Entre pájaros y parásitos
Una reseña de dos libros ilustrados, que a la vez son libros de cuentos, de la misma editorial: ‘Parásitos perfectos’ de Luis Carlos Barragán y ‘Pájaros de mal agüero’ de Stephany Méndez Perico.
Alternar dos libros de una editorial puede resultar una operación extraña, o extravagante, o dependiendo del tiempo y las condiciones, una acción perjudicial para la psique, y puede ser todo esto y aún más si en esa editorial, en su catálogo, en sus intenciones, hay simbiosis y mutaciones entre libros, fallas narrativas que contaminan las páginas y hacen que sus artefactos narrativos sean los hijos malogrados de un laboratorio clandestino de experiencias y recuerdos que a su contacto modifican nuestra percepción de eso que llamamos mundo real.
Los libros que crucé, además de su origen cercano son libros de cuentos: uno es Parásitos perfectos de Luis Carlos Barragán y el otro Pájaros de mal agüero de Stephany Méndez Perico, ambos de la Editorial Vestigio, ambos de la colección Rubedo, ambos con títulos sugerentes que inician en su título con P, en alusión a unos organismos y unas aves de todo tipo.
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En el caso de Parásitos, Barragán, narrador de culto, escritor colombiano de ciencia ficción, despliega su incontenible y desbordada imaginación en una serie de cuentos que sintonizan con parte de su mundo recreado en otras de sus narraciones: una Bogotá alterada por nuevas formas de vida, que acá aparece saturada de voces periféricas y a su vez de voces familiares, que destilan una extraña proximidad por los registros e indicios que aparecen en cada relato. Así, y a modo de una coordenada establecida por el narrador inicial, se puede leer en la primera línea: “Si no te gusta Bogotá porque es muy grande…”.
Desde ese punto, y en adelante, Bogotá la grande, la vieja y la nueva, esa otra mala broma de Dios en la que pasea un Transmioruga -unión posible entre el Transmilenio y una larva-, se disecciona en varios pasajes que se proyectan en las páginas: un escenario de mutaciones y formas de nueva carne, de nuevos afectos, con multiplicación de organismos, de mutualismo, de expansiones biológicas e ideas que son llevabas a un borde en el que todo se precipita para caer en un acantilado dónde lo que por ahí discurre se hace posible.
Y aún más si es extravagante y extraño, como pasa en el cuento “Simbiosis”, que juega con los recuerdos de Strange Days de Kathryn Bigelow para plantear un tráfico y un guerra cercana por las formas de recordar, o en “Carretera Negra”, que impulsa el Crash de Ballard y Cronenberg pero desviado hacia un paisaje despojado y solitario con carros orgánicos que se anudan a los cuerpos humanos que viven en comunas clandestinas de cazadores y caníbales.
Además, entre los muchos otros rasgos que pueden escarbarse en estos cuentos, están los afectos y las nuevas formas de amor, porque este también es un libro de otras formas de amar, algo que podemos subrayar en el cuento que la da nombre al libro: “Parásitos perfectos”, que es toda una declaración por un tipo de amor y de afecto a los invisibles organismos que los cuerpos humanos llevamos dentro y a las alternativas de vida que en su unión y albergue tienen para nuestros futuros, que en los futuros recreados por Barragán siempre señalan alternativas a una aventura humana cada vez más ralentizada.
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Con estos y otros cuentos, sin importar el orden y tiempo de entrada, es posible, de lejos y de cerca, la exposición a un tipo de violencia que sortea la profilaxis a la que se someten muchas formas de arte de las últimas semanas, al contrario, acá hay un lugar desprovisto de limpiezas con espacios conectados por eslabones y circuitos en los que siempre vibra la promesa al futuro, aunque este sea un camino más extraño de lo que posiblemente esperamos.
Por otro lado, con menor densidad y con algunas fisuras, están los cuentos de Méndez Perico, en los que también se perfila a una Bogotá, en este caso sin tantos excesos y sugerentes recreaciones. La ciudad en estas narraciones aparece como escenario de hechos y actividades extrañas y violentas, soportada por sencillas recreaciones en las que se perfilan vínculos familiares y trazados sociales.
A pesar de que el inicio es un intento por capturar el graznido de unos cuervos, el tono, pasadas las páginas, se va a otro lado porque en Pájaros, la ciudad se revierte, en muchos de los cuentos, hacia los pensamientos, monólogos y los traumas de los personajes que circulan, a tientas, para dejar algunas evidencias sobre algo que está fuera de foco a pesar de las obviedades o la repetición de automatismos en muchos de los relatos.
Así se puede leer en el cuento “Más de dos sílabas”, que plantea el sello que existe en un nombre con este número corto de sílabas. También se puede ver el vacío de una experiencia de trabajo jamás contada en “Quizás no quería ir solo” o las confesiones domesticas de un papá y su extraña hija que no termina de cantar en “¿Y yo, cómo iba a imaginarme?”. Piezas que tantean con ideas, limitando, en muchos casos, con la ampliación de anécdotas párrafo tras párrafo.
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En general, el libro de Méndez Perico opera como un laboratorio de probaturas en el que aún se nota la ausencia de poéticas que ensanchen el modo de lo que se cuenta y sus posibles intenciones.
Punto aparte: si los Parásitos perfectos de Barragán se unieran a una banda sonora, o tal vez eso ya sucedió y aún no lo sabemos, serían las frecuencias del Zeta once de Babelgam, un disco perfecto para habitar en estas frecuencias o para acompañar a Negro y a su piloto en sus viajes solitarios por la carretera.
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