Roy, un escritor que conjura a la muerte con palabras
Realmente me sorprendió que el libro de Roy Barreras me sedujera. Es un libro que aviva, que fortalece, que tiene sustancia sin ser científico, sin caer tampoco en lo baladí. Roy Barreras deja a sus lectores una confesión, su piel, incluso.
Mi interés por las lecturas alrededor de la muerte es netamente académico. Son parte de mis estudios de maestría en derecho médico. Hago pesquisa bibliográfica alrededor de la eutanasia y lo que se ha denominado muerte digna. Es más, mi artículo de grado es sobre la omisión del Estado-Legislador sobre eutanasia, a pesar de los exhortos de la Corte Constitucional.
En esta ocasión, comentaré el libro de Roy Barreras titulado Bailando con la muerte. Mi lucha victoriosa contra la enfermedad (Aguilar, 2023) precisando, con subrayas, que no soy seguidor político de él. Ni pregono, en estas líneas, su pensamiento.
Realmente me sorprendió que el libro de Roy me sedujera.
Inicialmente, consideré que se trataba de un opúsculo egolátrico que cautivara incautos. Ya había leído su poesía y la comenté en su momento, encontrando en su poemario La fogata sin tiempo” (Planeta, 2015) —escrito a dos voces con Fernando Denis—, y se sentía a Roy con esa voz poética que hoy vuelve a sonar en otro estilo, en otro momento, pero que siempre recoge la pasión por la vida.
Decía Roy, el poeta, en aquel entonces: “Sé que estás sola / Sé que caminas en círculos como fiera perdida / pisando los abrojos de lo que fue la vida / Sé que te espanta mi nombre / que te trae la certeza de todo lo perdido...”
Luego, recrea con palabras la Primavera, diciendo: “La primavera es como un pez amarillo / que escapa vertiginoso / en el estanque infinito del recuerdo…”
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Hay una sensibilidad que no amelló el barullo de los debates legislativos y de campaña política; ni la fría redacción de incisos, de ponencias, de las envidias en que a diario se desenvuelve el político.
En La fogata sin tiempo, que es ya un epigrama, Roy se dolía del amor que no fue, pero hablaba también del Mar, del atardecer, del humo del cigarro, del gato dormitante; todo lo que el ojo del poeta logra resaltar del ordinario mundo.
Me atreví a decir en ese entonces que Roy era un poeta prestado a la política. Más, en este país de gramáticos en el poder. Incluso, hace pocos días, en conversación con mi mentor, Armando Barona Mesa, recordábamos los libros de Alfonso López (Los Elegidos), Carlos Lleras Restrepo (De Ciertas Damas), Carlos Leras de la Fuente (La verdad sea dicha y partitura indiscreta), entre tantos que han sabido maridar las letras y el poder.
Ahora, leyendo su último libro, encuentro que dice en alguna de sus páginas que quiere dedicarse a la novela, que tiene en su pensamiento cinco ideas que quiere plasmarlas antes de que la muerte llegue, demostrándome que no estaba yo equivocado.
Roy dice: “Les he dicho [a sus hijos] que, además, quiero escribir. Escribir mucho, escribir en serio, que jubilarme no es una opción, que si me retiro de la política trabajaría más arduamente en la literatura, porque en esa vocación tengo veinte años de atraso…”
Y narra las penalidades por la que atraviesa un paciente oncológico, los altibajos, pero también la fortaleza con la que ha enfrentado su dura batalla.
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Por supuesto, no podía faltar el proceso de paz de la Habana. Se desata, en algunas páginas, en mostrar su gestión como negociador plenipotenciario. Lo exhibe como un triunfo de la vida sobre la muerte y hace el símil con su enfermedad de tal modo que lleva al lector, de manera amable, a avanzar en la lectura de forma atrapante, sin caer en el caudillismo.
También nutre su texto citando pasajeramente a algunos filósofos, a escritores de la categoría de Susan Sontang, quien también escribió sobre esos momentos rudos de su vida en La enfermedad y sus metáforas.
No podía eludir el autor a Alejandro Gaviria, quien también abona a esta bibliografía sobre la superación del cáncer con Hoy es siempre todavía. Coincidiendo ambos en el valor de la vida sencilla, de las pequeñas cosas, que son las que hacen enorme el sentido de la existencia humana.
Dice Roy que recibió de Alejandro Gaviria uno de los mejores consejos al inicio de la enfermedad: hacer ejercicio, que le sería beneficioso. Y se dedicó al boxeo en casa, atacando feroz e imaginariamente, en cada puñetazo, a la huesuda, como llama enfáticamente, en el tracto del libro, a la muerte.
En un capítulo deja ver la historia de su vida y cataloga cinco causas de su enfermedad. Señala el estrés, el divorcio (que confiesa fue tortuoso), el cigarrillo (ya abandonado por completo, dice), las amenazas jurídicas y físicas. Igual deja enseñanzas frente a la actitud ante la vida —para quien lo lea—, cuando escribe las decisiones que adoptó para continuar viviendo a plenitud. Entre ellas: viajar, hacer ejercicio, también acercarse más a la familia para compartir esos cálidos momentos que, en ocasiones, suelen ser sencillos, pero eso mismo les da la valía para volverse inolvidables.
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Dice Roy: “Redescubrí lo que siempre había estado allí. El amor inmenso de mis hijos, de toda mi familia, que no percibía por andar corriendo en los agites del trabajo, por ocupar mi tiempo con ‘las agendas llenas’, trabajando desde las cinco de la mañana hasta la medianoche, muchas veces, muchísimas veces, demasiadas veces sin siquiera llamar a mis hijos por teléfono durante semanas, pero ellos estaban ahí. Siempre habían estado…”
Es un libro que aviva, que fortalece, que tiene sustancia sin ser científico, sin caer tampoco en lo baladí. Roy Barreras deja a sus lectores una confesión, su piel, incluso (ahora tatuada con el nombre de sus hijos), en esas páginas, y es el nuevo sendero de su vida enamorada. Entra en aspectos íntimos que quedan para quienes aborden la lectura.
Ya el escritor viaja de embajador en Londres, cargo que —dicho sea de paso— ni el exministro Alejandro Gaviria ni el expresidente Juan Manuel Santos aceptaron. Pero le servirá para leer y escribir, ejercicios aplazados en su existencia.
Yo lo sentí sincero. Espero no equivocarme. Como tampoco desatino en afirmar que hay placer en escudriñar en las palabras, que hay embrujo en el ejercicio de escribir, que la lectura tiene un no-sé-qué inmarchitable, y eso lo dejo aquí como constancia.
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1 Comentarios
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Sera que dejando el cigarrillo, se alivio de todos sus males? Cuenteme a ver pues. Pa’ dejarlo.🤣