Ucrania y la solidaridad selectiva
No es posible ser testigo de los eventos de los últimos días en Ucrania e intentar defender de alguna manera las acciones rusas. Las declaraciones de Daniel Ortega y Nicolás Maduro, en su defensa, rayan entre lo risible y lo patético. Solo evidencian la ceguera moral en la que se cae al pensar en términos binarios: si no estás conmigo, estas contra mí.
Sin embargo, hay algo en esta solidaridad mundial con Ucrania que huele mal. El problema no yace en la expresión de dicha solidaridad con un pueblo que lucha por su libertad y autonomía en condiciones de inferioridad militar contra una superpotencia. Yace, más bien, en que dicha solidaridad parece no existir de la misma manera para todos los pueblos en condiciones similares.
Piénsese en Vietnam en los años 60 o Irak en 2003. Tanto Vietnam como Irak fueron pueblos que lucharon en condiciones de inferioridad por su libertad y autonomía contra una superpotencia: Estados Unidos. El caso de Irak es más complejo en tanto tenía un dictador que había sido apoyado y armado por los Estados Unidos en los años 80 en su guerra contra Irán.
En los tres casos, las guerras fueron justificadas por los países invasores con mentiras: un enfrentamiento en el golfo de Tonkin, la existencia de armas de destrucción masiva, genocidio en Donetsk y Lugansk. Tanto Estados Unidos como Rusia utilizaron razones de seguridad nacional como justificación de sus acciones.
Estados Unidos creía que tanto la creación de varios estados comunistas en el sureste asiático como el control de tantas reservas de petróleo bajo un hombre como Saddam Hussein generaban amenazas para su seguridad nacional, a pesar de estar ubicados a más de 10.000 kilómetros de distancia. Rusia, por lo menos, concibe la supuesta amenaza a su seguridad en sus propias fronteras, imaginando armas de la OTAN estacionadas en la frontera entre Ucrania y Rusia.
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Es verdad que hubo manifestaciones masivas en contra, tanto en la guerra del Vietnam como de la segunda guerra del golfo. Millones de habitantes del planeta marcharon en sus ciudades, denunciando al imperialismo. Sin embargo, ni gobiernos ni compañías multinacionales ni entidades financieras secundaron esas expresiones como lo estamos viendo ahora.
Las compañías petroleras BP y Shell han abandonado sus actuales negocios con Rusia, valorados en billones de dólares. Varios países europeos han comenzado a enviar armamento a Ucrania. El director ruso de la orquesta filarmónica de Múnich y aliado de Putin, Valery Gergiev, fue despedido de su puesto por negarse a condenar la invasión; las compañías tecnológicas estadounidenses están cerrando sus plataformas a Rusia.
Bufetes de abogados en Estados Unidos están desligándose de sus clientes rusos. Hasta Suiza se ha sumado a las sanciones deshaciendo así su famosa neutralidad. ¿Qué está pasando? ¿Por qué esta inmensa expresión de solidaridad con Ucrania si en la historia reciente ha habido múltiples situaciones similares donde un país poderoso invade a uno más débil, ataca a la población civil, incurre en crímenes de guerra, legitima su intervención con mentiras en nombre de su seguridad nacional, etc…?
No encuentro respuesta diferente al hecho de que esta solidaridad se origina en el mundo ‘desarrollado,’ lo que en otra época se hubiera llamado el primer mundo. Estados Unidos y la Unión Europea parecen ser los motores de estas manifestaciones incontenibles de solidaridad. En la historia no han existido solidaridades universales, solo particulares, relativas a ciertas circunstancias, contextos, alianzas, simpatías. En este caso particular es una solidaridad generada hacia un miembro de la familia europea: Ucrania. Esto, por supuesto, no la deslegitima: todo el mundo debe solidarizarse en este momento con Ucrania.
Mi intención es marcar y recordar la fuerza y el tamaño de estas manifestaciones para situaciones futuras en las que existan condiciones similares o peores de tragedia y sufrimiento humano, inducidos por un país sobre otro o sobre sus propios ciudadanos.
Es preocupante que la expresión de solidaridad mundial sea determinada por un pequeño grupo de naciones, liderado por una superpotencia que múltiples veces ha ejercido ella misma de agresor a lo largo de todo el siglo pasado y lo que va del actual. Esto, a su vez, le permite a Rusia, de manera acertada, tildar de hipócrita a Estados Unidos.
Sin embargo, se sabe que dos males no equivalen a un bien: el que Estados Unidos, a lo largo de su historia, haya sido el agresor múltiples veces, con consecuencias nefastas para millones de habitantes del planeta, no disminuye el mal contra el cual dicho país está protestando de manera encomiable en este momento. Como lo dijera en 1943 el periodista húngaro Arthur Koestler: “En esta guerra luchamos contra una mentira absoluta en nombre de una verdad a medias”.
La actual acogida a desplazados ucranianos en los países europeos fronterizos contrasta con el trato discriminatorio hacia los migrantes africanos que también intentan escapar del conflicto y a quienes se les ha negado la entrada a dichos países. Seguiremos esperando una solidaridad verdaderamente universal, que no deje de manifestarse cuando se trate de sirios, norafricanos, birmanos, bolivianos, chilenos, palestinos, guatemaltecos, uigures, nativos americanos, etc., ninguno de los cuales, para su desgracia, pertenece a la familia europea. Por ahora nos unimos a esta necesaria y justa solidaridad con Ucrania.
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