Redes sociales y protestas o de como internet cambió los movimientos sociales para siempre
En diciembre de 2020 se cumplieron 10 años del comienzo de aquel estallido social conocido como la Primavera Árabe. Desde el norte de África hasta Oriente Medio, la población árabe se tomó las calles durante meses, descontentos con el estado de decadencia de sus sistemas políticos y sociales. Aunque a largo plazo el impacto del movimiento en la región se ha visto mermado, en su momento las movilizaciones lograron derrocar a varios mandatarios y hacer temblar incluso la economía mundial.
Pero la repercusión de la Primavera Árabe que ha perdurado con el paso de los años es la consolidación de internet y las redes sociales como el espacio en donde se gestan estos movimientos masivos. Las protestas que otrora comandaba un caudillo a todas sus anchas ahora se cimentan en una logística cibernética, que permite a cientos divulgar el llamado a las calles, sentar su posición particular y hacerse escuchar. Todo ello gracias a internet.
En Egipto, la fuerte imagen de Khaled Said en una morgue tras ser asesinado por la Policía se convirtió en un símbolo de indignación compartida en las redes sociales. A partir de ahí, hashtags y blogs fueron creados para consumar ese movimiento que, aunque algunos sostienen que no nació propiamente en las redes, sí tuvo allí un resguardo para divulgar el descontento social en toda esa región. El resto del mundo también se informó por medio de las redes sociales.
Antes de la Primavera, las redes cibernéticas ya generaban movimientos masivos en el mundo. El 30 de noviembre de 1999, se dio la llamada “batalla de Seattle”, una protesta en aquella ciudad en contra de la Organización Mundial del Comercio. La marcha marcó tanto el comienzo de las movilizaciones de carácter global del siglo XXI, como el inicio de las congregaciones gracias a las redes cibernéticas.
El movimiento en las redes de la Primavera Árabe fue precedido por la Revolución Verde en Irán, y meses después fue reforzado por la movilización mundial del 15 de octubre de 2011, conocido en Twitter como el #15O y reforzado por movimientos como el #OccupyWallStreet en Estados Unidos. Desde ese momento, las protestas que nacen en internet se han tomado el mundo.
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El rol de internet no se detiene ahí. Durante las movilizaciones, los congregados no sólo expresan su indignación en las calles, también registran un discurso paralelo al de los grandes medios y los comunicados oficiales. Minuto a minuto, los ciudadanos publican su experiencia en las redes, muchas veces más reveladora que los contenidos con más valores de producción detrás. Filman incluso los enfrentamientos con los agentes del orden, grabaciones que, como en el caso de las actuales protestas en Colombia, ayudan a esclarecer agresiones y violaciones de derechos humanos.
Como señala Amaro La Rosa en un estudio de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón en Perú, las redes sociales han logrado llevar la protesta organizada a muchos más grupos sociales. Para ella, “el desarrollo de los teléfonos móviles inteligentes, la disminución de sus costos, la digitalización de las comunicaciones y el creciente acceso a la banda ancha, han contribuido a que estos recursos estén ahora al alcance de sectores cada vez más amplios de la comunidad, que pueden así contar con un recurso tecnológico tanto para difundir los hechos (de los cuales son testigos privilegiados) como para tomar parte activa en iniciativas ciudadanas”.
A grandes rasgos, gracias a la divulgación continua y colaborativa, y a la explotación de los recursos que ofrece internet, los movimientos sociales de este siglo cobran la fuerza que termina por verse en las calles.
Redes sociales: para bien y para mal
Es evidente que las redes sociales han propiciado movimientos que denuncian injusticias, reivindican causas nobles o protegen a los más vulnerables. Pero a la vez han logrado unir también a grupos que han logrado desestabilizar y amenazar al sistema democrático por completo. La prueba más reciente está, cómo no, en la congregación en el Capitolio de Estados Unidos el pasado 6 de enero. En aquella ocasión, la revuelta no tenía otro pretexto que desconocer la victoria en las urnas del demócrata Joe Biden.
Los mediadores de Twitter, Facebook y otras redes hicieron lo que pudieron, bloqueando la cuenta de Donald Trump, derrotado en los comicios y quien instigó a los manifestantes con acusaciones infundadas sobre un fraude en su contra. Pero otras redes sociales más permisivas, como Parler, han permitido en el último tiempo que los seguidores más fervientes del magnate, muchos de ellos defensores del supremacismo blanco y de teorías conspirativas, se reúnan en plataformas fuera de cualquier control.
Y en 2016, las elecciones estadounidenses, y el propio brexit en Reino Unido, dieron la razón a quienes preveían que no todas las características de internet estarían al servicio del bien común. Como señaló en su momento Farhad Manjoo en The New York Times, “la elección de Donald Trump quizá sea la ilustración más contundente hasta ahora de que, en todo el planeta, las redes sociales están ayudando a reconfigurar de manera fundamental a la sociedad humana”.
Farhad precisa que “debido a que estos servicios permiten que la gente se comunique entre sí con más libertad, están ayudando a crear organizaciones sociales sorprendentemente influyentes entre los grupos que alguna vez estuvieron marginados. Cada uno, a su propia manera, ahora está ejerciendo un poder que antes se creía impensable, lo cual resulta en espasmos geopolíticos impredecibles y a veces desestabilizadores“.
Imposible de callar
Varios autores y científicos sociales coinciden en que la narrativa de las redes sociales ha contribuido a promover la acción colectiva en los últimos años. Estos medios permiten generar un sentido de pertenencia social de manera práctica, a la distancia, el suficiente para que, de ser necesario, los grupos decidan salir a las calles. Sucedió con movimientos virales, como #BlackLivesMatter, #NiUnaMenos y #MeToo, y en países como Brasil, Perú y Turquía en manifestaciones en contra de las atribuciones de sus gobernantes en particular.
Un gran ejemplo de este fenómeno fue el estallido social en Chile, que soportó buena parte de la simbología a su alrededor en las escenas de caos en el transporte público.
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La indignación residía en un malestar general con el panorama social y político en el país, como tener una Constitución Política redactada cuando aún estaba Augusto Pinochet en el poder. Por eso, símbolos concretos como la canción de ‘El violador eres tú’ consiguieron empatizar con los inconformes. El movimiento, además, mostró ser efectivo, al lograr la votación de un referendo para, entre otros asuntos, redactar una nueva carta magna.
En Hong Kong, los líderes prodemocráticos han sido adolescentes que convocan manifestaciones en sus redes sociales, y también conocen las plataformas de videojuegos en línea, donde también crean comunidad. Hasta que el gobierno central en Beijing promulgó la Ley de Seguridad en la excolonia británica, las manifestaciones se organizaban en línea con instrucciones muy concretas, como llevar paraguas para protegerse de las cámaras de seguridad y así no ser identificados por el régimen chino.
Y en definitiva, la prueba de la efectividad de las redes sociales está en los esfuerzos de los gobiernos autoritarios para regularlas hasta el punto de la censura. En Irán, Birmania, China, y otros países se ha restringido el uso de internet y las redes sociales, una señal inequívoca de un clima en el que el malestar social florece.
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