El silencio de los padres

Si llegara el último instante de mi vida y las fuerzas superiores del cosmos me exigieran que dejara dicha una sola idea acerca de la paternidad, ¡una sola!, esa es la condición inflexible, vamos a ponerlo más dramático, un agente mensajero de la suprema organización baja de un platillo volador y me dice: “una sola idea, no más, una sola que contenga lo esencial para acompañar bien a los hijos”, digamos que me aseguran que si la logro concretar, entonces “el rey del mundo mundial” me da como premio el paraíso eterno. Tengo que pensarla bien, no puedo salir con una tontería. Cosas como “amarlos mucho” están descalificadas de antemano, “cuidarlos mucho” se penaliza con tres vidas oyendo discursos de Iván Duque, “darles una excelente educación” no da ni un solo punto. Son ideas difusas que pueden significar cualquier cosa. Entonces, para ganarme el paraíso eterno tengo que salir con algo verdaderamente ingenioso. ¿¡Qué!?, ¿qué es eso que yo considero la virtud máxima de un progenitor y educador? Vienen cataratas de ideas, todas ellas, muy políticamente correctas: “el buen ejemplo”, “la buena alimentación”, “el cariño de la familia”. Habría aquel que llegue a proponer “la vida en la religión”; bueno, podría llenar millones de páginas exponiendo propuestas de un “tip”, ¡uno solo! , que sirva para construir una educación y una progenitura edificante. Creo que la clave consiste en evaluar qué tan valioso es eso que los padres solemos decirle a los hijos, conveniente mirar a nuestro lado y contestarnos qué tan alegre es la gente que nos rodea, qué tan correcto es el prójimo que nos acompaña, qué tantas sonrisas adornan el paisaje de nuestro bosque afectivo y entonces, propongo que desde esos índices, evaluemos si de verdad el discurso obvio, repetitivo y vacío de los padres, en general sirve para hacer personas satisfechas con ellas mismas. ¡Me muero de la pena!, como diría alguna señora bogotana, pero no, tengo la certeza de que el discurso políticamente correcto y predecible de madres y padres solamente sirve para intoxicar de ruido la mente. El famoso “ponte el saco” de las mamás es el modelo por excelencia de la insustancialidad de la comunicación parental. Se le pide al crío que se abrigue sin tener en cuenta su sensación de temperatura, al infante se le invade el cuerpo por cuenta del frío del padre o la madre, pero los dueños de la criatura se sienten en la necesidad de decir cosas, “ponte el saco”, “siéntate derecha”, “saluda”, “despídete”, “da las gracias”, “tómate la sopa”, “uno nunca debe mentir”, “dale un besito a la abuela”, “cómete todo”, “yo a tu edad…”. Los autores de seres humanos sienten y creen que deben tener un clave para todo lo que esté haciendo o pensando el recién llegado ( 0 a 18 años), a todo tienen una sentencia, una revelación, que además se dice con tono de epitafio, suena a indiscutible, le da a quien la pronuncia, por un instante, talante de infalible. Los padres opinan sobre todo porque se creen en la obligación, y lo que es peor, en la solvencia intelectual y existencial, para dar normas sobre lo humano y lo divino. ¡Que cantidad de ruido hacen los padres! Pocos, muy pocos prueban la cualidad más elevada de un formador de vidas, aquella que permite el respeto y la distancia, esa que proporciona el tiempo para el pensamiento y la reflexión, la que digiere la sensación y permite acompañar con certeza y armonía. ¡El Silencio!, así en mayúsculas y con admiración. El valioso silencio de los padres, ese que les permite pensar y repensar para no hablar, o para hablar con sentido, con enfoque, con respeto, con empatía. Ese silencio que alivie la urgencia y permita acompañar oportunamente con el pensamiento y la frase adecuadas.

Más de Mauricio Navas Talero: Borgen y El Patrón del Mal

¿No decir nada?, pregunta alarmado un padre o una madre que siente que es mucho lo que le tiene que enseñar a su heredero.

Decir, sí, decir lo que corresponda desde el respeto y la empatía, decir en función de quien escucha, no del que tiene urgencia de hablar, decir para que el otro pueda volar, no para cortarle las alas. Decir para la libertad, no para manipular o atemorizar infectando a la nueva vida de miedos de la vida vieja. Sí, decir con la conciencia despierta, y mientras eso se construye, lo mejor y más recomendable es quedarse callado.

5 Comentarios

  1. Aura Salgado Zamudio

    Excelente reflexión sobre la “cantaleta bien intensionada” de los padres. No olvidemos “que el camino al infierno está empedrado de buenas intensiones”. Cordial saludo.

  2. Muy bueno! Primero el silencio atento, mil veces, conocerlos, primero, prestar atención a quienes son y qué hacen nuestros hijos, antes de andarles poniendo el saquito como un capirote a cada rato, escucharlos, verlos y callar para no estorbar, no entorpecer y, quizás, preguntarles lo que piensan envés de dispararles respuestas a metralla. Excelente reflexión, gracias!

Deja un comentario

Diario Criterio