El absurdo de reescribir los libros del autor de ‘Matilda’ para quitar palabras como “fea” o “gordo”
Hay polémica en el mundo de la literatura infantil y juvenil por la decisión editorial de modificar algunos pasajes de los libros de Roald Dahl, también autor de ‘Charlie y la fábrica de chocolates’ y ‘Las brujas’. Salman Rushdie habla de censura y Rosa Montero dice que “los imbéciles abundan”.
En una acción sorprendente, que ha sido reportada por la prensa británica durante las últimas semanas, el sello editorial Puffin y los herederos del escritor británico Roald Dahl decidieron reescribir varios pasajes de los libros del autor para eliminar, en las nuevas ediciones, el lenguaje que pueda ser considerado ‘ofensivo’ por los lectores modernos.
De esa forma, y de un plumazo, en libros clásicos como Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas, El gran gigante bonachón o James y el melocotón gigante dejarán de aparecer adjetivos como “fea” o “gordo”. Y personajes reconocidos en todo el mundo cambiarán para siempre. La maestra Tronchatoro, por ejemplo, la gran villana de Matilda (a quien Pam Ferris inmortalizó en la película de 1996), dejará de tener “una enorme cara de caballo” para tener simplemente “una cara enorme“. Mientras que los Oompa-Loompas de Charlie y la fábrica de chocolate dejarán de ser descritos como “pequeños hombres” y ahora serán “pequeñas personas”.
La decisión ha sido criticada por autores, expertos en literatura infantil y juvenil y por muchos lectores, quienes creen que no solo se trata de un irrespeto a los niños de ahora (a quienes con este tipo de acciones se les termina considerando menos inteligentes o tontos), sino de un acto de censura pura y dura, bajo la sombrilla de las buenas intenciones.
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La editorial, que pertenece al grupo Penguin Random House, mientras tanto, afirma, en una nota que aparece en las nuevas ediciones de los libros de Dahl, que se trata de una revisión de rutina: “Las maravillosas palabras de Roald Dahl pueden transportarte a diferentes mundos y presentarte a los personajes más maravillosos. Este libro se escribió hace muchos años, por lo que revisamos regularmente el lenguaje para asegurarnos de que todos puedan seguir disfrutándolo hoy”
Algo similar dijo un portavoz de la compañía Roald Dahl Story, manejada por sus herederos: “Al publicar nuevos tirajes de libros escritos hace años, no es inusual revisar el lenguaje utilizado junto con la actualización de otros detalles, como la portada y el diseño de las páginas. Nuestro principio rector en todo momento ha sido mantener las tramas, los personajes, así como la irreverencia y el espíritu afilado del texto original. Todos los cambios realizados han sido pequeños y cuidadosamente considerados”.
Detrás de los cambios, además, hay un grupo de ‘lectores sensibles’ que hacen parte de una organización llamada Inclusive Minds (“mentes inclusivas” en español), “un colectivo de personas apasionadas por la inclusión, la accesibilidad, la equidad y la diversidad en la literatura para niños”, según su propia descripción.
“No era ningún ángel, pero esto es censura”
Hay que decir que el tema de Roald Dahl no se puede ver en blanco y negro. El autor fue un personaje polémico que, a lo largo de su vida (murió en 1990, a los 74 años), tuvo una serie de comentarios desatinados que le generaron calificativos como antisemita y racista. Tanto que su familia tuvo que disculparse con la comunidad judía en 2020. Además, en sus libros generalmente los villanos o antagonistas son los personajes con características físicas diferentes a la media: los gordos, los feos, los de nariz grande, etc…
Aun así, sus historias son complejas, llenas de matices y alejadas de la cursilería que en muchas ocasiones abunda en la literatura hecha para niños y jóvenes. Para él, los pequeños lectores no son seres pasivos a los que hay que proteger y entregarles todo masticado, bajo un velo que muestre al mundo sin defectos, sino lectores inteligentes, que pueden entender las dificultades de la vida y de los seres humanos. Sus libros están llenos de esa libertad, que peligra al intentar modificar algunas de sus palabras.
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Su modo de escribir se ha visto recompensado con el éxito de sus libros. No solo ha vendido 250 millones de copias en todo el mundo, sino que muchos de ellos han sido adaptados con éxito al cine y la televisión. En parte porque tienen todos los elementos de una historia atractiva para grandes y chicos. Por eso la reacción a la reescritura de sus libros ha sido tan unánime.
“Roald Dahl no era ningún ángel, pero esto es una censura absurda —escribió, por ejemplo, el escritor Salman Rushdie—. Puffin Books y los herederos de Dahl deberían estar avergonzados“. Mientras que la española Rosa Montero calificó la decisión de “demencial”. “Los imbéciles abundan. Me voy a poner estupenda y, tras su ejemplo, voy a exigir que reescriban todas las obras machistas. Van a quedar pocas intactas”, agregó.
“Disfrutarlo y criticarlo es posible”
Para Montero, la editorial podría haber resuelto la situación añadiendo un prólogo en el que le explique a los niños el contexto en el que vivió Dahl y en el que sus historias fueron escritas.
Porque el contexto importa y mucho. Como escribió en un hilo de Twitter Lina Rojas Narváez, profesora, editora y experta en literatura infantil y juvenil: “En el colegio nos dicen que el mensaje lo dice alguien y alguien lo recibe. Pero creo que olvidamos a veces la sutileza de pensar quién lo dice, dónde lo dice, cómo lo dice, por qué…”. Para ella, caer en el ejercicio de cambiar las palabras que Dahl escogió de forma deliberada es quitarle a él (como emisor y creador) su identidad, una identidad ligada a su propia historia y época.
Rojas cree que el ejercicio de reescribir palabras (“tapándole a la obra las pecas que le vemos ignorando el cuadro completo, mutilándola, cercenándola”) es un acto de censura y que lo más grave son sus efectos en los autores de hoy: “Lo que buscan los censores es enseñar a censurar y a que sus prácticas queden interiorizadas a la hora de crear, y ahí es cuando autores y editores se autocensuran para no escribir ni publicar”.
Como profesora, además, cree que es asumir una postura mediocre en la formación de los lectores, pues hacer esto con las obras “no invita a la conversación o a la reflexión entorno a lo que se lee”. Para ella, que Dahl use adjetivos físicos como defectos para describir a sus personajes, especialmente los villanos, entre otras cosas, “en vez de asustarnos nos debería hacer conversar y hablar. Disfrutarlo y criticarlo es posible”.
Claro que hay otras opiniones. Pablo Medina Uribe, literato, investigador y periodista, escribió en Mastodon que la polémica le parece boba, pues no cree que se trate de un acto de censura; nadie está prohibiendo los textos originales y estos seguirán disponibles en todas partes. Él, en cambio, ve una estrategia comercial para “llegarle a más gente”.
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“Es más, estoy seguro de que la misma editorial, si es inteligente, en medio de esta polémica (que seguro deben estar disfrutando, porque tremenda publicidad) van a republicar los textos originales y a hacer más plata”, agregó. Para él, lo que este episodio muestra es que las leyes actuales de propiedad intelectual fomentan que las editoriales no busquen aportar con cosas nuevas o creativas, sino “exprimir sus propiedades intelectuales hasta la última gota”.
No solo pasa con Dahl
En el fondo, sin embargo, hay personas del sector que creen que hay un problema más grande detrás de este tipo de decisiones. Carola Martinez Arroyo, escritora, editora, librera y formadora de lectura chilena, también reflexionó al respecto en un artículo para Infobae. Ella dice que no es un tema nuevo ni sorprendente y, de hecho, afirma que este tipo cosas suceden porque los lectores y lectoras han permitido y avalado “el avance de semejante movimiento sin decir que hay límites a la ultracorrección”.
Es más, dice que si se mira el estado de la literatura infantil y juvenil en América Latina y España, “solo hay un pequeñísimo grupo de escritores y escritoras que sigue valientemente escribiendo como quiere, con los temas que quiere, sin importarle la censura, teniendo el mismo respeto por la infancia que hace 10 años”. Y esto sucede porque la autocensura “llegó a las editoriales para quedarse“.
En ese sentido, defender los libros de Dahl, quien rompió esquemas y puso a los niños protagonistas de sus historias a volverse dueños de su vida, incluso por encima de sus padres (como en Matilda) y de los adultos que los rodeaban (como en Charlie y la fábrica de chocolates), debe ser una tarea más grande: defender el arte y su libertad de expresión en todas sus formas, respetando así a los lectores, por más pequeños que sean.
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4 Comentarios
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Si de acuerdo , es absurdo y es cuestión de respeto a los lectores y a los escritores
Además habría que hacerlo con muchos pero muchos libros de literatura infantil y juvenil
Es un absurdo lo que se pretende hacer de cambiar palabras e ideas originales en una obra literaria; es un insulto a la inteligencia del lector por más pqueño que sea.
La riqueza literaria es tan grande que no da pie a la sensura; quien no guste de un libro puede opinar lo que sea y ya! Se imaginan cuántas historias y cuentos habría que modificar para evitar problemas de auto estima en los niños? Quien quiera corregir un escrito ajeno, se mete en un mundo que malo o bueno no le pertenece; el único ganador aquí es la casa editorial.