El reencuentro. Primera parte

La historia comienza el 18 de noviembre de 2022 en la Terminal T1 del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid. La escala en la capital de España era brevísima, llena de atafagos y agitación porque apenas había una hora y 15 minutos entre salir del vuelo AV26 de Avianca, buscar las maletas, volverlas a chequear y registrarlas para subirlas al vuelo QR 0125 de Qatar Airways que me llevaría hasta Doha, sede de la pasada Copa Mundial de la FIFA

Luego de pelear contra el tiempo y de confiar en una empleada de Qatar Airways, quien alineó a los pasajeros para saber quiénes se trasladaban hasta Doha y decirles que se despreocuparan porque no habría que ir a recoger el equipaje para volverlo a montar (ya que la aerolínea se iba a encargar de tan engorroso trámite) y así alcanzarían a abordar sin que la bitácora fuera alterada, nos trasladamos al puesto de entrada donde la máquina detectora de metales esperaba por el equipaje de mano.

Allí, al intentar pasar ese arco de madera, un agente de inmigración me devolvió diciéndome que me quitara el reloj, un Apple Watch, que lancé de afán sobre la bandeja en la que rodaban mis pertenencias y una chaqueta. Al atravesar el retén, otro gendarme me dio una maravillosa sorpresa: había sido elegido aleatoriamente para ser sometido a un control de transporte de sustancias tóxicas.

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El examen consiste en que a uno le pasan una tira de papel sobre las manos y meten eso en una máquina que si prende un bombillo rojo, está uno a un paso de ir a una nueva versión de la extinta cárcel de Carabanchel; si se enciende el botón verde, usted podrá seguir a su destino sin inconvenientes. Mi tirita de papel hizo que la máquina pitara ruidosamente y, además, que todas las luces de alerta roja se encendieran en Barajas.

Cuando ya me alistaba para, sin saber exactamente por qué, ser protagonista de un capítulo de “Alerta aeropuerto”, me condujeron hacia otro lugar para repetir el examen, mientras que mis objetos personales -entre los que estaba el portátil, el equipo de transmisión de radio y el reloj, entre otras- quedaban abandonados-. Entonces volvieron a pasar la tirita de papel por mis manos y además por la barriga.

La introdujeron en el aparato ese y ahora salió la luz verde, dándome la bendición y fortaleciendo mi presunción de inocencia. Cuando pregunté por qué la disparidad de resultados entre una y otra máquina me dijeron campantes: “Es que la primera está fallando”. ¿Si es así, para qué carajo la usan y me hacen perder tiempo?

Aeropuerto - Escaner
Aeropuerto – Escaner

Ya el avión hacia Doha estaba a punto de cerrar sus puertas y yo, colgadísimo de tiempo, fui por mis cosas y abordé el QR0125 igual que cuando Indiana Jones pasa por debajo de una puerta automática y alcanza a recuperar su gorro antes de que se cierre. Ya dentro del avión, les pedí permiso a Henry “Bocha” Jiménez y Guillermo Arango, fraternos compañeros de aventura, para ubicarme en la silla correspondiente que daba hacia la ventana.

Bañado en sudor pero con la alegría de haber podido quebrar récords personales de abordaje, me senté a tomar una bocanada de aire y a mirar la hora para saber si el cronograma iba acorde con lo planeado. Ahí me di cuenta de que el reloj se había perdido. 

Al momento de carretear, el “Bocha” Jiménez me dijo: 

¿Ese reloj era suyo? Yo si vi que se cayó pero se quedó en el piso y como no sabía que era de usted pues no me atreví a recogerlo. ¿Qué tal si fuera de otra persona?

El QR0125 de Qatar Airways daba su último recorrido y mientras en el video instructivo salía Cafú poniéndose una máscara de oxígeno, Robert Lewandowski asegurando el cinturón de seguridad e inflando un chaleco salvavidas y Neymar sonriendo deseándonos un feliz viaje, yo maldecía internamente mi suerte. ¿Qué mierda estaba pasando que ya, antes de ir al Mundial, había botado el reloj? ¿Qué más se iba a refundir?

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El viaje, que estuvo largo, como siete horas más, aparte de las 10 que nos habíamos ya comido desde Bogotá, nos dejó en la capital de Qatar en medio de una ola gigantesca de ecuatorianos que iban con nosotros, dichosos de pensar en que su Selección abriría por primera vez un Mundial (jugaron el primer encuentro del torneo ante el local y vencieron 2-0) y con una mujer que, de repente, se empezó a sentir muy mal y a la que hubo que darle primeros auxilios antes del aterrizaje. Al llegar a Qatar, un grupo de paramédicos subió de inmediato para atender la emergencia: una azafata nos comentó por lo bajo que temían que fuera un infarto.

En el aeropuerto Hamad nosotros, es decir, “Bocha” Jiménez, Quique Barona -que viajó con nosotros desde Colombia pero a quien le dieron una silla lejana en todos los recorridos- y Guillermo Arango, empezamos a buscar pista para tomar transporte e irnos hacia 2430 Al Saad, dirección de nuestro hospedaje. Sin embargo, otra cosa pensaron las autoridades qataríes que nos retuvieron media hora al “Bocha” y a mí porque antes de viajar, había que llenar un formato para inventariar los equipos de transmisión que allí se llevarían y registrarlo en una página del gobierno local, so pena de que los equipos fueran retenidos por las autoridades.

Aeropuerto Hamad

Yo había hecho la tarea; el “Bocha”, no. Hubo que explicar durante un buen rato a los amables pero videosos anfitriones que no estábamos haciendo nada raro, que nos había enviado RCN la radio de Colombia, que si les sonaba el apellido Gossaín, que de golpe era primo de ellos… algún buen samaritano decidió que sí, que realmente parecíamos inofensivos y nos dejaron libres. Ahora había que buscar maletas y a Guillermo y a Quique, a ver si por fin una ducha fresca y una muda nueva de ropa ayudaría a paliar el cansancio.

Pero otra mala noticia emergió de la nada: el equipaje de los cuatro no aparecía por ninguna parte. Igual que el reloj.

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