“En mi familia, los muertos tenían más vida que los vivos”
La escritora y poeta Rosario Caicedo acaba de publicar ‘Milpedazos’, sus memorias: en las cuales habla de su infancia, de las relaciones familiares y, claro, de la cercana relación que tuvo con Andrés Caicedo, su hermano.
Leer Milpedazos (AE&I, 2022), las memorias de la caleña Rosario Caicedo, es como armar un rompecabezas: la gestora cultural y poeta, hermana del escritor Andrés Caicedo, tomó la decisión de juntar (y de hacer encajar) varios géneros literarios para contar su historia. En sus casi 300 páginas, el lector encontrará capítulos en prosa, docenas de poemas autobiográficos, una sección de correspondencia epistolar y, también, una larga carta al hermano muerto. El efecto es potente: cada parte revela e insinúa, cada parte dialoga a su manera con las demás. Todas, en conjunto, nos remiten a las muchas formas que existen para contarnos a nosotros mismos.
En la última década, Caicedo ha luchado de forma constante por la publicación total de la obra de su hermano, tanto en el seno de su familia biológica como en medios de comunicación. Milpedazos recoge la disputa de ella con las dos hermanas mayores del escritor, pero no se centra en ella. Más bien, tiene como núcleo la relación de dos hermanos (Rosario y Andrés) que nacieron un año aparte el uno del otro y que, gracias a una sensibilidad compartida, desarrollaron una amistad que con el tiempo se transformó en un refugio mutuo.
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Milpedazos es una obra sobre la familia, sobre el poder que ella tiene a la hora de formar y reformar a sus integrantes. Es, a su vez, una historia de fantasmas. O, más bien, una historia que nos habla del lugar que ocupan los muertos en la vida de los vivos, en el plano individual y en el plano familiar.
Caicedo habló por teléfono con Criterio desde las playas de Lake Michigan, en Estados Unidos, el país en el que vive desde hace cincuenta años.
Diario Criterio: ¿Cómo nació Milpedazos?
Rosario Caicedo: Yo siempre había querido escribir un poemario. Escribo poesía desde hace décadas y siempre pensé en escribir varios libros de poesía. Y en 2007, cuando se publicó El cuento de mi vida, de Andrés, empezaron a verse en mi familia las fisuras que siempre habían estado allí con respecto a la figura del Andrés escritor. Uno año después, en 2008, salió el libro de Alberto Fuguet sobre Andrés, Mi cuerpo es una celda, y en ese momento las fisuras entre las tres hermanas se transformaron en un terremoto.
Entonces pensé en que sería muy interesante hacer un libro en clave introspectiva sobre las estructuras familiares: sobre cómo moldean a cada persona diferentemente. ¿Qué sucede en una familia cuando hay tantas formas de ver a los otros miembros? Me parece una temática fascinante, además porque de ahí parten las fuentes artísticas, porque el artista observa, y lo primero que observa es al padre y a la madre: de ahí viene todo. Qué interesante, me dije, escribir unas memorias sobre haber sido parte de una familia, de mi familia de origen, y de cómo salí de esa familia. Ese fue el concepto.
Diario Criterio: Son muchas las formas en que una persona puede estructurar un libro de memorias. En tu caso, el elemento estructurador son los muertos de la familia. ¿Por qué tomaste esa decisión?
Rosario Caicedo: Porque en mi familia los muertos tenían más vida que los vivos. Porque ellos definieron la familia. La muerte definió nuestras vidas. Cuando yo era una niña pequeña, mi mamá traía a esos muertos a la vida continuamente. Por eso les dedico mi libro a mis tres hermanos muertos. En cierta forma ellos me dieron la vida, más que todo el que nació antes que mí, Juan Carlos, y Andrés, que me ayudó a entender la vida y la muerte desde el principio. El nacimiento de Francisco José, por su lado, me hizo apreciar profundamente lo que era la normalidad.
Diario Criterio: En Milpedazos hablas mucho del impacto que tuvo en tu vida, y en la de Andrés, la corta vida de Francisco José, que describes como “el niño de la cabeza grande”…
Rosario Caicedo: Yo pienso que Pachito nació en el 57, pero no tengo forma de saberlo. Yo tenía 10 años en 1960, cuando él murió, y pienso que él murió de 2 años y medio. Pachito tenía hidrocefalia, entonces era anormal, grande. Los médicos no pudieron tener éxito con la válvula que le pusieron para que la cabeza no creciera. Ver a ese niñito, un niño que nunca caminó ni habló; que mi mamá adoraba y que nosotros mirábamos con miedo y terror… Yo pienso que, para Andrés, el concepto de terror nació allí. Aunque él nunca mencionó a los hermanos muertos; están en sus guiones de terror, como en La sombra de Innsmouth: ahí está Pachito.
A mí, Pachito, y por esto siempre estaré agradecida, me enseñó a estar profundamente agradecida de mi normalidad. Me refiero a darme cuenta de que podía caminar, tenía cabeza y manos normales. Él me hizo sentir que yo quería ser normal, y me ayudó para que de niña me importara un comino que quisieran que fuera bonita y bien vestidita. Me dio una profunda libertad.
Diario Criterio: Los muertos que aparecen en las primeras páginas del libro, y son muchos, introducen una especie de elemento gótico en la historia…
Rosario Caicedo: ¡Exactamente! Una amiga a quien le gusta mucho Poe y Lovecraft -dos autores que me producen mucho miedo-, me dijo que se sintió leyendo un cuento gótico cuando leyó la primera parte del libro. “¡Qué puede ser más gótico tropical que tu familia!”, me dijo. Yo, de niña, nunca lo vi así, pero sí era consciente de los muertos que rondaban alrededor de la casa. No es que fueran a aparecer, sino que, como mi mamá era una cuentista maravillosa, ella los sacaba de la muerte: a su propio hermano muerto; a Juan Carlos, el que nunca conocí… Esos muertos estaban alrededor.
Mi mamá nos contaba la historia del abuelo y de la abuela paternos, que tuvieron que bajar a caballo hasta Popayán desde Silvia, Cauca, cargando dos hijos muertos, César y Alfonso. Mi mamá nos contaba ese cuento cada vez que subíamos a Silvia. ¡Ese era el cuento de la carretera!
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Diario Criterio: Nellie Estela de Caicedo, tu madre, es casi como una segunda narradora en la primera parte del libro. La llamas “una especie de Sherazade caleña” y nos dices que, según Andrés, escucharla era como leer los monólogos interiores de Joyce…
Rosario Caicedo: Yo podía pasar el día entero oyendo las historias de mi mamá. Y Andrés, también. Él decía que, cuando se estancaba escribiendo, pensaba en cómo hablaba mi mamá y le salían las palabras. Ella tenía una capacidad extraordinaria para describir las cosas. Era una cuentista, una literata oral. Andrés y yo empezamos a amar el cine por cómo ella nos hablaba de las películas. Antes de ver cine, nosotros oímos cine, a través de ella.
Por ella nos sabíamos de principio a fin Lo que el viento se llevó. Andrés se reía diciendo que esa película, que poco le gustaba, era mejor contada por mi mamá. La otra película que le gustaba a ella, en relación a lo gótico y a mi percepción de la familia, era Rebeca de Hitchcock. Nos la contaba toda, como si la hubiera visto 18 veces. Pero, como buena cuentista, cada vez cambiaba la historia. Era de Sherazade, de Cali.
Diario Criterio: ¿Ella fue una influencia para que te interesara escribir poesía?
Rosario Caicedo: No, ella no jugó un papel en ese sentido. Ese papel fue de mi papá, porque mi papa escribía poesía, y porque teníamos varios parientes de Popayán que escribían poesía. Mi papá me introdujo a la poesía. Me leía a García Lorca y el Quijote. Me introdujo a la belleza de las palabras.
Con decir que cuando me castigaba, me obligaba a aprenderme de memoria las primeras dos páginas de el Quijote. Ese era su castigo. Yo tuve una madre que amaba la palabra hablada, y un padre que amaba la palabra escrita. Y no voy a decir que teníamos una biblioteca enorme, pero sí había libros en mi casa, y en la casa de mis abuelos, y nos motivaban a que leyéramos.
Diario Criterio: Uno de los elementos más interesantes de Milpedazos son tus poemas. El libro tiene 28 en total, y todos tienen en común que son autobiográficos. ¿Por qué te interesa ese género de la poesía?
Rosario Caicedo: Yo empecé a escribir poesía desde muy pequeña. De hecho, en el libro está mi primer poema, el que mi mamá se aprende de memoria y luego, años después, me lo da a mí, me lo recita. Yo siempre he considerado que la poesía, tal vez por el tipo de poetas que yo amo, es la forma más pura de describir el interior de uno mismo. Para mí es una forma de decir mi verdad, y por eso es muy autobiográfica.
Aun antes de llegar a Estados Unidos, me encantaba leer a Gabriela Mistral, a Sor Juana Inés de la Cruz; a mujeres que han escrito poesía confesional. Y cuando llegué a este país, empecé a dominar el inglés y a tomar cursos de poetas como Emily Dickinson, y conocí la obra de Sylvia Plath, Audre Lorde y Elizabeth Bishop, todas ellas confesionales en su poesía. De hecho, Andrés me había presentado a Dickinson antes. Para mí, uno de los misterios de la vida de Andrés Caicedo siempre será de dónde sacó tanto conocimiento de literatura en un sitio como Cali.
Diario Criterio: Un nombre que aparece a lo largo del libro es el de Virginia Woolf. ¿Quién es ella para ti?
Rosario Caicedo: ¡También me la presentó Andrés Caicedo! Él me regaló El cuarto propio. ¿De dónde la sacó, por ejemplo? ¿De dónde? Virginia es para mí el ángel de mi guarda, mi dulce compañía… Cuando la descubrí, supe que era una persona de la cual quería saber absolutamente todo. Cuando la pude leer en inglés le di gracias a Dios por ese obsequio. ¿Quién es para mí? Ella fue una persona capaz de escribir sobre ella misma en la ficción, pero también en sus diarios y cartas, que son textos profundamente poéticos y editados. Ella ha sido mi compañera literaria desde que la descubrí.
Diario Criterio: Milpedazos tiene una estructura muy particular. Hay capítulos en prosa, pero también poemas, una sección epistolar de los años setenta, además de una carta larga que le escribes a tu hermano. ¿Cómo fue el montaje?
Rosario Caicedo: Eso tuvo mucho que ver con el editor, Juan David Correa, maravilloso. El fue quien me ayudó a ordenar los mil pedazos… Cuando empecé a concebir el libro necesitaba encontrar la unidad, y tenía mil cosas. No quería centrarme en Andrés, pero sí quería mostrar que yo era parte de esa familia que produjo a Andrés. También quería escribir sobre la relación entre nosotros dos, y de lo que él significó para mí. Andrés se definió a sí mismo como escritor desde los quince años, tal vez desde antes, y yo fui testigo de su lucha encarnizada consigo mismo y con el medio para poder escribir lo que escribió, y lo admiraré la vida entera por eso.
Después de su muerte, yo pasé décadas viendo a mi papá manejando su legado y, valga la verdad, la hermana mayor, Maria Victoria, lo ayudó mucho a poner todo en orden. Pero más adelante, cuando mi papá ya estaba muerto, y surge un interés de que se publiquen sus cartas, vi el rechazo horrible de parte de las dos hermanas mayores a la persona que fue Andrés.
Diario Criterio: ¿Qué quieres decir con “rechazo horrible”?
Rosario Caicedo: Puedo dar dos detalles que definen lo que es el insulto de la censura a la libertad artística de Andrés. El primero, cuando una de las hermanas mayores decide suprimir el nombre de uno de los amigos de Andrés que aparecía en la dedicatoria de El atravesado. El segundo, cuando me di cuenta que una de las cartas que apareció en Mi cuerpo es una celda, una carta de suicidio-no-suicidio que Andrés le escribió a su madre, había sido editada: las hermanas mayores habían suprimido un paréntesis en el que se mencionaba el mismo nombre que se suprimió en El atravesado: Guillermo Lemos.
Para mí, es difícil comprender que alguien pueda editar una carta de suicidio. Y ahí fue que decidí escribir sobre esto, y hablé con ellas.
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Diario Criterio: ¿Qué les dijiste?
Rosario Caicedo: Les dije que esto no era una historia familiar, sino una historia literaria. Entonces fue cuando empecé a pensar en la estructura familiar, en los mitos que crea, en el concepto de sangre de tu sangre. ¡Volvemos a lo gótico! Ese concepto que oía tanto, que uno tiene que ser profundamente leal a la sangre, al nudo ciego, porque somos hermanitos. Pero uno se da cuenta de que, si los lazos de sangre producen sangre, es mejor dejarlos.
Cuando los lazos se ensangrientan, es mejor tener una visión distinta de lo que son los lazos afectivos. Este libro ha sido para mí un viaje hacia el comienzo de todos nosotros, al nacimiento de una persona en una familia. Porque tener un escritor en el seno de una familia es siempre peligroso. Lo que le sucedió en esta familia no es extraño.
Diario Criterio: ¿A qué te refieres?
Rosario Caicedo: Hay una cantidad de ejemplos de supresión en la literatura. Por ejemplo, Ted Hughes, el marido de Sylvia Plath, reorganizó sus papeles después de que ella muriera. La hermana de James Baldwin entregó hace poco los papeles de él a la Biblioteca Pública de Nueva York diciendo que ciertas cartas de Baldwin escritas a otros hombres solo podrán ser vistas a partir de cierto momento. Es el temor de que se vea la totalidad del ser humano… ¿Qué examina el gótico?: el mito a través del terror. ¿Por qué siempre las historias de fantasmas tienen que ver tanto con familias? En las casas familiares aparece siempre un fantasma.
Diario Criterio: Una parte importante de Milpedazos consiste en las cartas que Andrés y tú se enviaron en los años setenta. ¿Cómo fue la experiencia de volver a leerlas?
Rosario Caicedo: Fue extraordinario. Por eso uno debe guardar las cartas. Lo que pasa es que ya no se escriben, ¿no es cierto? Fue hermosísimo ver a esa niña, es que éramos niños, jovencitos, escribiéndonos continuamente. Tengo que decir que en el libro no están todas las cartas. Esas se las pedí a las hermanas, y no me llegaron todas completas.
Pero, afortunadamente, pude compilar muchas cartas y pude mostrar como yo le escribía a él y él me escribía a mí. También me mostraron que la memoria le juega a uno malas pasadas. Es tan fugaz… Cuando las empecé a leer, me di cuenta de que había ido a un concierto de los Rolling Stones en Houston. ¡¿Puedes concebir que a alguien se le olvide eso?! Pero, claro, yo solo había ido para contarle a Andrés de la experiencia.
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Diario Criterio: ¿Fue difícil volver a leer las cartas de Andrés?
Rosario Caicedo: Me produjeron una impresión casi sobrenatural. Yo no creo en fantasmas, pero sí creo que, a través del amor que uno siente por las personas muertas, uno las mantiene, y pienso que esa energía se siente. Al leer las cartas de Andrés, me acordé de la profunda tristeza que me producía leerlas en esa época, porque sentía el dolor de él, y sabía que no podía hacer nada. Su muerte no me sorprendió, pero sí noté, al releerlas, la continua ayuda que él me estaba pidiendo.
Eso me dio fuerzas para escribir este libro: descubrir que había un mensaje en las cartas, una solicitud de ayuda. Y me dio fuerzas para afrontar la censura familiar, cuando en 2017 las dos hermanas mayores empezaron a decir que no se podían publicar todas las cartas de Andrés. Ha sido, en verdad, una lucha intensa, pero profundamente liberadora, y productiva…
Diario Criterio: De esa lucha hablas hacia el final del libro, en una carta larga que le escribes a Andrés desde la actualidad. ¿Cómo surgió la idea de esa carta?
Rosario Caicedo: Con Juan David, el editor, pensamos mucho en cómo terminar el libro. Entonces Juan David me dijo que, como había tantas correspondencia entre Andrés y yo, una buena forma de cerrar era escribiéndole una carta al hermano muerto, en la que le contara todo, desde que murió hasta hoy. Pensé que era un muy buen consejo, porque siempre he creído que uno puede hablar con los muertos. No responden, pero uno les habla.
Cuando tuve cáncer de seno, que fue tan horrible, una de las cosas que más me ayudó a superar la enfermedad, el tratamiento, la mastectomía, fue hablar con mi mamá a nivel de mi cuerpo, imaginar lo que ella me habría dicho.
Diario Criterio: ¿Y qué crees que Andrés te hubiera dicho si hubiera leído la carta larga que le escribiste para Milpedazos?
Rosario Caicedo: Ese espíritu que anda por ahí, esa energía creadora de Andrés que todavía continúa rondando, estaría contenta de pensar que nuestra unión continúa. En una de sus cartas me dice: “Ojalá, Rosarito, podamos trabajar juntos”, y yo pienso que eso fue una premonición de lo que pasó.
Yo creo que, en cierta forma, como se diría acá, misión cumplida. Creo que él se hubiera sentido satisfecho de que esa unión que tuvimos continuó después de muerto. Quise contarle de la labor que hizo mi papá con su obra, una labor tan expiatoria, después de la relación tan difícil, pero respetuosa, que tuvieron.
Pienso que, para cualquier artista muerto, que haya alguien protegiendo la obra que dejó, hace que esa energía que todavía vive en el universo esté contenta. No hablo de Andrés, sino de la energía que produjo a través de su producción. Lo que sentiría, por ejemplo, la energía de un Van Gogh, que murió pobre tras vender solo un cuadro en su vida. Y no lo menciono porque estén al mismo nivel, sino porque ambas energías estarían satisfechas. De que el amor de un hermano (y, en el caso de Van Gogh, de una cuñada) les ayudara a salir a la luz.
12 Comentarios
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Buena entrevista , me conmovió
Claro que quiero leer el libro
Muchísimas gracias por la lectura de la entrevista y por motivarte a leer mi libro!
Valiosa entrevista, muy válida al aclarar acontecimientos anteriores y posteriores sobre el autor y su hermana otra gran escritora, la gran compiladora y quien sin ningún miedo quiere mostrar los vestigios dejados por el gran Andrés Caicedo Estela. No puedo esperar para leer “ Mil pedazos”, abrazos grandes Rosario!
Todo un aprendizaje escudriñar entre los Mil Pedazos y regresar en mi memoria a ese Cali de los años sesenta con sus prejuicios, comentarios clasistas y racistas que hoy, otros sesenta años después, continúan vigentes pero ya no vestidos de minifalda sino mimetizamos en actitudes aparentemente más relajadas. Gracias, Rosario por tu honestidad, tu lealtad, tu valor!
Me dará mucho gusto leer el libro. Formo parte de un grupo de adultos mayores que nos reunimos para leer, compartir y escribir. Elegimos uno de los cuentos de Andrés. Me comprometí a hacer un análisis desde la psicogenealogía sobre el suicidio de tu hermano. Esta entrevista respondió a mi “hipótesis”: una lealtad familiar inconsciente. ¿En Colombia se consigue tu libro?