La choza sosegada

Aquí hace falta un buen chiste, dijo alguien. Todos estaban muy serios, y la seriedad puede ser una forma encubierta de tedio. Pero nadie sabía uno porque es obvio que los chistes no se saben. Entonces nos quedamos pensando.

Salí de la choza y vi una perra. Me le acerqué para acariciarla. Pronto me di cuenta de que era muy celosa, consentida y brava. Después de la primera caricia no quería que me le acercara a nadie y que nadie se nos acercara, ni siquiera un perro huesudo que venía de algún lugar del amanecer. Y daban ganas de consentirlo también, por lo flaco y tranquilo.

La mañana era pura y blanca. La pura mañana después de la noche y antes de la mañana. Justo después de la madrugada.

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Volví a entrar y pregunté por el nombre de la perra. Juan me lo dijo y ahora lo olvidé, pero digamos: Wanda. Wanda es muy celosa, dije. También habla, dijo una chica que hablaba sin parar y si paraba era solo para empezar a llorar. Contó que la perra le respondía o le hablaba; era una historia larga, no recuerdo los detalles.

Perro que habla no muerde, dijo alguien. Nos reímos. Luis, entredormido en su saco de dormir, pensó que ese chiste tan malo solo podía ser mío. En general me conoce bien, así que acertó, aunque también debo decir que cuando está dormido reconoce mi voz.

Así será la gente, dijo Juan.

Nos volvimos a reír. Esta vez con más ganas.

El humo salía de los leños como si fuera savia convertida en aire.

No importa si los chistes son buenos o malos, si son una ocasión para la risa. Cuando no la desgarra, la risa espanta los fantasmas que ponen en peligro el alma.

Goya, Perro semihundido
Goya, Perro semihundido

Nunca me he reído con el alma “desgarrada”, como dicen, tal vez porque nunca la he tenido, o porque cuando estoy triste prefiero llorar, o quedarme callada. He visto en entierros gente con el alma rota, y no se ríe, llora; las lágrimas ruedan por las caras desnudas, o bajo las gafas de sol. Pero hay personajes en la literatura que lo hacen, se ríen cuando en verdad lloran, es algo muy teatral, impresionante de ver, una risa amarga, brillante, gente inteligente que no duerme bien, que abarca muchas personalidades.

Yo, que soy simple, solo me río cuando tengo el alma abierta. Y entonces puedo reírme de cualquier bobada, o por el contrario, porque la belleza es el contrario de la bobada, me río de cosas tan bellas que para ellas no tengo palabras. El asombro, la admiración, la gratitud más profunda, no verbales, encuentran algunas veces la risa como camino para manifestarse. Por ejemplo, cuando nació mi hija y oí su llanto. Lo que hice fue reírme, aunque estaba exhausta. Tal vez la risa haga parte de las reacciones líricas ante la inmensidad de lo que no comprendemos.

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La risa aviva el deseo de vivir y es la expresión de ese deseo; cuando no es mecánica, o forzada, es libertad súbita para el espíritu, y junto al silencio, es quizá la lengua originaria de la conciencia. Hay risas de risas, claro; risas horribles que todos recordamos. Por eso es mejor no dejarse seducir por un discurso general sobre la risa.

En medio de otra noche oscura Juan preguntó: ¿Les cuento un chiste?

Se me alumbraron los ojos, como a una niña. ¡Sí! POR FAVOR, supliqué. Mi alma estaba en llamas. Pero me prometen que se ríen antes, dijo. Solo me reí yo. Era el mejor chiste. La choza estaba iluminada.

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