¿Quién representa el cambio?
Las propuestas y la visión de país que dividen a los candidatos deberían sopesarse con un baño de realismo sobre lo que realmente significa gobernar en una nación con instituciones débiles y fragmentado socialmente, donde la opción de ‘centro’ no es la más atractiva. Por desgracia.
Evitemos caer en el mayúsculo engaño al que nos llevan las campañas. Si la consigna es “el cambio”, qué sentido tiene que todos los aspirantes a la Presidencia se hayan matriculado con este discurso. ¿De verdad es posible asegurar el cambio cuando varios de quienes aspiran se rodean de corruptos, clanes, de los mismos y las mismas, con tal de movilizar maquinarias y asegurar votos? Seamos honestos: ninguno, y menos así, tiene la capacidad real de cambiar la muy confusa y minada realidad nacional. No y no, hasta la saciedad.
Ahora, que los políticos prometen cosas, no es ninguna novedad. Que tergiversan para ganar votos, tampoco lo es. Al final de cuentas las campañas son eso: con verdades, verdades a medias y mentiras, con o sin datos, de hablar, de convencer, de seducir y persuadir al elector no solo del acto mismo de nadar en su caudal, sino de elevar sus anhelos, así sea por el corto lapso que tarda el éxtasis de la contienda.
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Tal vez cada cuatro años se repita esta idea, pero como nunca el país está ante un problema demasiado grave y complejo de desobediencia civil y de violencia como para confiar excesivamente en un político que promete el cambio. Tampoco en que su eventual gobierno rebosará de abundancia, optará por la bondad y redefinirá la discusión teórica del contrato social con 50 millones de personas, de las cuales su inmensa mayoría ignora quiénes en realidad fijan las reglas de juego.
Si la polarización abrirá el telón del próximo Congreso, qué podremos esperar de la gobernabilidad del futuro presidente. Más aún si, como están las cosas, tendremos un Estado sobrecargado, con un presupuesto limitado, ¡al borde de la quiebra! –sostienen expertos–, en donde las expectativas, peticiones y presiones de distintos grupos serán demasiado numerosas, frecuentes y exigentes para su ya conocida y precaria capacidad de respuesta.
En otras palabras, después del 13 de marzo y por las movidas oportunistas de unos y otros en esta recta final de la campaña, gane quien gane, el gran interrogante será cómo se trazará la relación Gobierno-Congreso. ¿Nos hemos preguntado cómo harán los candidatos en carrera para en cuatro años superar la crisis histórica del Legislativo, caracterizada principalmente por su debilidad frente al poder Ejecutivo y su proclividad al clientelismo? No podrán… ¿verdad?
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De otro lado, aunque los candidatos se muestran sensibles y las campañas les den importancia a ciertas problemáticas, como el empleo, la seguridad o la violencia, inquietantes para el común de las personas, es el escepticismo de quienes votan, pero sobre todo la resignación de quienes no lo hacen, los factores que incrementan la desconfianza en las instituciones y sus líderes.
Al margen de las pasiones, ¿no fijamos de verdad qué tanto nos aportan los candidatos? ¿Alguna vez reparamos en analizar el capital intelectual que ostentan nuestros líderes? No por soberbia de mi parte, ni mucho menos, pero ¿nos damos a la tarea de analizar qué responsabilidades asumen, de qué manera hablan y se desenvuelven frente a los temas sensibles del país?
Paradójicamente, el tiempo de elecciones es una cortina de humo bastante eficiente para opacar el verdadero clima social y minimizar las preocupaciones individuales. Los colores, la música, los discursos y la mediatización excesiva configuran un morboso, e incluso procaz, ejercicio de deliberación sobre asuntos que en el fondo interesan a pocos y terminan por decepcionar a muchos.
Pero a pesar de existir esa desconfianza el principio de representación no se agota y la acción política de nuestros lideres se justifica si sus objetivos, moralmente deseables o aceptables, respetan códigos de procedimiento y transparencia. No existe otra forma de cambiar.
Por ello, quienes creemos en los procesos democráticos cada vez asumimos con más resignación que, aunque vivamos en un país profundamente dividido, depositar nuestra confianza -aunque sea nuestro voto- en cualquiera de los líderes del momento, en el mejor de los casos sembrará una semilla de esperanza, lejana claro está, de vivir en un país mejor.
A pesar de lo anterior y con la convicción de estar tomando una buena decisión, sin compromisos profesionales, muchos menos económicos, y sin la mezquindad de quienes hasta hace semanas agitaron la bandera de centro y hoy huyen por una posible, pero no infalible derrota en las urnas, el próximo domingo depositaré mi confianza en la fórmula de Sergio Fajardo y Luis Gilberto Murillo para la Presidencia de la República.
No porque esté convencido de su superioridad moral, como le instigan, tampoco porque crea que representa el cambio. Sí porque creo en los principios que su imagen y trayectoria enarbolan desde hace dos décadas y que me ha llevado a reconocer, ante todo desde mi rol profesional, su siempre valiosa gestión de lo público y su contribución a la construcción de aún inexistente centro político.
Con los errores propios de un político bien intencionado, aprecio que de manera franca y moderada Fajardo se haya dispuesto a alertar a la ciudadanía acerca de la traición implícita de los discursos tradicionales y del engaño latente que suponen los representantes de la política tradicional, especialmente los populistas. Me llena de valor que su candidatura no prioriza el sucio juego de desacreditar al adversario, sino que promueve un liderazgo genuino, técnico y realista, acompañado de un extraordinario equipo programático, de quienes debo registrar, aterrizaron sin duda el más conveniente y oportuno de todos los programas de gobierno en competencia.
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Porque creo también que la dimensión ética de la acción política, que algunos la minimizan haciéndola ver ingenua o hipócrita, es trascendental como punto de partida para enderezar el rumbo, Fajardo es el polo a tierra que hoy necesita Colombia para invertir la confrontación social por un escenario de consenso, lejano de las pasiones, factible y realista desde lo financiero y que acerque el centro a las regiones. Es mi opinión.
Por @dialbenedetti
2 Comentarios
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Hola gracias por tu análisis tan certero , me gusta tu sinceridad y en la forma en que hablas sobre la persona que podría ser nuestro presidente, ahora tengo una visión más certera para poder votar ya que vivo en el exterior y hace muchos años me he alejado de la política, pero se que debo votar como una buena ciudadana.