Viva la paz y a la mierda con la guerra
Colombia ha sido un país de masacres y de masacradores en el que le hemos hecho un culto perverso a las armas, a la venganza y a la muerte. Un país con exceso de patria guerrera e inexistencia o deficiencia de la noción de ‘matria’ amorosa.
Masacres que han perpetrado todos los actores del conflicto: guerrilleros, paramilitares y militares. Un país donde los sicarios rezan las balas, se ponen los escapularios en el cuello y se encomiendan a la Virgen; mientras que capellanes o sacerdotes con rango militar bendicen las armas y las municiones oficiales con idénticos fines e igual fervor. Un país en el que es más peligroso trabajar por la paz, ser líder social o líder ambiental que ser actor de la guerra, domador de tigres o desactivador de explosivos.
Un país en el que el Gobierno hace acuerdos de paz con la insurgencia y después los incumple o traiciona, como ocurrió con el asesinato de Guadalupe Salcedo o con el de Pizarro León Gómez; o como pasó con la elaborada indolencia del presidente Iván Duque dirigida a “volver trizas la paz”.
Nuestros guerreros de todos los bandos son excesivamente violentos, mantienen azuzados por funestos personajes, fuerzas oscuras, que medran desde las sombras, pues “la guerra es un montón de peones dándose plomo y los reyes en sus castillos repartiéndose sus ganancias”.
Porque la guerra no se hace solamente desde las trincheras, se hace desde la política, desde el desplazamiento, desde el narcotráfico, desde la arenga incendiaria, desde la venganza.
Por eso llegamos a donde teníamos que llegar: a la planificación, por parte de los altos mandos militares, de “asesinatos a sangre fría de personas inocentes para hacerlas pasar por guerrilleros y mostrar así que se estaba ganando la guerra contra las Farc”.
A esta práctica sanguinaria, atroz y despiadada se le puso un nombre neutro que no apestara tanto, se les denominó “falsos positivos”. Un colombiano que se ha dedicado a estudiar dichos asesinatos es el sociólogo y teniente coronel retirado de la policía Ómar Eduardo Rojas Bolaños, autor de varios libros e investigaciones que son imprescindibles para conocer a fondo el entramado social y político de estos crímenes de Estado.
En sus investigaciones, Rojas Bolaños reconoce que en el país siempre ha existido una “larga y terrible tradición” de ejecuciones extrajudiciales aisladas, pero no como política de Gobierno.
Sin embargo, precisa que en los tiempos de la Seguridad Democrática de Álvaro Uribe se decidió instrumentar un sistema de evaluación de comandantes en función del número de cuerpos de “terroristas” asesinados, acompañado por un sistema de incentivos y recompensas propio de bárbaras naciones. Además, se potenció el concepto del “enemigo interno” para meter en un mismo saco a guerrilleros, líderes sociales y estudiantes; se redefinió malsanamente el concepto de lealtad y se sublimó la imagen del militar como un héroe.
Como colofón, se intentó —por parte del Gobierno— colocar sobre miles de lápidas de humildes ciudadanos la perversa idea de que “no estarían recogiendo café”, por lo cual la Fiscalía concluyó que los asesinatos resultantes obedecieron a una planeación estratégica; es decir que no fueron acciones de “manzanas podridas”: fueron una política de Gobierno.
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Entre cientos de testimonios de guerra, hay uno estremecedor y aleccionador, el del exteniente del Ejercito Juan Esteban Muñoz que, enceguecido por un odio inducido, participó en varias ejecuciones extrajudiciales y ahora, después de recibir los beneficios de la Jurisdicción Especial para La Paz (JEP), se subió al bus de la reparación de las víctimas del conflicto armado.
El oficial reconoce que le fue inyectada en el cerebro, a punta de cantos mañaneros, la idea de que había que acabar, como fuera, con el enemigo: “Sube, guerrillero. Tu cabeza arrancaremos, de tu sangre beberemos, tus mujeres violaremos”. Los cánones militares señalan que “el entrenamiento debe ser tan fuerte, que la guerra parezca un descanso”.
“Reparar es la manera de repararme a mí mismo”, explica el exteniente, porque “es que es muy difícil levantarte todos los días, mirarte al espejo, cepillarte la boca y caerte mal”.
El país requiere que, al igual que Juan Esteban Muñoz, cientos de victimarios también se avergüencen, se arrepientan y luchen por la reconciliación mediante la participación activa en procesos reparativos. Labor que exige especial valentía, y de la que no se debe esperar ningún tipo de medallas.
La experiencia indica que es más probable que las victimas que han sufrido directamente el conflicto se reconcilie con sus victimarios, que quienes han registrado los trágicos sucesos sentados al frente de un televisor lo comprendan.
La reconciliación es responsabilidad de todos. De la sociedad, que debe denunciar los atropellos, exigir que se conozca la verdad y que los victimarios reparen a sus víctimas; de la justicia, que debe ser pronta e imparcial; y del Gobierno, que debe reencauzar a las fuerzas armadas para que florezcan de nuevo desde el respeto a los derechos humanos, retomen el honor perdido y se enaltezcan con sus actuaciones.
Por lo pronto, el nuevo Gobierno empezó como debía: colocó en el Ministerio de Defensa a Iván Velásquez, un curtido luchador por los derechos humanos, contra la corrupción y el paramilitarismo; dejó por fuera de las fuerzas armadas a 52 generales, para conformar una cúpula acorde con su nueva política; se comprometió con el cumplimiento de los compromisos acordados en el pacto de La Habana, reanudó los diálogos con el ELN e inició las conversaciones internacionales para buscar un nuevo enfoque sobre la guerra mundial contra las drogas.
La guerra deshumaniza. El asesinato de inocentes o no beligerantes por parte de las fuerzas del Estado constituye el máximo salvajismo, la actividad más vergonzosa, la mancha más indeleble y la época más oscura de nuestra vida republicana. Ante semejante desafuero solo nos queda repetir, como nos lo enseñó el poeta caleño Elmo Valencia: “¡A la mierda con la guerra!”.
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4 Comentarios
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Hola Pedroluis.
De nuevo saltaron chispas en mi cabeza leyendo tu escrito…
La palabra paz, como cuando éramos niños y repetíamos una palabra hasta el cansancio, hasta que ya no significara nada; se volvió eso, una palabra que se repite hasta que pierde significado.
En resumidas cuentas, ¿qué es la paz?
A veces, cuando en una conversación lo pregunto, casi siempre me contestan que es la “no guerra”, así, sin más, sin abundar o profundizar.
La paz no sólo es la ausencia de conflictos, de guerra, de peleas.
La paz consiste, también, en aceptar las diferencias y tener la capacidad de escuchar, reconocer, respetar y apreciar a los demás, así como vivir de forma pacífica, solidaria y unida; es decir, en PAZ.
Pero también es tener oportunidades de crecer, de progresar, de aprender.
Por supuesto, también es tener esperanza en el futuro, confiar, confiar… esperanza y confianza… que palabrejas tan complejas, tan esquivas, tan lejanas para muchos colombianos que escasamente han tenido o tuvieron pasado y presente en violencia, en miedo, en temor, sin esperanza, sin confianza y sin futuro.
Alonso Salazar (el caldense que fue en 2008-2011 alcalde de Medellín), en su novela “No nacimos pa’ semilla – 1990” y nuestro común amigo, el cineasta Víctor Gaviria en su película “Rodrigo D. No futuro – 1991″, nos describen la difícil vida de los jóvenes sicarios y de los habitantes de los barrios marginales de Medellín, retratando cuánto la violencia y la guerra nos ha marcado; nos cuentan cómo se nos arrancó la esperanza, la confianza y el futuro.
De la novela he leído varios ensayos y un par de tesis de grado, siendo la de Juan Carlos Patiño Prieto: No nacimos pa’semilla: la construcción de un artefacto cultural icónico de la violencia juvenil en Colombia”, para optar al título de Doctor en Ciencias Humanas y Sociales, en la “Nacho”, la que más ha llamado mi atención, es casi mejor que el libro para entender el asunto.
Hay un enorme grupo de personas que ha dedicado su vida al asunto de la paz. Por ejemplo el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, de quien admiro su vida y su dedicación a la paz, ha trabajado como loco en el proyecto de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, de la JEP.
Con contadas excepciones, junto con casi todos mis allegados y conocidos hemos respaldado, trabajado y luchado por la elusiva paz, por la no violencia. Por esto y por otras razones, hemos apoyado a líderes que nos lo han prometido. Petro es uno de ellos. Petro representa nuestra esperanza, nuestro proyecto de vida: ver a Colombia en paz, unida y próspera. Espero verlo en lo que me queda de vida.
Como siempre, me extendí en mis apreciaciones, pero no ofrezco una disculpa, debo confesar que lo disfruto.
Gracias Pedroluis, recibe un abrazo de paz.
Estremecedor escrito…
Magnifica descripción pedagogica, con cuidadosa relación causal, manejada desde siempre, por los artifices ostentosos del poder desmedido. Esperamos hoy, empuñar la espada libertaria que signifique el cambio de actitudes humanas que conduzcan a la verdadera libertad en paz y en armonía con el ambiente amable de la vida.