Nuestra verdadera riqueza son las selvas y los ríos
Pasadas las elecciones presidenciales y conocido el nombre de la nueva ministra de Medio Ambiente, la activista ambiental barranquillera –con ancestros vallecaucanos– María Susana Muhamad González, me hubiera gustado referirme a temas cruciales, como el del sol, origen de la energía del planeta; o el del oxígeno, que fue en un principio solo una anormalidad en la historia geológica del planeta; o el del agua, que nos cayó desde el cielo por bombardeos de asteroides.
Pero quizá sea más práctico escribir sobre dos hijos exuberantes de esas tres deidades: las selvas y los ríos, que son los que mecen la cuna verde de la vida. Sobre todo ahora que el nuevo gobierno, en materia ambiental, nos reconfortó con buenas noticias.
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Nos cuentan que prohibirá el fracking y detendrá las licencias de sus pilotos, abolirá el glifosato en la lucha contra las drogas, revisará el estado de las licencias ambientales de los megaproyectos, potenciará la transición energética, adoptará un plan integral de protección a los líderes ambientales y suscribirá el acuerdo de Escazú, reforzará la sustitución de cultivos ilícitos, aumentará la capacidad de concertación social, prohibirá el uso de plásticos de un solo uso, y ofrecerá todo el respeto estatal por las decisiones de las consultas previas, entre otras.
Pero lo más importante del Programa Colombia Potencia Mundial de la Vida, es que buscará, como primera medida, frenar la deforestación y vigorizar los procesos de restauración ecológica en las cuencas. ¿Por qué?
Porque como dije antes, el árbol, el oxígeno y el agua son la esencia de la vida y el motor de las demás cosas. Las selvas y los ríos constituyen una descomunal fábrica de servicios ambientales y son nuestra verdadera riqueza.
Porque somos un país tropical en el que los bosques son en realidad selvas húmedas tropicales con megadiversidad biológica. La sola superficie de la cuenca del Amazonas en Colombia y la de la vertiente del océano Pacífico, (Chocó Biogeográfico) ocupan más del 40 por ciento de nuestro territorio nacional.
Porque a nosotros no nos habían enseñado que los árboles eran, en términos ambientales, extractores de agua del subsuelo, creíamos que solo “absorbían gas carbónico y entregaban a la atmosfera oxígeno”. El investigador brasileño Antonio Donato Nobre y un equipo de científicos de varias nacionalidades, demostró que el océano verde del bosque a través de la transpiración de los árboles, y el océano azul de los mares, a través de la evaporación, transfieren grandes volúmenes de agua al océano gaseoso de la atmósfera.
Porque allá en las alturas, nacen los ríos aéreos o nubes que son las que “traen el agua fresca o renovada”, y permiten que abajo culebreen los ríos terrestres. En ese trabajo de intercambio de gases, agua y energía, el sol es el protagonista único.
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El propio Donato Nobre contó que en una de sus charlas, que escuchó a un indígena del pueblo yanomami decir: “¿Será que el hombre blanco no se da cuenta de que si acaba con la selva acaba con la lluvia? ¿Y si acaba con la lluvia, no tendrá qué comer ni qué beber?”. Donato, que había llegado a idénticas conclusiones después de 20 años de estudios con equipos sofisticados de la Nasa, le preguntó al indígena cómo había llegado a tal conclusión. El indígena la respondió: “El espíritu de la selva nos lo dijo”.
Porque nosotros los civilizados nos mantenemos muy ocupados para escuchar las sabias recomendaciones del espíritu de la selva. Estamos asistiendo, indiferentes, a la deforestación de la selva amazónica por gobiernos indolentes amigos de toda la vida, “del fuego, del hacha y de la motosierra”.
Porque vivimos, aunque podría dejar de serlo, en el sitio más espectacular del planeta: la selva amazónica, que es la madre del agua, es la que crea el río más grande del mundo, el Amazonas, que arroja al Atlántico, cada segundo, 219.000 toneladas de agua, la quinta parte de toda el agua producida por los ríos del planeta.
Porque esa selva crea al limítrofe Orinoco que es el tercer río más caudaloso del mundo, con 33.000 toneladas de agua por segundo arrojadas al mar Caribe.
Porque la misma selva crea el río Madeira, el quinto río más caudaloso del mundo, tributario del Amazonas, con sus 31.200 toneladas por segundo.
Y porque esa selva, además origina, entre muchos más, al río Negro, también tributario del Amazonas y sexto más caudaloso del planeta, el cual nace en Colombia (como río Guainía) con un caudal de 29.300 toneladas por segundo.
Porque, aunque la selva del Amazonas se formó en 55 millones de años, en solo 200 años varios países la hemos deforestado en 1,5 millones de kilómetros cuadrados, llevando al planeta al borde del cataclismo, sin percatarnos que las zonas selváticas, cuando se deforestan, no se convierten en sabanas o pastizales, sino en desiertos.
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Porque en nuestro país, tenemos un verdadero arsenal de normativo que, por lo regular, las corporaciones ambientales no aplican, como el decreto 1449 de 1977, “el decreto que no pegó”, que señala las obligaciones de los dueños de los predios rurales.
Reducir a cero la deforestación en el corto plazo, no será una tarea fácil, pero es indispensable si queremos contener un daño mayor e irreparable al clima. No podemos dejar de lado que, en el fondo, la principal causa de la deforestación es la ignorancia.
Debemos insistir en que la principal opción que el nuevo gobierno tiene es la restauración natural, ya que la naturaleza restaura “gratis” con los animales de la selva, siempre y cuando se aíslen los territorios por restaurar. La siembra de árboles solo se justifica cuando están muy degradados o destruidos los ecosistemas. El problema es que los contratistas están ansiosos por facturar y están mal acostumbrados.
8 Comentarios
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¡No puedo evitar hacer un extenso comentario sobre tus escritos, pero es que son tan estimulantes e inspiradores, que no me resisto!
Excelente resumen de tus apreciaciones sobre la selva, el árbol, el río y el agua; las que he disfrutado en extensas charlas en las que me presentaste a Antonio Nobre el científico ambientalista, de quien nuestro amigo Gustavo Moreno me regaló una colección de escritos y artículos y a quien le he seguido la pista desde que lo conocí y por quien conocí la fabulosa “Teoría de la bomba biótica”.
De tus charlas aprendí sobre la íntima conexión del árbol con el agua, de la selva costera con la conservación de la vida en el resto del continente y algo maravilloso: “los ríos aéreos o ríos voladores” de los que habla Antonio Donato Nobre y que es como se les llama, en las comunidades nativas de la región, a los flujos aéreos masivos de agua en forma de vapor que vienen del océano Atlántico tropical y son alimentados por la humedad que evapora de la Amazonía. ¡Se encuentran a una altura de hasta dos kilómetros y pueden transportar más agua que el Amazonas!.
Igual que tu, albergo la esperanza de que la nueva ministra de Medio Ambiente, María Susana Muhamad González, haga que el congreso ratifique el acuerdo de Escazú, suscrito el 11 de diciembre del 2019 por el Embajador Guillermo Fernández de Soto, Representante Permanente de Colombia ante Naciones Unidas, pero que nadie lo ha “empujado” en el congreso para su ratificación. ¡”Programa Colombia Potencia Mundial de la Vida” no será solo un slogan, el acto Histórico lo hará una incontenible realidad, en toda su extensión!
Acaricio la ilusión, Pedroluis, de que hagas caso de mi petición, y escribas un texto que yo pueda convertir en un cortometraje animado, para niños, sobre ese maravilloso y aleccionador tema.-
Gracias por este artículo, cargado de reflexión.
¡Un abrazo!
Qué maravilla encontrarse con escritos de este calibre, solamente gracias. Ojalá aparezca ese cortometraje, emocionado se lo presentaría a mis estudiantes de segundo de primaria, ellos todavía se dejan sorprender…