William Ospina, un biógrafo
En la reciente Feria Internacional del Libro (FilBo), William Ospina presentó la novela ‘Pondré mi oído en la piedra hasta que hable‘, que venía escribiendo muchos años atrás.
En Cali, en la feria del libro, en el mes de octubre de 2022, presentó avances de la misma, en conversación con el escritor Edgar Collazos. Allí nos enteramos de la majestad de lo que traería esa publicación.
William Ospina tiene alma de biógrafo y en esta ocasión llega a su culmen con la biografía novelada del barón Alexander Von Humboldt, de quien se conmemoraron doscientos años de su natalicio, en el 2019.
La voz de William en la narrativa hispanoamericana es cada vez más potente. Y los visos de biógrafo empezó a dejarlos ver desde sus primeros poemas. Por ejemplo, en El país del viento nos trae la imagen de Manuela Sáenz, en su poema “Lo que dice una mujer vieja en un puerto del Pacífico”:
“Estas manos morenas empuñaron la espada. No ría usted, yo fui guerrera/ yo entré en la batalla y arriesgué mi cuerpo en sus vórtices de humo y de hierro/ y acaté la voz de mi hombre como un soldado más de sus tropas/pero en la noche de la victoria fue mío su lecho/ para mi dócil desnudez su desnudez invasora/para mi oído atento el misterioso rumor de sus labios”.
Así mismo, evoca la memoria de Lope de Aguirre con unos versos que están más vigentes ahora, que en la época en que vivió el conquistador. Quizá, en alguna de las tertulias que hemos compartido con William, se lo hice saber.
Lope de Aguirre habla en el poema: “Vine a la conquista de la selva/ y la selva me ha conquistado” y más adelante se queja: “Aquí no hay bien ni mal, sino el zarpazo”. Se interroga uno ¿si no es más que la ferocidad que vivimos hoy lo que resume William en su poesía, de manera noble?
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Pero igual va poetizando sobre lo triste, lo oscuro, lo que todos vemos con ojos ordinarios y lo va transcribiendo en un lenguaje sublime que no tarda el lector en volver a leer para saber que eso mismo observó o leyó en algún capítulo de nuestra historia, pero no tuvo la sensibilidad para inmortalizar ese instante. Por ejemplo, cuenta poéticamente la vida de un personaje de la historia triste de Colombia, que aterroriza. Habla así de Sangrenegra:
“Cércalo y mátalo si quieres, si puedes/ pero no olvides que es el tiempo quien lo ha forjado/ que lo educaron sacerdotes ilustres, diosas llamadas/privación y venganza/ que otros como él se gestan en los hornos del odio.”
En fin, así mismo va dejando trazos biográficos de Withman, Lucila Godoy (Gabriela Mistral), Kafka, Einstein, entre tantos otros personajes de la historia de la humanidad que se escapan en estas líneas.
Luego apostó a la novela, o tal vez paralelamente hizo su arribo, porque su inagotable tarea de escribir poesía, novela, opinión, no cesa. Entonces inicia con Las auroras de sangre donde recorre, junto a la prosa de Don Juan de Castellanos, todo ese paisaje americano que empezó a descubrir el cronista, pero que el poeta William lo deja a nuestra merced para exhibirnos el esplendor de lo que fue -que sigue siendo-, pero que poco o nada valoramos como nuestro patrimonio. Hay una huella de tinta, de crónica, que no podemos dejar borrar, y esa es quizá la tarea del novelista que William Ospina cumple juiciosamente.
Algunos años después, presenta a un personaje -quizá poco conocido- pero que su atrocidad nos deja acongojados. Se trata de Pedro de Ursúa, titulando la novela con el apellido del conquistador o avasallador (si se quiere) y allí nace la trilogía que continúa con El país de la canela y remata con La serpiente sin ojos. Claro, en estas dos novelas más, nos habla de Orellana, de Gonzalo Pizarro, de Lope de Aguirre, lo que nos refleja ese visor biográfico que tiene el poeta.
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Pero el personaje Ursúa, que es una biografía amplia, es toda la novela de la conquista o llegada de los españoles a este horizonte, que se va complementando cada vez más con la narrativa de William y que ahora, con la belleza historiográfica de Humboldt, podemos completar el cuadro pictórico para quedar absortos entendiendo como sublima lo atroz.
En su trasegar de biógrafo o de novelista que recoge la historia, encuentra un personaje trascendental: Simón Bolívar. Y publica en el año del bicentenario En busca de Bolívar, resumiéndolo así: “Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo.” Y en el contenido de la biografía nos anticipa muestras de lo que va investigando de Humboldt, cuando enuncia: “El propio Bolívar dijo que Humboldt había visto en tres años en el nuevo continente más de lo que habían visto los españoles en tres siglos”
Inspirados en su novela, llevaron a las tablas Bolívar, fragmentos de un sueño, bajo la dirección de Omar Porras.
Siguió avanzando en la escritura biográfica y, por supuesto, no solo de Latinoamérica sino del universo, por lo que, con la historia de Byron, en El año del verano que nunca llegó fue adentrándonos en otros escritores que son imprescindibles a la hora de explorar la historia de las letras en el mundo.
Ni qué decir de las poéticas semblanzas que hace de poetas colombianos y su poesía en el libro de ensayos Por los países de Colombia.
Ahora, el pasado 30 de abril, en el auditorio que lleva el nombre de José Asunción Silva (JAS), otro de los poetas nuestros, William se sentó a las cinco de la tarde a contarnos la historia de su reciente novela Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, donde narra la vida del barón Alexander Von Humboldt. Ese expedicionario que de manera abierta y cargado de entusiasmo por las cosas que parecieran más insignificantes, dejó un legado a la ciencia y a la humanidad que William agradece en nuestro nombre, en su novela.
En ella se siente un tono narrativo de un alma sencilla y clara. De quien ha logrado con la escritura los méritos para hablar de un personaje tan maravilloso que parece irreal como Von Humboldt.
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El novelista nos deja en sus trazos la muestra de lo que hacía Humboldt en sus travesías por los mares, por los ríos, en los volcanes. Los interrogantes que se formulaba a diario sobre fenómenos naturales que observaba, la experimentación con su propio cuerpo, sus conversaciones con Bonpland, y el agradecimiento a Mariano Luis de Urquijo por lograr desenmarañar trámites burocráticos que posibilitaron su viaje por el mundo.
Humboldt se ve como un niño feliz, me digo, cada que avanzo en la novela de William Ospina sobre su vida. Lo describe, de tal forma, que se siente en el paginaje la dificultad para poder llegar a la boca misma de un volcán e inspeccionar toda la maravilla que allí se encuentra. O navegar por un río infestado de animales salvajes y acompañado de bogas que conocen el susurrar del río y también saben cómo es el lenguaje del agua, que les permite llegar -a contracorriente- a su destino, escoltados por embarcaciones donde llevan instrumentos que son el alma de Humboldt, para explorar el mundo y dejarnos sus enseñanzas.
En uno de sus apartes nos dice: “Media varias veces al día la temperatura de la superficie del mar, porque eso le daba una idea de las aguas y de la dirección de las corrientes…” y en párrafo seguido agrega: “ Hasta el final del viaje, Bonpland se dijo sonriendo que Alexander intentaba rastrear los dibujos de la niebla, las migraciones del árbol y la voz de las piedras”
La lectura de esta novela biográfica es enaltecedora. Deja un sabor inenarrable sobre lo que es el espíritu y la fortaleza humana cuando tiene un propósito. Esa capacidad de superar barreras, de saltar dificultades, sólo para obtener el bien para la humanidad, que es también, de otra forma, lo que William nos deja con sus letras.
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Este insigne hombre de la cultura de los anomimos ve que recordar los antepasados es descubrir todo el mundo secreto de quienes hicieron historia,sin tomar partido Rafael Bretón Prada amigo de la cultura desde niño a hoy de tercera edad.Desde Bucaramanga.