“Colombia tiene una tradición de persecución injusta a extranjeros”: Maryluz Vallejo
En su libro ‘Xenofobia al rojo vivo en Colombia’, la periodista explica por qué la idea de que los colombianos somos hospitalarios con los extranjeros es falsa.
A finales de 2020, Colombia expulsó a dos diplomáticos rusos por espionaje.
Se les acusó de recolectar información sobre la infraestructura y funcionamiento de sectores estratégicos nacionales. Los medios hicieron eco de la noticia y filtraron las presuntas pruebas de las acciones irregulares de los extranjeros. Videos, fotos y testimonios de testigos anónimos hicieron parte de copioso material con el que el Estado colombiano sustentó la expulsión.
De ahí en adelante, surgió una narrativa impulsada por Iván Duque en la que se decía que el país estaba bajo la amenaza de espías rusos y cubanos. Paralelamente, el presidente firmó el Estatuto Temporal de Protección Temporal a Migrantes Venezolanos y, con ello, se dijo que Colombia era un país de puertas abiertas para los extranjeros que se encontraran en desgracia o que quisieran trabajar duro por la nación.
Casi dos años después, la revista La Raya reveló cómo la inteligencia militar espió a diplomáticos y funcionarios cubanos y “sembró evidencias en los computadores de un jefe guerrillero, para incriminar al gobierno de Cuba de tener una supuesta complicidad con el ELN, en hechos violentos durante la protesta social”.
En semanas recientes, Noticias Uno tuvo acceso a documentos en los que quedaba en evidencia el seguimiento irregular y espionaje a funcionarios rusos:
En este contexto apareció el libro Xenofobia al rojo vivo en Colombia, de la experimentada periodista Maryluz Vallejo, en el que da cuenta de que estas persecuciones irregulares a extranjeros por motivos políticos tienen una historia de, por lo menos, un siglo.
En su investigación, ella afirma que la idea de que los colombianos somos hospitalarios con los extranjeros es falsa. Al contrario, ha sido un país que, por tradición nacional y culto católico, y por miedo a las ideas contrarias al comunismo o a cualquier ideología liberal o de izquierda, ha ejercido un férreo control a la inmigración y ha aplicado de manera injusta la expulsión de extranjeros. Sobre este tema, Diario Criterio habló con Maryluz Vallejo.
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Diario Criterio: El libro cubre casi un siglo de expulsiones de extranjeros, un arduo trabajo investigativo. ¿Cómo lo hizo en tan poco tiempo?
Maryluz Vallejo: No quiero pasar por irresponsable, porque un historiador me puede decir que necesitaba más tiempo para madurar las tesis y ampliar las fuentes, pero yo hice una investigación periodística, en la que el tiempo es oro. Podría decir que es una investigación express porque me tocaba responder a un interés de la editorial que me dio un año de plazo.
Ese miedo al extranjero y el anticomunismo exacerbado se convirtieron en gasolina que avivó aún más la llama de la violencia en el país.
Maryluz Vallejo
Diario Criterio: ¿De dónde salió la idea de hacer la investigación?
M.V: De un encargo que me hizo Daniel Samper Pizano para Los Danieles. A raíz de la persecución de extranjeros por parte del Gobierno, en las protestas de 2021, me pidió un informe especial sobre el tema que salió publicado en julio de 2021.
Él, que es un excelente editor, me dijo: “¿Por qué no miras un poco hacia atrás, con casos más conocidos, como el de Martha Traba y Seki Sano?” Y como los dos somos igual de apasionados por la historia, pues nos seguimos yendo para atrás y no dimos cuenta de que el país tenía una tradición de expulsiones oficiales caracterizadas por la arbitrariedad y el atropello a las mínimas garantías. Luego me llamaron de Planeta porque el tema, además de inédito, les pareció de interés público.
Diario Criterio: El hilo del libro es la conexión que usted establece entre anticomunismo y xenofobia. Es decir, que el desprecio por el extranjero estaba acompañado por un miedo a las ideas de izquierda. ¿Cómo el país unió ambos ámbitos?
M.V.: El historiador Malcom Deas dijo que a Colombia llegó primero el anticomunismo que el comunismo. Pasó el tiempo, se acabó la Guerra Fría y el macartismo continuó.
En ese sentido, lo que intento mostrar en el libro es cómo ese miedo al extranjero y el anticomunismo exacerbado se convirtieron en gasolina que avivó aún más la llama de la violencia en el país. El odio al otro, al partido contrario, tan común acá, se extrapoló al forastero que traía ideas de izquierda o que promoviera el comunismo. Eso se ve muy claro en la época de la violencia política de mediados del siglo XX, cuando incluso la ultraderecha acusaba al liberalismo de contubernio con el comunismo.
El vínculo entre xenofobia y anticomunismo aparece hacia la década de los 20 del siglo pasado, cuando surgieron el Partido Socialista Colombiano y luego el Partido Comunista; entonces se engendró un monstruo alimentado por prejuicios hacia el extranjero que causó todas esas injusticias narradas en el libro.
Desde los años 30, por ejemplo, conservadores y liberales por igual miraron con recelo a los judíos, no solo por practicar otros cultos y presuntamente simpatizar con el comunismo, sino también por su éxito en los negocios, y promovieron campañas antisemitas con apoyo de las cámaras de comercio del país.
Diario Criterio: Además de las expulsiones por comunismo o por injerencia en la política, en los archivos aparecen casos por conductas contra la moral o pecaminosas, por decirlo de alguna manera. ¿Por qué usted se centró en las expulsiones relacionas con la política?
M.V: Porque hay trabajos que exploran los casos de los extranjeros perniciosos, concretamente las prostitutas y los delincuentes comunes. Con ellos también hubo arbitrariedades, pero no quería repetir lo que los académicos habían dicho. Aun así, toco casos como el de Ramón Vinyes —a quién Gabo inmortalizó en el Sabio Catalán de Cien Años de Soledad—, que expulsaron por su conducta inmoral cuando en realidad su persecución fue porque era contradictor del gobernador conservador del Atlántico, y no por homosexual.
Diario Criterio: ¿Por qué Colombia es tan xenófoba?
M.V: Es una excelente pregunta, porque tenemos una falsa creencia de que el país es de puertas abiertas y que les da muchas oportunidades a los extranjeros, pero es un mito producto de la retórica de los gobernantes que ha servido para alimentar nuestro orgullo nacional. Basta con ver la legislación sobre inmigración para concluir lo restrictivos y selectivos que hemos sido con las personas de afuera.
En mi libro me apoyo en lo dicho por Rudolf Hommes. Según él, en Colombia la xenofobia empezaba en las cancillerías y en los cuerpos consulares con la negación de las visas.
Este ha sido un país xenófobo porque mientras que en el siglo XX las grandes oleadas migratorias tuvieron acogida en México, Venezuela, Argentina, aquí los extranjeros llegaron graneados. Eso se ve muy claro con los exiliados de la Guerra Civil Española: mientras a México, en el trascurso de una década, llegaron unos 20.000 refugiados, aquí no alcanzaron los mil.
Diario Criterio: ¿Pero no se supone que acá vemos al extranjero con admiración..?
M.V: Es que hay una doble mirada del extranjero. Por un lado, lo admiramos y lo veneramos si trae recursos, si es un intelectual reconocido, si es una personalidad. A esos extranjeros los recibieron con beneplácito. Y, por el otro, se mira al extranjero con recelo, porque no tiene una profesión reconocida o carece de recursos y se ve como una amenaza para los nacionales.
Sí se pensaba que el extranjero podía traer prosperidad y progreso, pero debían cumplir unas condiciones muy específicas y excluyentes. Gustavo Rojas Pinilla, por poner un ejemplo, impulsó la migración de europeos del Este, pero tenían que ser católicos. Eduardo Santos intentó traer colonizadores vascos para trabajar en el campo, pero le llovieron críticas porque se podían infiltrar los rojos.
Diario Criterio: ¿Y esas miradas no son contradictorias? Porque acá los políticos e intelectuales decían que la raza colombiana sólo se podía mejorar con extranjeros…
M.V: Aquí es donde se cruza la xenofobia con el anticomunismo. El interés de los distintos gobiernos por traer europeos lo hubo, pero si eran blancos, emprendedores, con profesiones reconocidas. Ese prototipo de inmigrante que mejoraría la raza. Pero, precisamente, ese ideal debía cumplirse sin alterar las costumbres y valores de la sociedad colombiana.
Por eso, cuando cayó la URSS, Colombia perdió la oportunidad de traer cerebros fugados y prestigiosos científicos a las universidades, porque a los gobernantes les daba miedo que fueran a propagar el comunismo.
Diario Criterio: Entonces, ¿cómo fue posible que en el Caribe colombiano se establecieran colonias robustas de inmigrantes?
M.V: En la Costa lograron establecerse colonias de sirio-libaneses y de judíos sefardíes porque allí había una sociedad mucho más abierta y liberal. Su exitoso arraigo se debió a que esos primeros inmigrantes se mantuvieron relativamente al margen de la política, y pronto adquirieron suficiente poder para hacerse respetar.
Pero en el libro cuento el dramático caso del sirio Nicolás Yurgaqui, a quien sus acreedores acusaron de apoyar al Partido Conservador. No era un comunista, sino un comerciante que llevaba mucho tiempo radicado en Ocaña. Sin embargo, le emitieron la orden de expulsión. Su abogado no pudo hacer nada y la colonia se abstuvo de respaldarlo por las represalias que podrían sobrevenir, así que el desesperado ciudadano se suicidó.
Lo mismo sucedió con la persecución a los judíos y, en particular, a un miembro destacado del Centro Israelita de Bogotá, Jaime Fainboim, que, pese a ser un intelectual destacado en la comunidad, no recibió apoyo cuando fue sometido al escarnio público bajo falsas acusaciones.
Salen igual de mal parados los líderes de derecha y los prohombres del Partido Liberal. Tocar a ciertos intocables, como Eduardo Santos o el mismo López Pumarejo, levanta ampolla.
Maryluz Vallejo
Diario Criterio: ¿Qué influencia tuvo la Iglesia Católica en la xenofobia y el anticomunismo que narra en el libro?
M.V.: Aquí hay que hablar del movimiento falangista en Colombia. En plena Guerra Civil Española (1936 – 1939), Laureano Gómez y un grupo ultraderechista del Partido Conservador ligado a la Iglesia Católica simpatizaron con Franco y su movimiento nacionalista. Aparecieron artículos en la Revista Javeriana, dirigida por Félix Restrepo S.J., haciéndoles propaganda a los nacionalistas españoles y, en general, en la prensa conservadora. Particularmente, monseñor Miguel Ángel Builes, conocido por su anticomunismo furibundo, lideró esa cruzada y azuzó los odios contra los rojos republicanos.
La unión entre los sectores más radicales del conservatismo y del catolicismo incidió en una mayor persecución a los extranjeros. Después del 9 de abril se creyó que la muerte de Gaitán había ocurrido por una conspiración del comunismo internacional y la cacería de brujas se agudizó. Profesores extranjeros, sobre todo de la Universidad Nacional, fueron perseguidos.
Poco después, se presentaron casos, hasta contradictorios, como el de Jorge Kibédi, un húngaro que llegó a Colombia en 1950 huyendo del comunismo y fue expulsado en 1952 por comunista. A él le hacen una campaña infame en el periódico El Diario Gráfico, diciendo que es un espía y que su joven esposa se infiltró nada menos que en El Siglo, del temido Laureano Gómez. Su pecado, por decirlo de alguna manera, fue hacer parte del sector progresista de la Iglesia que patrocinaba el movimiento sindical.
Diario Criterio: Otra parte muy interesante del libro tiene que ver con la República Liberal. Siempre se ha pensado que este fue uno de los periodos más progresistas del país. Sin embargo, usted afirma que las leyes migratorias fueron más duras que las de la Hegemonía Conservadora. ¿Llegó la hora de deconstruir el mito de la República Liberal?
M.V.: Sí. Yo creo que, con este libro, crucé una línea roja en la historia oficial, porque salen igual de mal parados los líderes de derecha y los prohombres del Partido Liberal. Tocar a ciertos intocables, como Eduardo Santos o el mismo López Pumarejo, levanta ampolla. Este libro es políticamente incorrecto, porque demuestro que los liberales también cometieron arbitrariedades con los extranjeros. Distintos investigadores han dicho que en el periodo de Olaya Herrera la persecución a extranjeros de ideas comunistas se agudizó, porque el naciente Partido Comunista no apoyó la Guerra contra el Perú.
Y cuestiono la política de puertas abiertas de Eduardo Santos con los judíos, porque apenas las entreabrió tímidamente a ellos y a los españoles; no hay que olvidar el nefasto decreto para impedir la entrada de esos exiliados que emitió su canciller, Luis López de Mesa. Y no fue solo en la República Liberal, en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo arreció la persecución a los extranjeros que pudieran tener vínculos con las guerrillas.
Diario Criterio: Entre todas las historias que cuenta, ¿cuál es la que más curiosa que le parecido?
M.V.: No sé si curiosa, pero sí tan absurda que da hasta risa. Me refiero a Piero. Como era un cantante que estaba en furor en la época del movimiento estudiantil de los 70, y su canción Los americanos era una especie de himno en las universidades, cada vez que llegaba había un escándalo. El DAS lo perseguía desde que pisaba el aeropuerto, no lo dejaban pasar o le advertían que le quitarían la visa si daba conciertos en las universidades públicas. ¡Le tenían prohibido el contacto con los estudiantes! Puro pánico por sus canciones antiimperialistas.
Diario Criterio: ¿Cuál fue el caso que más la conmovió?
M.V.: Fueron muchos, pero el que más me golpeó fue el del buzo yugoeslavo Dussan Bulic, quien descubrió, junto con otro buzo, los barcos españoles hundidos en la bahía de Cartagena, en 1961. Pese a haber sido considerado un héroe nacional, en 1963 fue expulsado de la Armada Nacional por supuestas actividades subversivas, solo porque se sumó a los reclamos del sindicato de la institución. Luego, en 1965, el gobierno emitió la orden de expulsión. Él pidió ayuda y ninguna autoridad ni ningún medio de comunicación oficialista se conmovió. Estaba casado con una colombiana, tenía hijos y le tocó irse con su familia. No se volvió a saber nada de ese personaje.
El otro caso es el María Margarethe Moises, que aparece en la portada del libro. Quise mostrar a esta monja austriaca porque es un caso disparatado e infame. En su expediente de solicitud de nacionalización se constata que el Ejército la acusaba de ser guerrillera del ELN. Ella había llegado a Colombia en 1952 y trabajó toda su vida por los pobres en el corregimiento de Pasacaballos (Bolívar), pero las autoridades la tenían fichada como colaboradora de esa guerrilla y por eso le negaron la ciudadanía colombiana. Lo paradójico del caso es que, recientemente, el papa Francisco quería beatificar a esta monja, que fue una papisa en su comunidad.
Diario Criterio: En Colombia, ¿qué ha sido más fuerte, el anticomunismo o la xenofobia?
M.V.: Son dos sentimientos intrínsecamente unidos. Esta investigación me permitió hacerme la pregunta de cómo nos conformamos como nación y de dónde salió ese deleznable ethos ciudadano lleno de prejuicios hacia el otro. Siempre pensamos que este recelo era solo hacia el contrario político, como sucedió entre conservadores y liberales, pero también lo había hacia el extranjero con ideas distintas o creencias que nos pudieran contaminar.
En la campaña de Petro yo alucinaba cuando veía en redes sociales esos epítetos e insultos de comunista y castrochavista. En este caso, todavía seguimos viendo cómo la xenofobia y el anticomunismo articulan un argumento de odio frente a personas que tienen ideas distintas. La unión de ambos sentimientos nos delinea como país. Es una historia de ignominia en la que todos participamos y, en especial, los medios de comunicación tienen una alta responsabilidad por esa estigmatización del extranjero.
Digo que como sociedad fuimos cómplices de ese maltrato y de la arbitrariedad, que empezaba con las autoridades.
Diario Criterio: Entonces, esa arbitrariedad se manifestaba en unos expedientes judiciales con poco sustento, que, a la larga, se traducían en expulsiones injustas avaladas por la prensa y la sociedad en general…
M.V.: Sí, pues cualquier agente o detective ignorante levantaba la acusación o cualquier vecino envidioso o mezquino era el soplón. A partir de esas evidencias tan pobres se abría el expediente de expulsión. Estos mecanismos de delación y de inseguridad jurídica parecían más de un país totalitario que de una democracia y, como dije antes, nos hace cuestionarnos sobre qué tan democráticos y qué tan abiertos a los extranjeros somos.
Pero no solo era la persecución del Estado. Aquí también jugaba algo de la mezquindad humana. Un vecino delataba a un extranjero no solo porque amenazaba sus ideas y costumbres, sino porque había envidia y maledicencia. Y vuelvo a mi punto anterior: fuimos (y posiblemente, seguimos siendo) una sociedad cómplice del maltrato a los extranjeros.
Nosotros estamos en deuda con ellos, porque nunca hemos señalado a los responsables de esa persecución. Hay una injusticia que no se ha reparado, dado que no ha habido tribunales de justicia para esta nueva categoría de víctimas, totalmente olvidadas. Hubo unos casos más dramáticos que otros, porque algunos expulsados pudieron rehacer su vida en otros lugares del mundo, pero no faltaron los que fueron asesinados cuando regresaron a sus lugares de origen y hasta sus familias les perdieron el rastro.
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No conocía tantas historias de xenofobia en nuestro país
Interesante conocerlas
Buena entrevista