Ucrania: claves para entender la guerra
Ucrania ha sido y es un salpicón. Se predica el sustantivo gastronómico con todo el respeto por este sufrido pueblo, el cual, por su situación, su historia, su geopolítica y los componentes de su nacionalidad, parece que tuviera el triste destino de ser engullido por Rusia y por otros, de tanto en tanto.
Con esto quiero indicar que se trata de un país, primero, con una historia de muchos vaivenes y muy variadas improntas; y segundo, con ciertas mezclas contradictorias en su alma nacional, que lo hacen susceptible de desgarramientos internos, y además presa ansiada de ambiciosos vecinos; poderosos y hambrientos vecinos.
Se hablan allí dos idiomas, igual de extendidos, el ruso y el ucraniano. Los rusos, que se consideran racialmente descendientes de los vikingos, aseguran que su nacionalidad histórica comenzó en Kiev, la capital de Ucrania, su patria fundacional. Conviven con aquellos, además, poblaciones eslavas de alguna consideración. Su geografía tiene el alma política dividida: la región del este es pro-rusa, pero la del oeste, que tiene una ascendencia germana, región que perteneció al imperio austrohúngaro, es Europea. Tanto como que en 1917 en ese territorio se creó una fugaz “República Occidental.” Además y poco después, entre 1917 y 1920, existieron tres distintas repúblicas ucranianas.
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Hoy, al norte, se practica la religión ortodoxa, mientras que al sur lo hacen católicos que tienen su ritualidad especial y diferente. Su geografía ha sido movida, como la pareja de un baile lo es zarandeada por su parejo. En varias ocasiones Polonia y Rusia se han engullido la totalidad de su suelo. Ha renacido, pero después le han quitado territorio para añadírselo a Polonia. Luego, otra porción del mismo, se lo han segregado a Polonia para sumárselo a Ucrania.
En este siglo XX perteneció a Rusia, pero los ucranianos recuerdan con terror aquellos tiempos de Stalin, cuando debido a sus políticas murieron cerca de 12 millones de sus habitantes. Al terminar la Segunda Guerra Mundial se le dio un status especial. Mientras formaba parte de la Unión Soviética, actuaba como nación independiente en algunos asuntos internacionales. Por ejemplo, en la ONU ejercía como país de pleno derecho.
En un final reciente -y que hoy podría ser transitorio-, en 1991 declaró su total independencia. Con un plebiscito en diciembre de ese año, ratificó su condición de tal.
Nada raro, entonces, con semejantes ingredientes, que Putin trate de repetir algunos de los pasajes de esa historia, en cuanto a considerar que ese país le pertenece, invadirlo y mediante su guerra incorporarlo, como territorio o como un satélite, a Rusia.
Muy equivocado, a mi modo ver, el señor Putin. Fracasará en una invasión prolongada. O tendrá que negociar algo, para salvar la cara, ante la valiente oposición de los ucranianos y de los países occidentales.
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Si se repasan, de manera muy somera, ciertos principios básicos de la guerra, la impresión es que el gobernante ruso los ha desconocido.
El primero y fundamental: “conoce a tu enemigo”. Putin creyó que su enemigo era el gobierno de Ucrania. Garrafal error. Su enemigo, hoy, es la gran mayoría del pueblo ucraniano. Quizás no repasó la historia más reciente. Como ya se dijo, en 1991, en ese plebiscito la gran mayoría aprobó la independencia. Incluso el 80 por ciento de la población oriental, que es de origen ruso, votó “sí”. Algo muy diciente: en el resto del país, 9 de cada 10 de los ciudadanos de Ucrania aprobaron la independencia. Si la mayoría de la población de un país se resiste a una invasión, esta no será sustentable en el tiempo.
Si Putin creyó que los ucranianos recibirían a los invasores como a unos libertadores de su propio gobierno, se equivocó. Prueba de que pensaba así, fue cuando recién iniciado su ataque, les sugirió a los ucranianos que derrocaran a su gobierno para imponer otro, “auténtico”, es decir favorable a Rusia. Fue desoído.
En otro aspecto, Putin tampoco supo definir quiénes serían sus otros enemigos. Una guerra no se libra nunca contra solo adversario, digamos como ejemplo, contra un solo un ejército, sino que siempre existirán aliados del agredido, que deberán ser tenidos en cuenta en la ecuación de lo estratégico. Previó Putin, y hasta este punto lo hizo bien, que nadie, ni Europa ni los Estados Unidos, enviaría tropas a Ucrania. Pero no vio un poco más allá.
Un enemigo adicional lo puede ser moral (el Papa: “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”, preguntó Stalin), político, sicológico, mediático, económico, interno. Fue así como lo que se llama occidente se decantó como defensor de Ucrania y por lo tanto enemigo de Putin en esta contienda. Sanciones económicas. Y bien lo saben los teóricos de la guerra, que cuando el aspecto económico falla, se desploman todos los demás instrumentos: el militar, el político, el de los aliados y etcétera.
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El inicial ducado de Moscú, hace siglos, era apenas un territorio de unos cuantos kilómetros cuadrados, que se dedicó a engullir a sus vecinos, y fue así como se configuró a Rusia, el país más extenso de la tierra. Continúa Putin esa tradición, pero en condiciones muy diferentes a las de sus antecesores. Cambian los tiempos.
Debió saber que los historiadores de la guerra, sugieren que la próxima se deberá librar de manera muy diferente a como se combatió en la anterior. Tragarse al victimizado país de Ucrania, hoy, por los medios bélicos tradicionales rusos, lo podrá lograr, pero solo transitoriamente. Luego se le volverá una indigesta presa, que concluirá costándole su prestigio, su lugar y su poder en la Rusia de la cual ahora dispone a su amaño. ¡A negociar, pues, para evitar lo anterior!
Aunque existe otro posible y colateral desenlace. Como el poder suele ser traicionero, cuánto más profundo, amplio, holgado y sin controles sea más suele tenderles emboscadas a los poderosos de turno. Y es aquí en donde hace su aparición el chino, el cual mira con una leve sonrisa complaciente a este Putin en su laberinto. Con tranquila deferencia lo acuna. La paciencia y sutileza de los políticos chinos son zorrunas y proverbiales. Un poco así, un poco menos o un poco más, quietos, o hacia acá o hacia allá, confían los chinos en que Putin, con un país empobrecido, aislado y desmejorado, termine convertido en un satélite de Pekín. Allí podrían aterrizar los ejercicios de grandeza de este gobernante ruso.
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