Responsabilidad, autonomía, castigo

De nuevo nos encontramos con menores de edad asesinados en un bombardeo realizado por el Estado a un campamento guerrillero; en esta ocasión tres de 17 años y uno de 13. Volvemos a la situación de hace unos meses cuando el gobierno, en voz del ministro de defensa, proclamó la responsabilidad de los jóvenes menores de edad: aunque hubieran sido reclutados a la fuerza por la guerrilla, al ser convertidos por ella en máquinas de guerra y por ende en criminales, se volvían legítimos objetivos de la lucha contra guerrillera.

Es decir, un adolescente será responsable de sus actos sin importar ni su edad ni la manera en la que llegó a asumir las creencias e ideas que determinaron su actuar. Por lo tanto, la gravedad de los actos de los que es capaz un joven determinaría su grado de responsabilidad. Para todos es evidente el daño que puede causar un menor de edad con un AK 47 al hombro. Pero, aun así, el error radica en minimizar la importancia de la edad debido a la gravedad del daño causado.

En Colombia, legalmente al adulto se le asigna una responsabilidad mayor a la del menor de edad, el cual no puede ser responsabilizado de la misma manera por sus actos. ¿Cómo se distinguen el uno del otro? El sistema jurídico crea un límite artificial basado en la edad. La edad de los 18 años funciona como frontera entre la responsabilidad absoluta y la responsabilidad atenuada. A los jóvenes entre 14 y 18 años se les asigna una responsabilidad atenuada por sus actos: las sanciones impuestas no son retributivas sino pedagógicas.

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Esto presupone que las creencias que motivaron sus actos aún no se pueden catalogar como propiamente suyas. Es decir, el adolescente aún no ha consolidado una visión del mundo que pueda considerarse totalmente suya y que no solo haya sido impartida por la tradición o la autoridad, ya sea familiar, educativa, religiosa o de alguna otra índole. Es decir, las ideas que tiene aún no son totalmente suyas porque su misma identidad aún está en formación.

¿Qué presupuestos subyacen a esta postura con respecto a los conceptos de autonomía y responsabilidad? Generalmente la capacidad de pensar por sí mismo, atribuida al adulto, se define como no estar bajo influencias externas para determinar las propias creencias. Ser autónomos implica pensar por nosotros mismos antes de aceptar o rechazar alguna idea o creencia. Esta autonomía permite asignarle responsabilidad absoluta al ser humano que ya es capaz de separarse de sus creencias, analizarlas y asumirlas como suyas o rechazarlas. Se es responsable por aquello que se ha vuelto de uno.

Sin embargo, esta concepción del ser humano presupone la posibilidad de separación momentánea de toda ideología, de todo esquema conceptual, de todo proceso pedagógico, para poder analizar de manera neutral e indiferente las creencias y decidir, sin influencias externas, qué valor asignarles.

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El problema es que, si hiciéramos a un lado todo el aparato conceptual o ideológico, toda valoración para acceder al mundo en su desnudez, por decirlo así, perderíamos al mundo mismo. Si miramos al mundo con un lente religioso, se nos aparece el mundo bajo un ropaje religioso que surte sus valores determinantes y orientadores: apego a una doctrina moral dogmática, supresión de la individualidad, existencia de una totalidad que otorga sentido a cada suceso, etcétera.

Si lo miramos con un lente capitalista, el mundo se nos aparece bajo un ropaje económico basado en la lógica del capital, que surte sus valores determinantes y orientadores: énfasis en la libertad individual, presuposición de la propiedad privada como derecho natural, etcétera.

Pero, si pudiéramos quitarnos los lentes dejaríamos de ver, desaparecería el mundo debido a que no tendríamos orientación alguna con la cual verlo. El mundo no nos hablaría. De aquí se sigue que la característica de la autonomía para fundamentar la responsabilidad individual es un espejismo, un ideal irrealizable. Siempre nos relacionamos con el mundo y con los otros, nos encontramos situados en una concepción particular que no hemos construido de cero porque desde un inicio somos parte de formas de vida, sistemas conceptuales, prácticas e instituciones que han formado lo que entendemos por mundo. Podemos concluir que realizar nuestra humanidad consiste en ver al mundo de una manera particular, formar parte de una colectividad situada en el mundo y ante él.

¿En qué se podría fundar la adscripción de responsabilidad si está basada en una autonomía absoluta aparentemente imposible de cumplir? ¿Cómo podemos ser responsabilizados por nuestros actos, si al analizarlos de una manera más detallada resulta que no son tan nuestros como creíamos? ¿Qué grado de autonomía real, de capacidad de pensar por sí mismo, tiene el joven de 18 años criado en una familia y con una educación estrictamente religiosas; la hija de empresarios exitosos, defensores a ultranza de un sistema económico neoliberal, donde el mercado y no el gobierno dictamina políticas sociales; el hijo de luchadores y organizadores sociales de tendencia socialista? ¿Cómo podemos asignarles autonomía, y por tanto responsabilidad por sus creencias, a estas personas si el mundo que se les aparece para ser analizado de manera neutral desde su autonomía ya viene determinado por la formación ideológica a la cual fueron expuestos en su crecimiento y formación?

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Parece que nos otorgamos mayor capacidad autónoma de la que somos capaces. Existe una brecha entre la necesidad del estado y su sistema penal de adjudicar responsabilidad individual, por un lado, y la capacidad del individuo de imprimir una verdadera autonomía sobre sus creencias, que luego servirán de motor a sus actos, por el otro.

Sin embargo, una sociedad moderna no podría funcionar sin tener la capacidad de adjudicar responsabilidad a sus miembros por sus actos. En esto consiste la noción moderna de libertad: cada individuo es la fuente de sus propias creencias y por tanto de sus actos. Preferimos asumirnos libres y autónomos, excediéndonos tal vez en el tipo de castigo por medio del cual intentamos controlar y regular el actuar humano.

Para un sistema basado en la idea de individuo como elemento último y fundamental de una sociedad, como lo es en general la modernidad, no parece haber otra alternativa. Tal vez sea el precio que estamos dispuestos a pagar por querer asumirnos como seres libres y autónomos.

Si empezáramos a rascar la superficie de cada acto individual para rastrear sus orígenes y los impulsos que lo generaron, desaparecería el individuo moderno y su libertad. Entenderíamos qué nos lleva a actuar de la manera en que lo hacemos y por qué difícilmente podríamos haber actuado de otra manera dadas las circunstancias y condiciones particulares.

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Esto nos dejaría dos opciones: no hacer una distinción tan estricta entre adolescente y adulto con respecto a responsabilidad individual y autonomía, con lo cual enfatizaríamos lo pedagógico y no lo retributivo al sancionar nuestros actos incluso como adultos; o aceptar que nos estamos sometiendo a regímenes legales punitivos sin ser realmente tan autónomos como nos asumimos.

Es decir, a pesar de no ser responsables por haber devenido quienes terminamos siendo, sí necesitamos responsabilizarnos por ser quienes somos. En cualquiera de las dos opciones, sin embargo, no cabe reducir a su identificación como máquinas de guerra a adolescentes reclutados a la fuerza por la guerrilla para luego asesinarlos porque los delitos cometidos por ellos o los que puedan cometer en el futuro cancelan su condición de víctimas.

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