“La ‘queen’ de mi causa”, un relato de Margarita Rosa de Francisco sobre la despenalización del aborto

Seis escritoras, un escritor y siete ilustradoras participaron en ‘Mujeres Imparables’, un proyecto en el que, a través de relatos ilustrados, cuentan cómo la despenalización del aborto hasta la semana 24 transformó la vida de muchas mujeres en el país. Publicamos uno de ellos.

El colectivo La Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, organización que trabaja por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y que abanderó el movimiento Causa Justa (que logró que la Corte Constitucional despenalizara el aborto hasta la semana 24 de gestación), acaba de lanzar la tercera versión de su proyecto Mujeres Imparables.

En esta versión del proyecto (que normalmente publica los relatos de personas que han vivido o acompañado una interrupción voluntaria del embarazo) está enfocado en mostrar “qué ha hecho imparables a las mujeres que soñaron el movimiento Causa Justa y cómo la Sentencia C-055 de 2022 transformará la vida de mujeres, adolescentes y niñas del país”.

Las escritoras Margarita Rosa de Francisco, Vanessa Londoño, Tania Gatnisky, Andrea Salgado, Lina Parra, Juliana Restrepo y el escritor Juan Diego Mejía escribieron los siete relatos que hacen parte del proyecto. Mientras que las ilustradoras Paula Kitaen, Ximena Arias, Nandy Mondragón, Natalie Rocha, Sol Trejos, Angélica Olmoz y Luisa Castellanos acompañaron cada uno con una ilustración.

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Diario Criterio reproduce uno de los relatos (y su correspondiente ilustración, que es la imagen que abre este artículo) a continuación:


La queen de mi causa

La Queen de mi Causa png - Paula Kitaen
La ‘queen’ de mi causa. | ilustración: Paula Kitaen

Por: Margarita Rosa de Francisco

Siempre me sentí feminista. Cuando era apenas una joven estudiante de medicina, ya tenía conciencia de la injusticia hacia las mujeres y me acompañaba una indignación constante. El feminismo fue lo que me ayudó a ponerle nombre a ese sentimiento y también a aceptar trabajar en Profamilia, tratando temas de salud femenina. Fue la primera oportunidad que tuve de convertir aquella indignación en un servicio que estuviera destinado a cuidar el bienestar de las mujeres. ¿Y cómo no iba a hacerlo? En la universidad nunca recibí clases de anticoncepción y mucho menos sobre aborto. Nos lo negaron en la práctica. Los profesores ni siquiera se aparecían para dar las clases que correspondían a ese tema. Y yo, con esta impaciencia y este carácter que me gasto, que cuando se trata de convicciones profundas no me pongo a pensar cuándo es el mejor momento para comenzar a luchar por ellas, no dudé en vincularme a grupos de mujeres y a meterme de lleno en el activismo. ¿Cómo era posible que el aborto estuviera prohibido totalmente? Y lo peor, ¿cómo era posible que una decisión tan personal e íntima fuera considerada por la ley como un delito? Aún en los casos de violación, los jueces decidían si la mujer debía, o no, ser juzgada penalmente. De verdad, me resultaba insoportable. La situación me parecía tan obviamente injusta, que, en esa época, todavía sin haber comenzado el doctorado en bioética y salud colectiva, ni siquiera encontraba los argumentos para defender mi postura. 

Cuando empecé a combinar mi trabajo en Profamilia con el activismo, surgió La Mesa por la vida y la salud de las mujeres, organización pionera del movimiento Causa Justa y de la que soy cofundadora. Ni en mis sueños más salvajes me imaginé que ese grupo apasionado de mujeres conformaría una de las organizaciones más importantes para la causa feminista en Colombia; solamente sabía que nos entregaríamos en cuerpo y alma a la lucha por la despenalización total del aborto (para eso nos constituimos). No solo lo logramos, sino que, además, nos convertimos en una voz respetada y referente obligado en los debates sobre el tema. Hoy, después de 25 años de trabajo, nos reconocen, tanto en los espacios institucionales, como dentro del movimiento. Ese acumulado es el que nos permitió darnos cuenta de que el modelo de causales ya estaba agotado, pues reproducía las desigualdades entre mujeres y aumentaba el número de abortos ilegales. 

Sé que soy una mujer exigente, pero porque lo soy más conmigo misma. Soy incapaz de pedirle a nadie nada que yo no esté dispuesta a dar en un esfuerzo colectivo. Causa Justa, cuya columna vertebral es La Mesa, es la heredera de nuestro esfuerzo por construir argumentos desde una práctica de trabajo feminista con el convencimiento de que se está contribuyendo a una causa concreta, pero también a la democracia en su sentido más amplio, no solo porque reivindicamos derechos para que la ciudadanía de las mujeres sea plena, sino porque lo hacemos desde una ética que hemos tratado de llevar al espacio de Causa Justa. Nos respetamos a nosotras mismas a través de las historias de las mujeres porque creemos en un interés colectivo superior, hasta el punto de poner el nombre de La Mesa en segundo plano. 

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Lo más gratificante de todo este proceso fue cuando vi que mujeres de todas las edades y lugares del país empezaron a resonar con nuestro cuestionamiento: ¿usar el derecho penal para tratar un asunto de salud pública? ¡Qué discriminatorio, injusto, contraproducente e ineficaz! 

Aunque estaba en Uruguay el día que la Corte falló, ese 21 de febrero del 2022 mi corazón y mente no se apartaban de Colombia. La sorpresa fue inmensa cuando me enteré de la decisión y comencé a recibir mensajes, fotos y videos de mujeres expresando una gratitud que recogía también mucho dolor; muchas me decían: “Gracias”, llorando por la abuela, por la mamá, por la hermana o por la amiga. Lloraban por la afrenta que significó para tantas de ellas que abortar fuera un delito, pero también era un llanto de alegría. 

Me he preguntado muchas veces si estar alegres frente a una decisión como el derecho al aborto podría ser visto como algo contradictorio. Hoy me respondo a mí misma que no estábamos contentas por el aborto, sino por la conquista de la libertad. El día del fallo me sentí más presente que nunca en las palabras e imágenes de infinidad de mujeres que celebraban agitando sus pañuelos verdes. Este símbolo, en manos del feminismo, representa valores poderosos como la tenacidad, la valentía y la libertad, pero también avisa que hay una luz, un faro para quienes necesitan ayuda. Así, algo tan simple como un pañuelo puede terminar haciendo la diferencia en la vida de una persona. 

Aborto - AFP
Colombianas celebran la despenalización del aborto hasta la semana 24. | Foto: AFP.

El tema del aborto fue lo que consiguió que me decidiera a hacer el doctorado; lo que más me motivó fue poder convertir en pregunta de tesis el cuestionamiento que siempre tuve sobre las normas restrictivas de aborto en América Latina. ¿Qué significaban esas normas? ¿Qué las sustentaba? ¿Sobre qué premisas estaban montadas, moral y éticamente hablando?

Planteé mi estudio basándome en la noción de biolegitimidad, que surgió de los debates de Foucault sobre la biopolítica. A través de aquella investigación me di cuenta de que lo que pasa con las normas restrictivas sobre aborto ––siendo la penalización la más represiva de todas––, es que están levantadas sobre la idea de que la vida de las mujeres que se rehúsan a la maternidad, es decir, que están embarazadas y deciden interrumpir su embarazo, es una vida que vale menos en la sociedad. Si no eres madre, tu vida como proyecto ya no importa tanto. De modo que el aspecto biológico de la vida de una mujer pasa a ser más valioso que su biografía. Entonces, si la integridad y salud de una mujer están en riesgo; si la violan, por ejemplo, todas esas circunstancias parecen atenuar el hecho de que ella desee abortar. Pero si, por decisión propia, interrumpe la gestación porque eso no hace parte de su plan personal de vida, la posibilidad de que sea autora de su propia biografía no se contempla. Esa fue la conclusión de mi tesis, y la incorporamos dentro de los 90 argumentos que trabajamos desde La Mesa, para luego llevarla al debate público de Causa Justa. De manera que, cuando la Corte dice que hay que respetar la conciencia de las mujeres, está admitiendo que la vida de ellas también tiene valor más allá de la maternidad, y que tiene valor, además, la vida que imaginen para sí mismas. 

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 El reconocimiento de derechos —en el papel— solamente se va a sostener si todas las mujeres lo vuelven una realidad en sus vidas, y esa es la transformación cultural a la que tienen que aspirar. Entiendo que no es un momento fácil; este tipo de gestas también implican poner en riesgo la tranquilidad y hasta la propia existencia. Eso lo sé bien. Si de algo puedo dar fe es de haberle entregado horas, días y noches sin límite a esta urgente causa, y lo seguiré haciendo, aún sabiendo que lo conquistado es todavía frágil en una sociedad como la nuestra, que se niega a reconocernos y a respetarnos como ciudadanas plenas y completas. 

No puede ser que por encima de la voz de las mujeres —¡para tomar una decisión sobre su propio embarazo!— esté el juez, el cura, el marido, el director del hospital, el mundo entero, incluso, la Corte, que “nos dio permiso” hasta la semana 24. Nadie puede cantar por cada mujer esa canción de Bebe que me fascina y que dice: “Ahora soy mi amiga, mi jefa, la queen de mi house; que nadie me levante la voz”. Yo la canto con el corazón en la garganta porque siempre traigo mi rabia  (¡ay, esa fuerza de fuego!), los argumentos y, aunque no siempre se les parezca, traigo mi corazón… y aquí lo dejo.

Puede leer los siete relatos y ver sus ilustraciones aquí.

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