Ruido
La bulla que ensordece, aunque lo intente, no puede acallar el ruido infinito por los asesinados y los desaparecidos, que aún exigen el espacio para la escucha de su verdad.
Mientras intentaba dormir, un miércoles en la noche, en medio del estruendo de una serenata de mariachis, que los vecinos me imponían, volvió a rondarme cómo el sonido se siente omnipresente en esos momentos, pues satura el espacio, y la temporalidad. Entonces, las paredes redoblan el ruido, parece inescapable, y el presente se siente como algo espeso y extendido por el lapso de unas horas eternas, como se dice.
A veces asociamos al ruido con los gritos que no expresan algo con sentido, o con aquello que rebasa lo que consideramos audible, porque las fronteras entre sonido, ruido y palabra significativa también delatan nuestros marcos de experiencia y sus valoraciones. De hecho, la frontera entre voz inarticulada y sentido ha servido para despreciar actores y manifestaciones, que no se expresan por los canales establecidos sino que recurren a acciones corporales, no siempre centradas en la deliberación, pero que exponen, por ejemplo, un descontento que exige ser escuchado.
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También las prácticas artísticas desplazan y reconfiguran los marcos establecidos. Por ejemplo, cuando alguien oye por primera vez música atonal puede sentir que es mero ruido, y despreciarla. Hay que habituarse a escuchar de otro modo para descubrir otra organización de los sonidos.
El ruido del que hablo aquí es distinto. Se refiere a la saturación sonora que anula a todos los demás sonidos y que, en el encuentro con otros no permite atender bien a lo que se dice.
El ruido del que hablo aquí es distinto. Se refiere a la saturación sonora que anula a todos los demás sonidos y que, en el encuentro con otros no permite atender bien a lo que se dice. En cafeterías, tiendas, restaurantes muchas veces la televisión de fondo, la música a todo taco, la radio con noticias que nadie oye invaden el ambiente e interrumpen la comunicación.
Después de la noche mal dormida, viajé a Buenaventura. Nos sentamos a tomar algo con algunas personas del lugar, vimos un partido de fútbol, conversamos interrumpidamente. Apenas acabó el juego, dos televisores pusieron música a todo volumen. Intentamos proseguir la charla. Carlos, un joven de la ciudad, me comentó que para él había sido complicado estudiar administración y darse cuenta cómo el capitalismo, que orienta su carrera, se había consolidado a través de la trata de esclavos y el poder colonial, que seguía recayendo sobre su comunidad. Me lo decía casi gritando, porque la música hacía difícil escuchar sus palabras.
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Pensé que había algo significativo en todo ello: las desigualdades que el capitalismo contemporáneo ha creado, y en las que también se asienta, se han intensificado a través de fronteras de percepción mediante las cuales vemos, sentimos, escuchamos de cierto modo, y desde la cuales ciertos sujetos, temas y enfoques merecen mayor espacio de aparición.
En los noticieros, por ejemplo, escuchamos tendencialmente las mismas voces, las de la élite política y económica, personajes de farándula, y a veces las voces de personas del común conducidas rápidamente por el reportero, interrumpidas por la música de alerta del informativo, o los comentarios del periodista. Efecto de encuadre y conducción de la experiencia, reduplicado cuando los ambientes, en los que nos encontramos con otros, quedan impregnados por estas mismas voces y efectos sonoros.
El contraste sonoro en Tantas almas es claro: José, el personaje principal, una “imagen invertida” de Antígona, convertida en un padre que exige poder dar sepultura a sus hijos asesinados y desaparecidos por los paramilitares, habla suavemente, guarda silencio, construye un lazo con sus hijos, al cantarles.
En todo caso, no pierdo de vista que a veces necesitamos esa música que estalla, y nos hace sentir la vibración de los cuerpos. Me siento muy lejos de pretender enjuiciar el gusto popular por la música a alto volumen. Pero hay algo en el efecto de saturación que me inquieta. Andaba pensando en todo esto cuando me encontré una entrevista que Felipe Sánchez le hizo al cineasta Nicolás Rincón-Gille. En una de las preguntas que le dirige, refiriéndose a la última película de este, Tantas almas, comenta: “El lugar de los victimarios es el lugar del ruido, de la bulla saturada: el reguetón y el vallenato totean, la borrachera es estruendosa. Su estridencia ocupa el territorio”.
El contraste sonoro en Tantas almas es claro: José, el personaje principal, una “imagen invertida” de Antígona, convertida en un padre que exige poder dar sepultura a sus hijos asesinados y desaparecidos por los paramilitares, habla suavemente, guarda silencio, construye un lazo con sus hijos, al cantarles.
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Por otro lado, los paramilitares ponen música estridente: “no buscan sentido en las canciones, lo que necesitan es saturarse”, dice el director, evitar confrontarse con lo que hacen, neutralizarlo. José le hace frente a ese ruido, al ruido de la violencia que quiere bloquear la memoria, buscando orientación en el abismo de la herida que ha detenido todo, elaborando en -la búsqueda de sus hijos- su propio duelo, porque, sin éste, “la muerte es ruido infinito”.
En Colombia se han cerrado muchos espacios para la elaboración del duelo, en gran parte por la falta de reconocimiento de los daños y la reiteración de las estructuras que lo produjeron. Pero la bulla que ensordece, aunque lo intente, no puede acallar el ruido infinito por los asesinados y los desaparecidos, que aún exigen el espacio para la escucha de su verdad.
6 Comentarios
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Qué delicadeza y profundidad.
El purgatorio no debe ser con calor, como han imaginado, sino con ruido.
Claro que hay que hacer silencio para poder mirar muchas cosas: esto se puede comprender en las acepciones del verbo “To look” (en inglés).
Además, se necesita hacer silencio para poder escuchar. Listen and Silent are spelled with the same letter. Alfred Brendel.
Para poner atención.
Muy importante y novedosa la forma en que lleva el discurso. Nos propone observar, atender, ver y escuchar, desde otro lado.
Me gusta el concepto y sentido que le da la Columnista al ruido que ensordece y no oculta la verdad la triste verdad