‘Un héroe’ de Asghar Farhadi: soy porque decido
‘Un héroe’, ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2021, se estrena este jueves en Colombia. El director de ‘Una separación’, ‘El pasado’, ‘El viajante’ y ‘Todos lo saben’ se ancla de nuevo en los dilemas morales como el centro gravitacional de sus personajes.
Una persona común en una situación extraordinaria. Esta ha sido la premisa –muy simple–de muchas películas a lo largo de la historia, y sin duda es también la de Un héroe, del director iraní Asghar Farhadi. Hay, sin embargo, algo desbordante y excesivo en el tratamiento que Farhadi hace de sus personajes (comunes) y de las situaciones (extraordinarias) que viven.
Aunque Un héroe luzca como una película “seria” y ofrezca una visión comprometida con problemas urgentes de nuestro tiempo, hay en ella mucho de truco y manipulación: una bolsa olvidada con monedas de oro, un niño con tartamudez como centro del clímax de la película, y un ascenso, caída y redención del protagonista no siempre convincentes, y que se resuelven como si se tratara de pases de magia de un prestidigitador consumado.
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En esa prestidigitación no faltan la eficacia y la habilidad. Los grandes directores, y creo que Farhadi lo es, son también maestros del engaño, capaces de hacernos creer lo inverosímil y expertos en suscitar emociones incluso de manera algo fraudulenta. Lo contradictorio no es que el director acuda a estrategias de manipulación, sino que lo haga en una película que busca exponer cómo la prensa y las redes utilizan el sentimentalismo o el chantaje emocional.
En últimas, la película acude a lo mismo que supuestamente critica. ¿Hay en ello una distancia irónica o un gesto autorreflexivo? No encuentro señales contundentes que permitan afirmar lo uno o lo otro.
Lo único en Un héroe que parece venir cubierto con el velo de la ironía es el título de la película. No hay tal héroe, o su heroicidad es más sencilla –y por tanto menos ejemplar– que la que el fugaz consenso de un momento quiere imponer como imagen pública del personaje. Se trata, en sentido estricto, de alguien caído en desgracia (Rahim) que está pagando cárcel por una deuda no resuelta y que en una salida temporal de la prisión busca a trompicones los medios para reorganizar su vida y casarse con su novia.
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El detonante es, como ya se dijo, una bolsa con monedas de oro que la novia de Rahim se encuentra casualmente. Ese oro sería el pasaporte a la libertad definitiva del preso, si se convierte en el dinero que necesita para pagar su deuda. Rahim y su novia, tras un fallido intento por vender el oro, terminan involucrados en el “espectáculo” de devolverlo a su presunta dueña, lo que transforma al protagonista en un héroe mediático, el modelo por seguir por una sociedad –la iraní– de lazos aparentemente muy rotos.
En realidad hay poco de excepcional en los actos de Rahim; son los dilemas morales que –como siempre ocurre con los personajes de Farhadi– debe enfrentar los que nos permiten ir detrás de él e interesarnos en las decisiones que toma. Cuando muestra esa estupefacción ante el daño a otros que se puede infligir o se elige evitar, estamos ante una película que desarrolla un paisaje emocional complejo y a un protagonista abismado ante las consecuencias de lo que hace. Ahí, en esa conciencia de lo que implica una decisión –y no en la decisión misma–, está el posible heroísmo de Rahim.
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En la narrativa de la película se contraponen la forma como medios y redes sociales simplifican los actos humanos para satisfacer la creación, consumo y destrucción de ángeles y monstruos, y, por otro lado, la maleza de pequeños acontecimientos y decisiones que se encadenan en la vida de cualquier persona y que determinan su destino. Lo primero ya es muy sabido y la película no tiene mucho que agregar al respecto.
En lo segundo se ve la sensibilidad de Farhadi, su fina inteligencia en conflicto con su menos grande anhelo de sacudir al espectador, incluso con ardides un poco indignos.
Para ilustrar cómo se da esta última tensión en la película debo hablar un poco de lo que considero su clímax, sin dar muchos detalles al respecto para no hacer spoilers y ser, a causa de eso, degradado a la condición de villano de la jornada. El centro de la escena lo ocupa el hijo con tartamudez de Rahim. Señalo su discapacidad porque todo el pathos de la escena depende de eso. Se está urdiendo un plan para que la tartamudez del pequeño sea el anzuelo que la opinión pública pique, y el héroe ahora de nuevo en desagracia (el padre) vuelva a ser elevado.
Quienes estamos siendo llevados al límite de lo tolerable somos, realmente, los espectadores de la película. Yo caí en la celada, me agarré a la silla y suspiré hondo, consciente a la vez del engaño y de su efecto. Les aseguro que la buena película que es Un héroe no está en escenas tramposas como esta, sino en movimientos más sutiles; insisto, no en ningún acto en sí mismo sino en todo lo que hay antes o después.
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