‘Un varón’ de Fabián Hernández: el valor de decir no

Esta opera prima se estrena comercialmente en Colombia luego de sorprender en la Quincena de Realizadores de Cannes y de tener su premier nacional en el FICCI. ‘Un varón’, incluso con más determinación que otras películas colombianas recientes, interroga las nociones de masculinidad en entornos de violencia y marginalidad, esta vez en los barrios “céntricos” de Bogotá, con un personaje principal que carga la tradición a cuestas y busca liberarse de su peso.

Desde la primera década de este siglo, cuando el cine hecho en Colombia se volvió un lugar de intensa indagación académica, varias investigaciones coincidían en señalar una gran carencia en la construcción de personajes en las películas nacionales. Del acervo de obras disponibles hasta entonces, se concluía un predominio de narraciones corales y protagonistas con una fuerte carga de tipicidad social, que eran la encarnación de una suerte de sujeto colectivo. Lo individual parecía escapársele al cine colombiano, que casi siempre anclaba sus personajes a las determinaciones del entorno, la época histórica o la clase social.

Lo primero que se puede decir de Un varón es que Carlos, su joven protagonista, sin nunca dejar de pertenecer al difícil lugar en el que sucede la película (un cruce de barrios de la localidad Los Mártires del centro-sur de Bogotá), quiere desbordar sus límites y limitaciones. La película se construye a partir de la imposibilidad de Carlos de sentirse en sintonía plena con su entorno. Podría pensarse que ese es un sentimiento común, mucho más en la adolescencia. Pero la opera prima del director Fabián Hernández asume esa inadecuación con tanto rigor, e insiste tanto en ella, que lo simple se vuelve extraordinario y revelador.

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El núcleo del malestar de Carlos está en lo que el mundo social en que se mueve le devuelve como idea de la masculinidad. Él tiene una apariencia vulnerable, casi andrógina, con la que debe enfrentar las exigencias de un ambiente de machos, donde la hombría se asocia con arrojo, impenetrabilidad, dureza. Carlos no se reconoce en esas demandas. Busca, a veces, ajustarse a ellas, pero la pulsión por singularizarse es tan fuerte como el anhelo o la necesidad de pertenecer. De esa crisis surge su riqueza como personaje.

Vea acá el tráiler de Un varón:

Pero el acierto de la película es, también, haber dado con un actor que encarnara esa ambigüedad. Dilán Felipe Ramírez construye un Carlos totalmente tensionado, dividido entre impulsos contrarios, de pocas palabras y, sin embargo, de una gran riqueza expresiva. Junto con él atravesamos el durísimo trayecto que la película nos propone. Hay un eco de Mónica, la protagonista de La vendedora de rosas, en el ardor contenido con que Carlos desea pasar la Navidad con su hermana (que se prostituye para sobrevivir) y poder visitar a su madre, que está presa.

La Navidad, esa época en que hacemos contabilidad del afecto que nos falta o que tenemos, es la pauta temporal de Un varón. De otro lado, está la construcción del espacio fílmico. Carlos viene y va entre el internado en el que vive por tiempos y las calles donde busca a su hermana o en las que es puesto a prueba por las bandas del barrio con sus rituales de iniciación en el mundo del crimen.

Ser varón, según la lógica de la calle, es aceptar volverse un monstruo. A ese designio es al que Carlos se enfrenta, y sobre el que tendrá que decidir, en una lucha interna con todo lo que lo constituye: su fuerza misteriosa. “El diciembre anda por la montaña / quebrando espartillos y ramas enfermas / para que vuelvan los olores del campo, /que son los perfumes de los pobres”, escribió Víctor Gaviria en un poema titulado “Navidad”.

Un Varón
Dilán Felipe Ramírez construye un Carlos totalmente tensionado, dividido entre impulsos contrarios, de pocas palabras y, sin embargo, de una gran riqueza expresiva.

A Hernández, el director, le hemos escuchado decir que conoce orgánicamente los barrios en los que filmó. Sin embargo, la construcción espacial de la película la sentí particularmente desafectada y genérica: espacios arruinados, calles como barridas por un cataclismo, interiores por los que pareciera que el amor y el cuidado nunca hubieran pasado. Como espectador, la contemplación de ese desastre tan bellamente fotografiado me devastó. ¿Dónde está la cultura material y simbólica capaz de oponerse a tanta violencia? ¿Quienes miramos desde afuera no tenemos ojos para ver las señales de resistencia?

En la película, los personajes que rodean la aventura de Carlos, su dolida jornada de reconocimiento y toma de decisiones, no logran hacerse únicos. Ellos y ellas son como esos personajes sin entidad propia del cine colombiano del que hablé más arriba. Mientras en el centro del sistema de personajes Carlos brilla con una luz que nos atraviesa y que hiere, los secundarios entran y salen: son como accesorios.

Estas “debilidades”, aunque le quitan fuerza al resultado global de la película, no impiden reconocer la urgencia de lo que busca expresarse. Un varón anda a tientas, lidiando con la manera en que, desde distintos frentes, nos han condicionado a ver la pobreza, el abandono y la violencia, como realidades que configuran algo así como una esencia de la que no se puede escapar. Agradezco la intermitente luz que esta película nos entrega: en su incierta rebeldía frente a los destinos marcados de antemano, está toda su belleza.

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4 Comentarios

  1. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaa de que habla este man??????? Es una película podrida que en ningún momento cuestiona ni pone a prueba a un personaje que ni actúa ni habla ni nada; es como un titere utilizado por el extraccionismo de un director que parece más bien un turista.
    Aaaaaaaaaa

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