Soy simple: soy nada
En las afueras de Mitú hay una roca inmensa de origen volcánico con una pequeña figura dibujada. Me pareció que la figura era a la vez un rostro, una montaña, un traje de danza. Podía ser una falda hecha de palma, una casa. Era mediodía. El dibujo en la piedra cambiaba bajo el sol húmedo de la selva. Cambiaba dependiendo desde dónde lo miraba. Al caminar en círculo a su alrededor, me pareció que era una máscara. También me pareció un espíritu. Se lo dije a Saí.
Es normal que te confunda, me respondió: las máscaras se usan para confundirse con los espíritus. Saí es su nombre en barasano, el apodo que le tienen en la comunidad; es el nombre de un pez de río. Saí no es de Mitú, sino de una comunidad selva adentro a la que volamos en una avioneta de cuatro puestos, contando el puesto del piloto, cerrada con cabuya para que las puertas no se abrieran y no saliéramos volando por los aires.
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En la comunidad algunas casas están cubiertas de una corteza pintada con bellos motivos muy simples que las convierten en seres vivos. Las casas se confunden con la selva, con los árboles.
La idea de la máscara como artificio o falsedad bajo la que se oculta el rostro verdadero es una idea muy pobre de lo que es una máscara. Las máscaras en el teatro ritual son la vía de la completa humildad, por la que el actor se despoja de su personalidad, se vacía, para alcanzar una fuerza anímica que no alcanzaría nunca siendo quien es, y mucho menos actuando, o simplemente disfrazándose con su máscara. Es el abandono de la propia personalidad para entregar su presencia pura, una emoción pura, no para distraer o entretener al público, sino para llevarlo a un estado de fascinación y maravilla. Para ofrecer lo que en últimas debe ofrecer el arte: felicidad.
En el teatro Nō, el Shite, o personaje principal, lleva siempre una máscara, a diferencia del Waki, que sirve como observador y testigo de los movimientos y las palabras del Shite, y no lleva máscara, como tampoco los músicos, que junto con el Waki sostienen con su concentración y su energía al personaje principal. Antes de salir al escenario, en un cuartito ritual lleno de espejos, el actor se despoja de su ego observando la máscara que llevará en escena y entregándose por completo a ella.
Las máscaras del Nō solían estar hechas con madera de ciprés, porque el ciprés es un árbol sagrado que comunica con el mundo de los espíritus.
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¡Conócete a ti mismo! Es la famosa orden inscrita en el templo del oráculo de Delfos. A cuenta de ella, los analistas y terapeutas se enriquecen, y la personalidad y la energía interna que hay en cada uno de nosotros, ambigua, siempre cambiante, se empobrece al determinarse con discursos y palabras. ¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo? ¿A quién le interesa saberlo en vez de vivirlo?
Una de las personas a la que más le debo en el mundo, de la que aprendí tanto, no fue ante mí una sola: usaba todos los días máscaras para llenarme de terror y de admiración. Pero en el fondo, lo que me fascinaba de esa persona era la simplicidad de su carácter, la simplicidad íntegra que subyacía a su aparente y desconcertante multiplicidad. La multiplicidad podemos comprenderla y conocerla. La simplicidad solo podemos admirarla.
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Una máscara no diversifica la personalidad: la condensa, la concentra, la despoja de rasgos particulares para convertirla en presencia pura. Una máscara es un jeroglífico simple. Un poema, el dibujo de una piedra, de un animal, de un pájaro. Un espíritu. La delicadeza de un demonio, la furia sabia de un viejo, la gracia de una mujer atormentada.
En las noches en la selva puede escrutarse el presente a través del baile y la música, en la borrachera, en ceremonias rituales. Una noche salí de la maloca por un instante. Vi una senda sembrada de estrellas blancas, y bajo el cielo, el rostro de Saí como una máscara.
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Facinante , Cuando aprendemos a leer o descubrir lo que hay detrás de la misteriosa máscara.