Selección: jugadores 1, Colombia 0
Los jugadores, así como los ciudadanos de Colombia, no pueden ser mejores que el recipiente que los contiene.
Colombia 5, Argentina 0, consecuencia: 82 muertos colombianos, 67 de ellos asesinados mientras celebraban el triunfo de su selección. Andrés Escobar asesinado en Medellín, por sus propios paisanos, por haber hecho un autogol con la selección. Pekerman, el técnico que elevó el futbol colombiano a donde jamás lo habíamos visto, despedido grismente con tufos fétidos de ingratitud por parte de las autoridades futbolísticas, de la prensa y de los aficionados. Tres referencias que ponen de manifiesto la mala calidad de la hinchada nacional.
De los jugadores voy a hablar como individualidades, son admirables muchos de ellos. ¿Cuadrado? ¡Por favor! Se necesita calidad para llegar y mantenerse en el fútbol de Europa. Lo que ha hecho es admirable, plausible y significativo, ya quisiéramos muchos tener la tenacidad, disciplina, talento y entrega para llegar, en nuestras profesiones, a algo proporcional al lugar de este gran futbolista.
James, farandulero y veleidoso, pero vaya y haga lo que ha hecho este tipo, ser el 10 del Real Madrid no le pasa a todo el mundo, y a eso no se llega por recomendaciones de los Char. Un gran trabajo ha tenido que hacer James para estar en donde está, nos guste o no. Falcao, Ospina, Díaz y… bueno, puedo llenar la página de apellidos de hombres que indudablemente han tenido que romper la nata de la mediocridad nacional para llegar al prestigio que tienen en el escalafón del futbol Europeo y Argentino en donde es poco probable que le regalen virtudes futbolísticas a quien no las tenga.
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En ellos pienso. No tengo afecto por la selección Colombia o por el fútbol local, me toca ser hincha de Millonarios porque como dice mi hijo: “uno no cambia de equipo”, es una máxima de la ética callejera en la que creo, pero sí tengo derecho a decir que ser hincha de Milllonarios no me aporta nada de lo que me sienta orgulloso, por eso soy un hincha apagado, por decirlo de alguna manera, pero una cosa es el equipo, o la Dimayor, o la federación, o la prensa o lo periodistas, o la hinchada, y otra cosa son los jugadores.
Esos once y más hombres que le entregaron su vida a un deporte que, en la mayoría, era más una esperanza de supervivencia que una carrera profesional, esos muchachos casi todos de zonas desesperanzadas del país, esos resilientes que se han roto el lomo para ascender en una de las carreras más tumultuosas y competidas del mundo; ellos, que se exponen a diario al juicio de la crítica y de la prensa más exigente del mundo, esos hombres son mucho mejores que la selección a la que pertenecen y, muchísimo mejores que los que los siguen, los aman y los juzgan.
La canalla que sigue a la selección Colombia, los periodistas (con excepciones) que se engrandecen destruyendo prestigios y vidas para mantenerse en el podio de la infamia, la hinchada bruta y amorfa que sin un ápice de criterio los sigue para vomitar bajas pasiones ya sea en el triunfo o en la derrota. Los directivos perversos, corruptos, banales e incapaces que los manosean como a carne “en canal” con la que se enriquecen hasta que la descartan cuando desciende su apetencia en el mercado. Esa orgía de pasiones elementales no son los jugadores. Los jugadores, así como los ciudadanos de Colombia, no pueden ser mejores que el recipiente que los contiene.
El comportamiento de la hinchada en el estadio y de la prensa en los medios, después del partido de la selección contra Perú, en Barranquilla, fue criminal. El equipo perdió porque el equipo es la sumatoria de todo lo que lo compone, no solamente los jugadores, la desarticulación estratégica de un grupo que se une accidentadamente, una organización improvisada que carece de políticas y estrategias fundamentadas, con decisiones frágiles que, sin duda, provienen de mentes cortas como las de los jerarcas del futbol colombiano que, sin duda, no superan el deficiente coeficiente intelectual y humano de lastres como Carlos Antonio Vélez.
El equipo perdió en Barranquilla porque en la plataforma de pensamiento de Colombia no hay argumentos para ganar sólidamente, siempre estamos a merced de la marea de la suerte o del momento estelar, no hay fundamento, no hay escuela, no hay criterio. Pekerman lo sembró pero los dirigentes lo abortaron.
El resultado en Córdoba, cuando los argentinos los derrotaron, no era evitable. Se sentía el ánimo, o mejor el desánimo, de un grupo de pobres colombianos a quienes les pesaba en los hombros trabajar para una hinchada descriteriada, desagradecida y corrupta.
Entregar el alma por la camiseta símbolo de la ingratitud, la violencia y la corrupción no es acicate para nadie, no lo puede ser. Esos jóvenes que alguna vez creyeron que en el balón y los guayos estaba el camino a salir de pobres, y además a la gloria, no se equivocaron de sueño, se equivocaron de país.
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Foto: AFP
4 Comentarios
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Contundente analisis asi le duela a muchos dizque comentaristas deportivos. Mejor no podia ser esta columna
Qué más decir, contundente, claro, verás, crítico, lo demáas es ñoña… Gracias Mauricio por tremenda columna, lástia que escrita para un país que no sabe leer y que se dejó engatuzar por el de la “Sergio” movido por el del Ubérrimo