El cuerpo intervenido y la libertad absoluta
Cuando se reflexiona sobre temas tan complejos como el que lleva un mes aireándose en Colombia sobre los derechos trans y el feminismo, a veces es una sana táctica limitarse a una hebra particular del nudo. Este método conlleva sus propios peligros, como lo son la simplificación y la ceguera ante sus posibles ramificaciones en otros campos. Aún así, intentaré limitar estas reflexiones a los presupuestos que subyacen a la lucha por el derecho a la intervención hormonal y/o quirúrgica del cuerpo humano con el fin de alterar la anatomía de nacimiento, excluyendo así los temas particulares del género no-binario, de la patologización de la falta de correspondencia entre género y sexo y de la discusión entre feminismo radical y derechos trans, entre otros.
Partiendo de que la libertad se puede definir de maneras diferentes, en este texto me valdré del concepto de lo natural para iluminar dos definiciones opuestas sobre ella. La primera consiste en la destrucción de los límites: entre más puedo hacer lo que deseo, más libre soy, siempre y cuando ello no afecte la libertad de los otros de hacer lo que ellos mismos desean. En esta concepción, toda ley y norma se perciben como una limitación a la libertad, la propia y de cada uno, tal como dice la postura libertaria tan representativa de la psiquis social estadounidense con su lema del “Don’t tread on me” (no me pisotees).
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Los gobiernos y, de hecho, cualquier autoridad representan un peligro para el ejercicio de la libertad, entendida esta como la libertad del individuo frente al poder institucional. Asociaré esta concepción con una valoración positiva de lo natural, entendido como la ausencia de límites, pues se asume que en la naturaleza no existen normas ni leyes que limiten al ser humano; en ella se puede cumplir todo deseo y satisfacer todo apetito. El origen de estos apetitos o la razón de su aparición no es objeto de reflexión. Para esta concepción, todo código moral o ético, religioso o político, impone límites a la libertad. En esta comprensión de libertad el otro funge como amenaza o limitación.
La otra definición de libertad se opone a lo natural: propone que somos libres justo en tanto somos capaces de distanciarnos de nuestros deseos y apetitos inmediatos, y de ejercer cierta reflexión sobre las razones de nuestro propio deseo, lo cual nos posibilita hacernos la pregunta sobre si realmente queremos desear lo que deseamos. La libertad entendida de esta manera evita que seamos llevados de manera ‘natural’ a la realización de nuestros deseos inmediatos, pues crea una distancia entre ellos y el tipo de ser humano que aspiramos ser. A este tipo de libertad podríamos darle el nombre de autonomía. No valora tanto poder hacer lo que deseamos sino ser los autores de aquellas limitaciones a las cuales decidimos someternos.
Así, el no poder tomar algo que deseamos y que le pertenece a otro no es una limitación a nuestra libertad sino la manifestación de haber consentido vivir en una sociedad donde la propiedad es un elemento clave en la expresión de nuestra identidad. Para esta postura lo natural es inmediatez, y su opuesto, lo social, un espacio de reflexión y autonomía. Somos libres en tanto determinamos, con razones, bajo qué limitaciones deseamos vivir y relacionarnos para ser el tipo de seres que deseamos ser. En ambos conceptos de libertad nos encontramos con una lógica binaria entre lo natural y lo social: son campos opuestos.
Sostengo que el modo de producción capitalista es un sistema vinculado al primer concepto de libertad que he expuesto ya que su impulso fundamental es la creación ilimitada de valor y la acumulación indefinida que de ella se desprende. No hay límites autoimpuestos, excepto aquellos que garanticen la continuidad del sistema económico mismo. En él, todo lo existente tiene un valor de cambio; por lo tanto, siempre y cuando pueda pagar su precio, todo es accesible al ser humano, todo tiene su equivalente. Este sistema promete la libertad entendida como la superación de limitaciones, la posibilidad de realizar todo deseo. Con respecto a la dicotomía entre lo natural y lo social, sin embargo, el sistema capitalista es indiferente al origen de los deseos e impulsos que promete satisfacer.
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Con esta introducción general sobre la libertad y las limitaciones abordaré el tema de la alteración de la anatomía de nacimiento para adecuarla a una identidad de género. La Comisión Nacional de Derechos Humanos de México dice que un trans es “una persona que se siente y se concibe a sí misma como perteneciente a un género diferente al que social y culturalmente se asigna a su sexo biológico y que opta por una intervención médica (hormonal, quirúrgica o ambas) para adecuar su apariencia físico-biológica a su realidad psíquica, espiritual y social”. Otra definición que puede complementar esta es la siguiente: “Persona Trans: Este término también puede ser utilizado por alguien que se autoidentifica fuera del binario mujer/hombre. Adicionalmente, algunas mujeres Trans se autoidentifican como mujeres, y algunos hombres Trans se autoidentifican como hombres.”
Como explicaré a continuación, el concepto de libertad por el que lucha la persona trans no cae nítidamente bajo ninguno de los dos conceptos esbozados más arriba en tanto contiene rasgos particulares de los dos. En primer lugar, su punto de partida parece ser el individuo en tanto que es en su concepción de sí mismo, en su ‘realidad psíquica,’ donde se origina el deseo. Sin embargo, dicha concepción de sí mismo no deja de ser una construcción social en tanto está íntimamente ligada a la ‘realidad social’ que le ofrece un contenido particular a la identificación con un género o el otro.
Es decir, el deseo por tener un pene es el deseo por aquello que viene socialmente atado a él: una manera de vestir, de comportarse, unos roles sociales, unas expectativas, un tipo de reconocimiento, etc. Pero, paradójicamente es el esencialismo de estos rasgos de género lo que las luchas progresistas, incluyendo al feminismo, han intentado cuestionar, devaluar y deslegitimar, pues son históricamente determinados y por ende transformables. Además, durante gran parte de la historia de la humanidad han sido utilizados como justificación de discriminaciones y jerarquizaciones.
Visto de esta manera, el deseo por cambiar de anatomía, en lugar de subvertir el esencialismo y librarse de sus ataduras, no hace más que reafirmar los roles de género a pesar de que serían ahora ellos los que determinan el sexo anatómico y no al revés. Estaríamos otorgándole necesidad a dichos rasgos de género hasta el punto de estar dispuestos a alterar nuestro sexo anatómico para poder adecuarlo a ellos. ¿Qué alimenta el deseo de tener pene o vagina si no el deseo de asumir todo lo que viene conectado social y culturalmente a esos genitales?
El cambio de anatomía, visto de esta manera, termina siendo subordinado a los contenidos sociales y culturales que determinan el ser hombre o mujer en la sociedad a la cual se pertenece. Pero si el origen de la identidad son rasgos sociales y culturales, es decir, históricos, desaparece toda necesidad y con ella la posibilidad de afirmar que se nació en el cuerpo equivocado. Si se toma como punto de partida que lo natural o biológico puro no existe, que el concepto de lo natural que manejamos en diferentes épocas históricas ya está atravesado por consideraciones sociales e ideologías particulares, como lo afirman no solo las teorías trans y con lo cual estoy de acuerdo, no es posible conectar el deseo por tener una anatomía sexual diferente a aquella con la cual se nació a ningún fundamento puramente biológico o genético.
Dicho deseo termina siendo legitimado y justificado precisamente en tanto deseo, no en tanto deseo natural. No estamos ante una intervención sobre lo natural sino ante una decisión fundada en lo social o cultural. En este caso, la única justificación para el cambio de anatomía parece ser que es posible hacerlo y se siente que la felicidad propia y/o la tranquilidad psicológica depende de ello.
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Con esto llegamos al concepto de libertad absoluta, aquella en la cual cualquier limitación es indeseable y, por lo tanto, tendrá como destino desaparecer. En la lucha trans se está batallando ya no solo para determinar el género con el que se identifica, asumiendo así ciertos roles y comportamientos sociales y desechando otros, sino también para alterar el cuerpo con el que se nació para hacer que corresponda con dicho género. Ocurre aquí una reversión paradójica, donde lo social de alguna manera se esencializa, mientras que lo natural se socializa.
Este gesto esencializador de lo social/cultural apunta a una aparente contradicción en la posición trans, puesto que está abocando por la libertad de determinar por sí misma el sexo anatómico de la mano de una correspondencia con la identificación con un género particular, constituido por sus rasgos sociales y culturales. Por ejemplo, ¿no es la asociación entre ciertas formas de vestir y de comportamiento, ciertas expectativas sociales, por un lado, y lo masculino, por el otro, aquello que hace que una persona desee tener pene, a pesar de haber nacido con vagina, o vice versa? Por supuesto, caerían en esta paradoja solo aquellas personas que se identifican con ser hombre o ser mujer. No pertenecer a ninguno de estos dos géneros, considerarse una persona no-binaria, por ejemplo, evitaría dicha paradoja.
En distintos momentos de la historia de la humanidad se ha tenido a la diferencia racial, la inferioridad de la mujer y la heterosexualidad, por mencionar algunos ejemplos, como parte del orden natural de lo humano. Al paso del tiempo se han ido desenmascarando como meras valoraciones sociales y se han rechazado en la búsqueda de una mayor igualdad entre los seres humanos. A esta lista se agrega ahora la anatomía sexual. Estoy de acuerdo con el cuestionamiento de la existencia de una base natural o biológica pura sobre la cual, como si fueran una capa externa, se plasman valoraciones socio-culturales (género).
Cómo entendemos lo ‘meramente’ natural depende de un sinnúmero de consideraciones no naturales. Además, existe una reciprocidad causal permanente entre elementos socio-culturales y elementos biológicos que no permite separar de manera nítida unos de otros. El concepto de lo natural no puede dejar de ser un concepto. Obviamente existe un otro a lo social, pero no podemos relacionarnos con él de manera neutral, pura, porque ya siempre estará determinado como otro desde lo social.
Si este es el caso, ¿por qué insisto en problematizar una intervención sobre el cuerpo, no solo posible (científicamente) sino también deseada por ciertas personas que le apuestan su felicidad a dicha intervención? No tengo respuesta satisfactoria para ofrecer. Sin embargo, ciertas inquietudes no desaparecen. Pienso que hay una relación por explorar entre, por un lado, la libertad absoluta, y el capitalismo, por el otro; con su promesa de la destrucción de toda limitación bajo el precepto del consumo ilimitado.
Hay varias razones por las cuales algunas compañías multinacionales se han alineado abiertamente con los derechos trans. Por un lado, cierto tipo de percepción pública redunda en su propio beneficio; por el otro, por medio de esta solidaridad se reitera la idea motriz del sistema capitalista de que todo está al alcance de la mano y que solo se necesita dar rienda suelta a la lógica del mercado para realizar la libertad y con ella la felicidad humana. Defender la intervención sobre el cuerpo para adecuarlo a una identidad de género, entendida como un derecho absoluto anclado en la satisfacción de deseos en la búsqueda de felicidad, apoya, entonces, la defensa de un sistema económico particular que se vende como el defensor de la libertad individual y, por su medio, de la realización de la felicidad, y constituye el culmen de una sociedad que gira alrededor del individuo y sus deseos.
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Una lectura optimista aseveraría que nos encontramos en una sociedad cada vez más igualitaria debido al constante cuestionamiento de estas supuestas limitaciones naturales: nos exigimos ser menos racistas, menos misóginos, menos homófobos. ¿Podemos añadir a esta lista de luchas por la igualdad el derecho a intervenir sobre el propio cuerpo para alterar el sexo anatómico? Si se responde de manera afirmativa, tendríamos que reflexionar sobre por qué estaríamos dispuestos a aceptar la alteración del sexo anatómico pero no la intervención sobre el color de nuestra piel, por ejemplo.
La solución al problema del racismo no parece consistir en la posibilidad de volvernos blancos para evitar la discriminación, o de volvernos negros en solidaridad con los históricamente discriminados (como nos lo recuerda el caso de Rachel Dolezal en los Estados Unidos en el año 2015). Si se responde de manera negativa, tendríamos que ofrecer una clara diferenciación entre la lucha contra el racismo o la pobreza, por ejemplo, y la lucha por el derecho a intervenir sobre nuestro sexo anatómico. ¿Habrá alguna diferencia entre los tipos de sufrimiento en juego?
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Por medio del enfoque en la libertad personal y la búsqueda de la felicidad, el sistema capitalista se camufla en ciertas luchas sociales para continuar reproduciéndose. Esto puede resultar en una mayor visibilización de ciertos tipos de sufrimiento, los cuales se pliegan de manera menos resistente al discurso capitalista, sobre otros. El espacio que abarca la discusión actual sobre derechos trans les puede restar visibilidad a las discusiones en torno a otros tipos de injusticia y sufrimiento. Estoy consciente del peligro de hacer distinciones entre sufrimientos: ¿quién determina el criterio a utilizar, con qué autoridad y para qué? Sin embargo, me parece que, en este caso, donde por un lado está el sufrimiento condicionado social y económicamente por instituciones y prácticas humanas de explotación y subyugación, y por el otro está el deseo de alterar el sexo anatómico, se podría aventurar una distinción entre sufrimientos que son estructurales y sufrimientos que no lo son.
El origen natural de la anatomía de nacimiento no permite asignar responsabilidad alguna al sufrimiento que pueda llegar a generarle al ser humano que no se identifica con el género al cual se asocia cultural y socialmente dicha anatomía; mientras que debido al carácter social y económico de la pobreza y el racismo, por ejemplo, se les pueden asignar responsabilidades históricas sobre su constitución y responsabilidades actuales sobre su preservación. Se me podría responder que el sufrimiento de haber nacido con un sexo anatómico con el cual uno no se identifica sí tiene un componente socio-cultural. Sin embargo, si aceptáramos este componente, estaríamos creando un falso enemigo: el pene o la vagina con los que nacimos, en lugar del proceso de socialización por medio del cual se han otorgado ciertos valores y representaciones a uno o al otro. En este caso la lucha no debería ser contra nuestros penes o vaginas sino contra su constitución socio-cultural.
Otra posible objeción a la clasificación de sufrimientos humanos podría consistir en que un tipo de sufrimiento no necesariamente cancela el otro y que la interseccionalidad posibilita el ejercicio de varias luchas y solidaridades simultáneas y entrecruzadas, cuestionando el valor de la incómoda distinción entre sufrimientos. Sin embargo, el volumen y la acidez del actual debate sobre estos temas en el país hasta cierto punto terminan invisibilizando o normalizando los sufrimientos estructurales que se vuelven así parte del amoblado desgastado en el que vivimos nuestra realidad cotidiana.
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Me parece muy probable que el sistema económico capitalista está haciéndoles eco a estas luchas, definidas como progresistas, en tanto por un lado mantienen viva la búsqueda de la felicidad individual prometida por él, y por el otro ayudan a redireccionar la energía combativa y la sed de justicia de las nuevas generaciones hacia temas que no necesariamente terminan cuestionando el sistema económico mismo, como sí lo podría hacer de manera más directa el problema global de pobreza, por ejemplo. Estos atisbos de libertad absoluta permiten mantener ocultas la factura de cobro de un sistema de producción y las estructuras de desigualdad sobre las que se erige.
Tal vez la solución radique en pensar más allá de la lógica binaria de lo natural y lo social para intentar abrir un espacio donde la intervención sobre el cuerpo sea una alternativa viable sin que termine haciéndole juego al sistema capitalista, donde el sexo anatómico terminará subsumido bajo la lógica del mercado, convertido en un producto de consumo más entre otros, disponible para quien así lo desee y garantizado por un derecho inalienable a la búsqueda de felicidad individual. De esta manera, en el intento por fundamentar la intervención sobre el cuerpo no se recurriría ni al cuestionable concepto de lo meramente natural o biológico, una especie de así nací, ni a la subjetividad reduccionista del así lo deseo.
2 Comentarios
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Sus últimos 2 renglones definen todo lo que usted no entiende, así nací es la realidad de toda mujer y todo hombre trans, de gays y lesbianas también, es lo único que conocemos y sabemos de nuestras vidas desde que tenemos uso de razón, el así lo deseo no cambia en lo absoluto el así nací, hacer coincidir el cuerpo con el género no correspondido no necesariamente es un acto materialista, por qué le queire imprimir ese tono? Muchos seguros médicos incluyen los tratamientos hormonales, con lo que se integra dentro de los parámetros de la salud pública, algunas veces los tratamientos quirúrgicos también
“La libertad …….evita que seamos llevados de manera ‘natural’ a la realización de nuestros deseos inmediatos, pues crea una distancia entre ellos y el tipo de ser humano que aspiramos ser. A este tipo de libertad podríamos darle el nombre de autonomía.” ! correcto!