Se juega como se vive

La frase se hizo famosa en Colombia cuando Francisco Maturana la dijo en los noventa, y refleja a la perfección lo que pasa en el fútbol colombiano. En un país hundido en la corrupción, con una crisis histórica en la que la gente no cree en sus instituciones, no las respeta o les teme, es imposible que el fútbol esté bien.

Lo que pasó la semana pasada entre Llaneros y Unión Magdalena es el enésimo ejemplo de cómo está de podrida la estructura del fútbol colombiano. Las imágenes le dieron la vuelta al mundo: los defensas de Llaneros ven pasar al atacante del Unión, quien no logra definir pero sigue con la pelota a pesar de que el arquero rival trata de presionarlo sin que ninguno de sus compañeros muestre el más mínimo interés en respaldarlo. Gol del Unión ante una pasividad sospechosa de los contrarios que, a falta de uno, permitieron que los bananeros hicieran dos goles y así ascendieran a la primera división del fútbol colombiano.

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Por supuesto, viendo las imágenes es imposible asegurar que los defensas de Llaneros vendieron la derrota, pero al menos sí queda claro que no tenían ningún interés en evitarla. El problema es que ese desinterés sólo llegó al minuto 90 cuando las cuotas de las apuestas para una posible victoria del Unión estaban disparadas (si alguien le apostaba $100.000 en ese momento a un triunfo del ‘ciclón’ se llevaba $15 millones, por ejemplo, lo que en cifras más fuertes quiere decir que si alguien apostó un millón se ganó 150 millones de nuestros devaluados y queridos pesos).

El escándalo se volvió viral e internacional, y por supuesto con eso las autoridades (del presidente de la República para abajo) pidieron investigaciones profundas y exhaustivas. Resulta una ironía, que muestra lo de la crisis institucional que les decía antes, el que el señor Iván Duque considere que el hecho de que Llaneros se deje hacer dos goles del Unión Magdalena sea una “vergüenza nacional” (así, tal cual, lo describió), pero no que se perdieran $70.000 millones de la nación en el escándalo de Centros Poblados de su MinTIC. En fin…

El hecho es que hasta el momento no se ha podido demostrar nada de nada, a pesar de que todos en el mundo del fútbol hablan en voz baja y en privado del nivel de corrupción en el que estamos.

Hace más de un año hay rumores entre los dirigentes de que jugadores y árbitros están arreglando partidos para beneficiarse con las apuestas, pero nadie es capaz de hablarlo públicamente o pedir una investigación real pues el patrocinador principal del campeonato es una casa de apuestas. Acá vale la pena aclarar, las cédulas de todos los actores del fútbol están en una base de datos que les prohíbe apostar directamente en alguna de las más de 17 casas de apuestas legales que hay en Colombia, pero los futbolistas, los entrenadores y los árbitros tienen amigos, familia y demás, y ellos pueden apostar libremente.

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Pero el problema real no es ese. Claro, es un hecho de corrupción que un futbolista apueste y arregle esa apuesta en la cancha, pero eso es sólo la punta de un iceberg de putrefacción enorme en el fútbol colombiano.

El sistema está podrido, desde arriba hasta abajo. Repasemos: el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol sigue siéndolo a pesar de que hace más de un año y medio se demostró que organizó un cartel de reventa de boletería y fue castigado por ello; los presidentes de los clubes están siendo investigados por la SIC por organizar un sistema de vetos para futbolistas en el cual coaccionan y amenazan laboralmente a los jugadores, y tras una reunión extraordinaria de Dimayor para analizar el tema, su conclusión fue que todo lo que ellos hacen está bien, pero que lo que hay que acabar es la agremiación de futbolistas que fue la que los denunció; cada fecha del fútbol colombiano hay desmanes y violencia entre unos vándalos que utilizan la camiseta de su equipo para darse cuchillo y nunca hay una sola sanción real o ejemplarizante.

El sistema está podrido y a nadie de adentro parece importarle, lo que es terriblemente absurdo. ¿Cómo esperamos que el fútbol colombiano mejore si los que toman las decisiones no están interesados en que cambie, si son felices regodeándose en esta mugre?

Se suponía que con la llegada de Fernando Jaramillo, un tipo ajeno a este sistema de dirigentes que están ahí desde que los capos del narcotráfico eran dueños de casi todos los equipos, las cosas iban a cambiar. Él, que venía de la empresa privada y con todo el respaldo del gobierno, iba a traer ideas nuevas y una revolución para cambiar esta estructura nefasta, pero no ha tenido ni el poder ni la personalidad para hacerle frente a un statu quo infame que afortunadamente cada vez es más visible para el hincha.  

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El fútbol colombiano está podrido y no hay quien lo salve, porque además los dirigentes están blindados contra cualquier investigación judicial gracias al organigrama de comisiones con altos mandos judiciales que Luis Bedoya le heredó a Jesurún, y que éste ha potenciado con procuradora y ministro de Justicia amigos del fútbol” (léase de los directivos). Por eso los castigos son sólo administrativos, como los de la SIC, mientras que lo penal pasa de agache porque no hay fiscal ni juez que sea capaz de enfrentarse al poder de Cabello o Ruiz.

Lo irónico, es que a quienes denunciamos la podredumbre institucional nos tratan de “enemigos del fútbol” y nos vetan y nos acosan para tratar de mantener la fachada de que la pasión por la pelota lo puede tapar todo.

Se juega como se vive. Es imposible que en un país en donde pasan las cosas que pasan, en donde la corrupción se salió hace rato de lo que Turbay llamó “sus justas proporciones”, el fútbol no sea sucio. El problema es que acá ya está podrido.

Foto: Dimayor

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