Las palabras del viaje

Como pescadores que no tienen ni idea de lo que es pescar, devolveremos al agua cada una de las palabras que nos ha dado el viaje.

Que la vida es un viaje es una idea tan vieja como la de que la vida es un sueño. ¿Un viaje de dónde a dónde? ¿Podemos saber dónde empieza y dónde termina? Ese quizá sea justo el tipo de preguntas que arruinan la comparación de la vida con un viaje, porque distorsionan la idea misma del viaje, y entonces de la vida, fijándola entre dos lugares, un supuesto punto de partida y un punto de llegada imaginado, o entre dos acontecimientos, que no podemos comprender, ni medir, ni nos pertenecen: el nacimiento y la muerte; nuestro nacimiento y nuestra muerte, como si se tratara de nosotros y no de la materia inasible del viaje.

Los días y los lugares pasan como nubes, fluyen como el agua. Pero si pudiéramos simplificar el viaje a sus elementos básicos, ¿cuáles serían? ¿Los colores? ¿El día y la noche? ¿Adentro y afuera? O quizá tierra, agua y aire; luz y oscuridad; sueño y conciencia. Quizá pájaros y piedras por un lado, y todas las demás cosas por el otro. Podemos intentar hacer distinciones para dar palabras al viaje, que es lo que es escribir, o intentar discernir las emociones para atravesarlas, que es lo que es vivir.

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Pero si seguimos andando, solo andando, si cada paso es la medida del asombro, entonces las categorías mismas se irán borrando. Quizá al final solo quede una distinción: estar vivo o estar vivo. Vida y vida. Porque la muerte se borra a sí misma. Y cuando sea así, cuando ya no hagamos distinciones, cuando la única emoción sea la emoción por estar vivos, veremos que nuestra vida ha sido plena, que hemos confiado, dado y recibido, que aprendimos por fin que no sabemos nada, que no podemos saber qué somos, ni qué es el mundo, y que ni los amaneceres más puros, ni los más turbios, dejan de ser amaneceres. Estar aquí es algo para lo que nunca tendremos palabras. Entonces seremos los viajeros ideales. 

Supongo que el viaje tiene que ver con el espacio. El espacio es real. Se necesita tiempo para recorrerlo. ¿Pero qué es el tiempo sino ese flujo que tenemos por dentro, en el que se bañan, se transforman y desaparecen las cosas? El tiempo es las imágenes que tenemos por dentro. ¿Son reales? ¿Y por encima del tiempo no está acaso eso que nos entrega a lo que vemos y a las presencias que nos rodean?

El amor está por encima del tiempo. Pero, ¿qué quiere decir “por encima”? Otra vez volvemos a no decir nada. Cuando nos acostumbramos a no decir nada diciendo cosas complicadas, nos acostumbramos al cansancio. Lo más difícil es lo simple. Pero vale la pena buscarlo porque lo simple nos devuelve las palabras del viaje. Buscar lo simple también significa comprender, sin angustia, que muchas veces no tenemos nada para decir.

No tener nada para decir nos devuelve las palabras del viaje, y devuelve a la libertad todos los juicios que nos han atado. Como pescadores que no tienen ni idea de lo que es pescar, devolveremos al agua cada una de las palabras que nos ha dado el viaje.

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