde la lógica militar que impone la obediencia al consentimiento, también hace parte de la ecuación del damnificado para terminar de menoscabar su humanidad y facilitar su sometimiento.

Como me decía un providenciano “nos tienen como secuestrados. Solo hay soldados, todo lo controlan, no dejan entrar nada y tampoco dan alternativas para subsistir. Pero con este fucking desespero muchos aceptarán lo que sea y algunos resultarán adorando a los verdugos del gobierno”.

Para rematar, el ‘estado de emergencia’ sobre el que se asentó el huracán oficial, ha terminado de despojar de derechos a sus habitantes. Bajo ese estado, el gobierno asume facultades extraordinarias para resolver rápidamente la situación. Pero nada se ha solucionado (ni rápida ni lentamente), y sí se han negado derechos fundamentales como el de la Consulta Previa por ser un pueblo étnico raizal.

De acuerdo con el Convenio 169 de la OIT (Ley 21 de 1991), los gobiernos deben consultar a estos pueblos cuando se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles directamente. Las consultas deben hacerse de buena fe y de una manera apropiada a las circunstancias, con la finalidad de llegar a acuerdos o lograr el consentimiento. Dichos pueblos tienen derecho a decidir sus prioridades en lo que atañe al proceso de desarrollo, en la medida en que este afecte sus vidas, creencias, instituciones y a las tierras que utilizan (…). Además, deben participar en la formulación, aplicación y evaluación de los planes y programas de desarrollo nacional y regional susceptibles de afectarles (artículos 6 y 7).

Pero en Providencia está todo por construir y absolutamente nada ha sido consultado, despojando a los raizales de lo único que les quedó: su futuro. Un derecho mundialmente reconocido para garantizar la pervivencia física y cultural de pueblos ancestrales como el raizal, pero a duras penas, y porque los isleños lo imploraron, hicieron mesas técnicas para definir con ellos los modelos de unas casas que ocho meses después no se erigen.

Mar de despojos

Ante la desidia, los raizales pidieron que se hiciera un banco de materiales para construir las casas con sus manos, porque nada de atenidos tienen y sus saberes ancestrales se asocian a la construcción de viviendas, botes y vida en medio del mar. Además, muchos de ellos han vivido en islas como Gran Caimán, donde aprendieron a hacer edificaciones antihuracanes. Pero el gobierno nacional tampoco cedió, aduciendo que harían todas las casas. Ni rajan ni prestan el hacha, acomodan el negocio de la construcción a su antojo y le niegan agencia a los isleños condenándolos a la categoría de damnificados para que esperen lo que nunca llegará.

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Pero el despojo no es solo de sus derechos. El huracán oficial pretende arrebatarles su poder de decisión. Desde 1998 el Estado quiere instalar una Estación de Guardacostas y los providencianos se han resistido a ello una y otra vez. En 2015 hubo una Consulta Previa y quedó oficializada su negativa a dicho proyecto.

Igualmente ocurrió en 2017 con el proyecto de ampliación del Aeropuerto. Fue rechazado en la Consulta Previa porque los providencianos, al ver el espejo de turismo depredador y sobrepoblación de San Andrés, se han resistido históricamente a ese destino, y ampliar la pista hubiese significado recibir aviones con mayor capacidad de pasajeros y turistas. Pero estas decisiones pretende desconocerlas el gobierno nacional que, aprovechando la vulnerabilidad de la gente, vuelve a desempolvar dichos proyectos. Despreciable. Como si ser damnificado significara renunciar al derecho de autodeterminación.  

A todo esto se suma el despojo de su tierra. El más temido por los providencianos. En los años noventa irrumpieron varios inversionistas con megaproyectos turísticos y los raizales declararon, y cumplieron, que hay principios que no se negocian: nuestra tierra no se vende, nuestra autonomía no se cotiza y nuestra economía no es mercancía ajena.

Así lo relataba en un libro que escribí hace una década sobre esas luchas ganadas por una pequeña comunidad a la grandilocuencia del capital que todo lo absorbe. Pero su fuerza esta diezmada por el desamparo y el agotamiento que profundiza el gobierno y que los empresarios del turismo quieren aprovechar para comprar terrenos y hacer de Providencia un pequeño San Andrés.

Las islas caribeñas, construidas socialmente como el paraíso de consumos, excesos y extensas playas doradas ‘deshabitadas’, no es natural. Es una ficción que se impone a costa de despojos y maltratos a sus habitantes.

Allí vive gente hace cientos de años. En el caso de Providencia, raizales recursivos y con un saber ancestral infinito que les ha permitido adaptarse y superar las dificultades de vivir flotando en medio del océano. Porque como decía el protagonista de la película ‘Los Descendientes’ (2001) “mis amigos del continente piensan que, porque vivo en Hawái, vivo en el Paraíso; como en unas vacaciones permanentes. Que aquí todos estamos tomando cocteles, moviendo las caderas y corriendo tras las olas. ¿Acaso están locos? ¿Creen que somos inmunes a la vida? Cómo pueden creer que aquí́ nuestras familias son menos cansonas o que el cáncer es menos letal, o que nuestros dolores de corazón son menos dolorosos. ¿Paraíso? ¡Este paraíso puede irse al infierno!”.

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Allí vive gente hace cientos de años. Gente recursiva y con un saber ancestral infinito que les ha permitido adaptarse y superar las dificultades de vivir flotando en medio del océano. Porque como decía el protagonista de la película Los Descendientes (2001) “mis amigos del continente piensan que, porque vivo en Hawái, vivo en el Paraíso; como en unas vacaciones permanentes. Que aquí todos estamos tomando cocteles, moviendo nuestras caderas y corriendo tras las olas. ¿Acaso están locos? ¿Creen que somos inmunes a la vida? Cómo pueden creer que aquí́ nuestras familias son menos cansonas o que el cáncer es menos letal, o que nuestros dolores de corazón son menos dolorosos. ¿Paraíso? ¡Este paraíso puede irse al infierno!”.

Paraíso: para ti ‘with my eternal love’

Pareciera que así también lo piensa el presidente mientras se pasea en cuatrimoto entre los escombros de Providencia. Que en las islas todo es tan paradisiaco que cien días bastarían para reconstruir “The Divine Providence with my eternal love”, como lo plasmó junto a su firma en un muro de Providencia, al peor estilo de un autógrafo no pedido de quien se cree un rockstar, cuando en realidad la fama no es por admiración sino por vergonzosa incompetencia. Patético.

Pero el muro se le vino encima y luego de 199 años de adhesión del archipiélago a la Nueva Granada, el gobierno descubrió que no tiene paraíso sino islas. Aún no le da para entender que las cosas en medio del mar son muy particulares, implican otras dinámicas y significan fragilidad, escasez de recursos, sobrecostos, complejidad en las operaciones, comprensión de otra cultura, reconocimiento e inclusión de sus saberes y sus voces, y fortalecimiento de lazos con territorios hermanos en el Caribe, entre otros.  

A pesar de todos estos infortunios y despojos, los raizales tienen el poder de la raíz. Se aferran a su maritorio (porque ese mar es su territorio) con la fuerza de una dignidad que el mundo entero no alcanza. Dignidad con la que forjaron su lengua criolla para resistir a sus esclavizadores y con la que aún cantan el himno nacional. Ese que habla de lo que padecen: “surcos de dolores” en una horrible noche que no cesa. Dignidad, como el nombre del campamento que instalaron, donde izan con orgullo su bandera para exigir lo que les corresponde, porque no mendigarán migajas.

Rechazan el atuendo de damnificados ‘gritones’ e ‘impacientes’ que tratan de ponerles los funcionarios para justificar su incapacidad: “es que si ve, con ellos no se puede, todo es una peleadera”, alguna vez me dijeron. Yo me pregunto cómo actuarían si se enfrentaran a las mismas circunstancias y vivieran, ellos o sus padres de más de ochenta años, todos estos meses en carpas con goteras, sin paso de aire que alivie el calor infernal y con la brisa moviendo su estructura y recordándoles que se salvaron una vez, pero que se acercan nuevos y temidos huracanes. El purgatorio.

Pero los raizales saben el tesoro que habitan y que son, y no dejarán que se los arrebaten. También han sido piratas y entienden de esas cartografías de saqueos, cañones y bucaneros. Aún tienen miles de duelos por hacer y heridas que sanar, pero no tienen tiempo para eso. Saben que hay que seguir al pie del cañón defendiéndose del inmarcesible huracán oficial.

Y nos necesitan, no desde la mirada lastimera o arrogante de continentales que se creen el ombligo del mundo, sino desde el poder de la empatía con seres humanos que batallan contra los despojos de tantos huracanes. Seamos el coro de su resistencia y velemos porque los recursos y donaciones para su buen vivir se destinen a ese fin sin más abusos, incumplimientos y dilaciones. Porque ocho meses no son nada en comparación con los cientos de años que llevan salvaguardando lo que es suyo y haciendo de ‘su roca’ la sublime belleza de un milagro.

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14 Comentarios

  1. Maria Camila muy buen articulo y que importantes denuncias, realmente este hobierno desconoce cual es principal funcion y dedica a todo menos a gobernar.

  2. Maria Mercedes Fajardo

    Demasiada realidad junta. Pareciera q unos cuantos, quisieran borrar al resto, este gobierno no entiende, no ve, no escucha, pero si permite cargamentos de droga en las bases militares, permite y propicia la muerte, tortura, desaparición, de jóvenes, etc. Se esta presionando para despojar del lugar a los dueños de Providencia. La denuncia esta afuera, aquí no hay garantías. Para adelante, no están solos compatriotas

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