Samper y Petro: ¿dos gotas de agua?

Una breve efemérides del tristemente recordado Proceso 8.000 invita a preguntarnos si el Gobierno de Gustavo Petro se valdrá de engañifas y del ‘todo vale’ para intentar la materialización de su agenda de cambio.

Ernesto Samper fue elegido presidente de la República en 1994 con un interesante programa al que bautizó El salto social, continuista del proceso de apertura y modernización iniciado por César Gaviria (1990), pero complementario con una política social digna de la reciente y garantista proclama constitucional del Estado Social de Derecho.

Samper comenzó su ascenso en la década de 1980. En 1984, fue elegido representante a la Cámara y, posteriormente, Senador, en 1986. Durante su tiempo en el Congreso, se destacó por su trabajo en temas económicos y sociales. Por entonces, con una orientación socialdemócrata moderna, lucía irreverente y refrescante, en medio de la acartonada y conservadora política del momento.

Una figura joven, atractiva, inteligente y que supo reflejar calidez incluso siendo el ministro de Desarrollo Económico en la incomprendida y mal implementada “apertura económica”.

Criticó, como pocos, el modelo de estratificación social que por entonces tomaba fuerza con las políticas de ajuste fiscal y de privatización de empresas estatales. A pesar de su mirada centralista, era sensible con el fenómeno de discriminación contra minorías y comunidades vulnerables, y esbozaba compromiso con una política social fuerte y redistributiva, algo inusual en una persona de su origen socioeconómico.

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Pero la revelación de los “narcocasetes”, a pocos meses de iniciado su Gobierno, llevo a muchos a convencerse de que la campaña había recibido dinero del narcotráfico. Con la agudización de la crisis política generada por el Proceso 8.000, no solo muchos de las iniciativas contempladas en su Plan de Desarrollo se detuvieron, sino que, muy a la medida de nuestra historia, aquel episodio de “aquí estoy y aquí me quedo” y el popular “todo fue a mis espaldas” pasarán a la historia como una cínica e imperdonable conducta.

Aunque fue sometido a un juicio político y su reputación se vio notablemente afectada, Samper logró completar su mandato sin ser condenado penalmente.

Es de recordar que los presidentes gozan de fuero presidencial de acuerdo con la Constitución Política, permitiéndoles gozar de inmunidad durante su mandato y en relación con los actos realizados en el ejercicio de sus cargos (excepto traición a la patria o faltas graves, como el genocidio o delitos de lesa humanidad, dicta artículo 175).

No obstante haber sido absuelto, las acusaciones y la controversia en torno a su presunta relación con el Cartel de Cali han dejado un impacto duradero en su reputación política. En su momento, y recordando solo a algunos, renunciaron Guillermo Perry como ministro de Hacienda, de Noemí Sanín a la embajada en Londres, de Daniel Mazuera, sobrino de Álvaro Gómez Hurtado, entonces ministro de Comercio Exterior; y de Augusto Galán (hermano de Luis Carlos), quien era ministro de Salud, entre muchas más, avizoraban a poco más de tres años de culminar su ciclo una frustración más en la esperanza de millones que creyeron en un proyecto político reformista.

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A pesar de todo, el expresidente aún es influyente en el Partido Liberal, en particular, en Bogotá. Apoyó a Samuel Moreno y lo hizo hasta el último día de su alcaldía, a pesar de saber —como la opinión entera— que este y su familia estaban desfalcando la capital. Desde la campaña misma, ha sido fiel escudero del petrismo, haciendo parte del festín burocrático con el nombramiento de Cecilia López como ministra de Agricultura (apartada del cargo el pasado mes de abril), cargo que también ocuparía, sin pena ni gloria, en su Gobierno, entre 1996 y 1997.

Una más y vamos hilando: siendo presidente, Juan Manuel Santos lo propuso como secretario general de la gaseosa Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y fue elegido por unanimidad. Entre 2014 y 2017, fue complaciente con la dictadura venezolana y ratificó las denuncias de Nicolás Maduro alrededor de una conspiración paramilitar orquestada por Colombia en su contra. Y, bueno, de resultados más bien poco si de proyectos hablamos: Unasur es conocido más como un foro político antes que como una entidad técnica de integración regional.

No es difícil, entonces, encontrar similitudes entre aquel aire contaminado de la década de los 90 y los huracanes del presente. Y es que no es poco el ruido generado desde el interior del mismo Gobierno a pocos días de cumplirse su primer año. El cerramiento ideológico del gabinete y la apresurada remoción de un buen número de ministros y altos funcionarios (y las que vendrán en el cortísimo plazo), además de una radicalización del presidente frente a sacar adelante, a como dé lugar, sus reformas sociales, anteponiendo la transaccionalidad política y no la técnica sectorial.

Qué decir de las denuncias en torno a la campaña. ¿Entraron dineros sucios? ¿De dónde salieron los 15.000 millones de pesos de los que habla Armando Benedetti, en los audios develados por Semana y que supuestamente entraron para financiar la campaña en la costa atlántica —liderada por su hijo Nicolás—? ¿Qué tiene que ver en la ecuación la dictadura de Nicolás Maduro y la probada connivencia de su régimen con las redes de narcotráfico?

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Por el bien de la institucionalidad y quizás por seguir conservando aquel falaz epíteto que nos gradúa como la más estable de las democracias sudamericanas, Petro deberá terminar su periodo en 2026 y acallar a sus críticos con gobernabilidad y buenos resultados, y no dividiendo. Aún es posible, si se sabe rodear de quienes saben hacer las cosas. Resulta necesario disipar cualquier atisbo de golpe de Estado o declaratoria unilateral de insubsistencia por parte de quienes, desde dentro y fuera, defenestran su investidura.

Tal vez los colombianos sabemos de sobra —que lo diga Laura Sarabia— de qué nos untamos si al poder nos acercamos. Si bien es plausible aquello que la política atrae personas con diferentes motivaciones y valores, también sabemos —o creemos saber— cómo se tejen los acuerdos en el poder.

Cuán debilitada están nuestras instituciones y cuánto camino queda para recuperar la confianza perdida por décadas. Que, en su mayoría, los liderazgos y buenos deseos también tienen una pizca de codicia, que pasarán generaciones —como creíamos en los noventa— para volver a creer.

Por ello no nos debe sorprender lo que pasa. No son los políticos, son las reglas de juego que históricamente se trazaron. Pero, a diferencia de Samper en su momento, Petro deberá ofrecer al país, más pronto que tarde, explicaciones convincentes por la presunta financiación irregular de su campaña y del por qué se ha rodeado de un puñado de los apellidos más cuestionados de la política nacional, de esos que producen tanto ruido.

Realizar un acto de contrición mediante el cual le dé razones al país sobre cómo es posible el cambio con actores de cuyo prontuario se desenvainan dudas, trampas, atajos. Solo resta averiguar quién será el ‘Sancho del Quijote’: aquel o aquella que, como Horacio Serpa, se la jugará hasta el final por defender el espurio legado de expectativas no cumplidas y frustraciones venideras. ¡Mamola!

*Consultor, estratega y analista político. Experto en planificación y desarrollo económico territorial.
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